¿Vale la pena debatir si utilizamos letras o números para evaluar?


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Escribe: Adolfo Zárate Pérez | Educación - 03 Jul 2016


A raíz de la aprobación del Currículo Nacional para la educación básica y alternativa por el Ministerio de Educación del Perú, surgieron diversas opiniones de algunos miembros del Consejo Nacional de Educación sobre las escalas de evaluación a utilizarse en la educación secundaria, ya que esto implica cambiar de una vigesimal (0-20) a otra de letras (AD, A, B, y C).

En el Perú, desde varios años atrás, tanto en educación primaria como inicial se utiliza la escala de letras AD, A, B y C para reportar al sistema, a los padres y a los propios estudiantes sobre sus logros de aprendizaje en las diferentes áreas de aprendizaje. Así que, para empezar, su uso no es novedad. En el nuevo currículo esta escala se extiende a la educación secundaria, en la que hasta ahora se utiliza una valoración de 0 a 20.

Las escalas, sean estas con números o con letras son instrumentos, debe tomarse como tal. El uso de estas no implica mejorar o empeorar un sistema educativo, menos el de un sistema de evaluación, incluso independientemente del enfoque de evaluación sea este conductista, cognitivista o ecológico. Es como el termómetro, sirve para medir la temperatura pero en ningún caso baja o sube la fiebre, ni cura la enfermedad. Por ejemplo, estas escalas difieren en diferentes países, en España se utiliza de 0-10, en Finlandia de 0-5, en Japón de 0-100, en China de 0-100 y 0-5, etc., y no por eso tienen una mala educación o un mal sistema de evaluación.

Cualquier modelo o enfoque de evaluación puede adoptar una u otra escala, su uso dependerá de qué tipo de información se quiere obtener, procesar y reportar. En nuestro caso, será para reportar información que permita representar el nivel de logro de una competencia que está desarrollando el estudiante. Obviamente no todas las escalas son iguales, pues todas tienen ventajas y desventajas. Se ha comprobado que una gran cantidad de números o niveles en la escala no permite una discriminación rigurosa y clara de las categorías. En cambio, las que tienen entre tres y seis niveles tienen una graduación más adecuada para distinguir los niveles de logro, sobre todo en términos cualitativos.

En la literatura sobre el tema, encontrarán diversos tipos de escalas, unas más específicas y otras más genéricas. La preocupación central es el grado de nitidez con que representa un determinado nivel de logro de aprendizaje en términos de competencias. El ámbito de una escala puede ser demasiado específico para determinar un determinado logro o demasiado general para representar aquello que el estudiante ha logrado aprender.

Cambiar de números a letras no hace la diferencia. No basta decir que AD es logro destacado, A es logro esperado, B en proceso y C en inicio, sino se sabe qué significa cada uno de esos niveles en cada grado y en cada competencia. El objetivo es avanzar hacia una evaluación criterial y más cualitativa del desarrollo de las competencias y para ello se requieren descriptores específicos y claros de los desempeños que deben lograr en cada escala de la competencia.

Además, las escalas de evaluación tienen que estar estandarizadas no solo para los procedimientos de administración, sino porque deben ser estables para los usuarios, para otras aplicaciones o comparaciones en el tiempo. Ello, por supuesto, no implica estandarizar a los estudiantes. De hecho las comparaciones no deben realizarse de un estudiante respecto a otro, sino cuánto avanzó un estudiante respecto a su logro anterior.

Finalmente, estas escalas tienen que ver con la repitencia y promoción escolar, ¿qué nivel de logro deben obtener los estudiantes y en qué competencias para ser promovidos al grado inmediato superior? Estos aspectos sí requieren ser debatidos y analizados, a efectos de esclarecer en el currículo nacional. Hasta ahora, la repitencia ha sido la salida más fácil del sistema educativo (una forma de legitimar el fracaso escolar) para sancionar a un estudiante, pues aún se carece de un programa de recuperación inmediata, como sí existe, por ejemplo, en Finlandia.


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