Simón Pedro: “Hacer teología andina es inculturar”


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Escribe: Delsy Sánchez | Cultural - 05 Jul 2018

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¿Cuál es la diferencia entre ustedes y otros monjes o monasterios?

La primera vez que llegué a Chucuito, un señor en la plaza de armas me preguntó: “¿Cuánto tiempo te vas a quedar?”, y yo le dije que si me soportaba quizás algún día él mismo me enterraría aquí. Porque la vocación de los monjes benedictinos es quedarnos en el lugar que se nos encomienda.

Los monasterios generalmente están apartados, lejos de los contextos y no les importa vivir con la gente o compartir con ellos; nuestra misión es hacer familia con los pobres y nuestra función es llevar una vida de oración, trabajo, hospitalidad o acogida y vida fraterna. No tenemos cargos pastorales, simplemente somos vecindad y vivimos con la gente de la comunidad.

¿Qué los motivó a llegar al Perú y, particularmente, a la región Puno?

La sede central del monasterio fue fundada en Bélgica hace más de 50 años. Yo desde los 12 años siempre deseé ser monje benedictino. Pero también he tenido presente el deseo de vivir entre los más pobres y muy rápidamente el Perú se convirtió para mí en un punto de mira.

Luego supe que la congregación tenía una fundación en Lima y entré al monasterio con el objetivo de ser monje, pero insertado en los pobres, porque considero que uno tiene que estar con los pobres para vivir en el evangelio. Llegué al Perú en el año 74.

Tenían otras opciones, ¿por qué se instalan en Chucuito?

Hay dos motivos. En el año 67, nosotros fundamos un monasterio en Ñaña, cuando Lima era un campo despoblado; luego cerramos el monasterio y retornamos a Bélgica. Después de seis años, volvimos en el 91, cuando Lima ya era ciudad, había crecido y no era un lugar propicio para la vida monástica. Entonces teníamos que irnos a un sitio silencioso.

A manera de prueba, llegamos a la comunidad de Escallani de la península de Capachica, por dos meses, y decidimos quedarnos en el altiplano. Pero específicamente en Chucuito, porque en particular era y es un lugar propicio para la vida monástica, favorable por su hermoso paisaje, su clima silencioso y sobre todo por la población afectuosa.

¿Qué opina de la teología andina?

Desde un comienzo me interesó. Creo que aquí (en Puno), es el lugar en donde mejor está conservada nuestra cultura andina, por eso yo fui uno de los fundadores de la Teología Andina, junto al obispo Lucho Dale, Domingo Yanqui, Narciso Valencia y otros.

La Teología Andina, para mí, es un diálogo de la fe cristiana. Una fe que, dicho sea de paso, ha sido impuesta a regañadientes, pero a pesar de todo la religión andina ha seguido adelante, con adaptaciones de algunos elementos del cristianismo, pero sin perder su propia lógica.

¿En qué consiste la Teología Andina?

Ahora hemos logrado sacar a la teología andina de la clandestinidad, porque el hombre andino la ha seguido practicando, pero a escondidas, en las noches, y eso no era correcto.

Hacer teología andina es inculturar, es decir, juntar la religión cristiana con ciertos elementos andinos, como la coca, el vino, la naturaleza y el hombre. No se trata de mezclar, sino de reconocer el valor de cada ritualidad y el diálogo entre nosotros, porque somos hermanos.

¿Cómo fue la inculturación benedictina en la región de Puno?

En un primer momento, hemos inculturado la ritualidad cristiana con elementos andinos como la coca, aunque era complicado. Sin embargo, ahora hemos comprendido que son dos ritualidades (la cristiana y la andina) que podemos compartir; por ejemplo, antes del aniversario de los 25 años de vida benedictina en junio del año pasado, hemos pedido a nuestro amigo “yatiri” Don José, que nos haga una dulce misa de agradecimiento por los años compartidos en Chucuito.

Quizás por no ser de este país, no sepamos los significados, pero creemos y tenemos confianza en la fe del pueblo; la gente tiene su mundo y nosotros tenemos el nuestro, pero sí compartimos los espacios. Por eso considero que la espiritualidad andina tiene un valor que no necesita ser reasumido por los cristianos; simplemente es tal cual y le pertenece al pueblo.

¿En qué situación se encuentra la Teología Andina?

Desde nuestra estadía hemos visto que los quechuas y aymaras han tenido paciencia durante 500 años. Considero que estamos en resistencia y la Teología Andina va a continuar.

Hacer Teología Andina no es un pecado mortal. Cuando nuestra congregación llegó a Puno, nuestro fin era la opción por los pobres; recuerdo que mandaban sacerdotes liberales para que acaben con nosotros, pero se dieron cuenta que no éramos “cucos” y reconocieron que nuestra misión no es conquistar a los chucuiteños, sino más bien convivir y aprender de ellos.

¿Cómo resume su estadía en el Sur Andino?

Cuando llegamos a Puno, la iglesia del Sur Andino ya existía; justamente los sacerdotes que pertenecían a esta iglesia nos pidieron que vengamos aquí (Puno) y nos recibieron con mucha alegría. Me gusta la acogida y la fraternidad de la gente. Mi idea es quedarme aquí, no me iría, ¡yo aquí me muero! El problema es que no tenemos sucesores en la comunidad, pero somos muy felices porque nuestros vecinos nos visitan y con ellos compartimos alegrías y tristezas.


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