Los colegios emblemáticos y la inequidad educativa peruana


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Escribe: GRECIA RIVAS BARRA | Educación - 13 Nov 2016


Representan tradición, historia, legado, muchedumbres de estudiantes y poderío. Muchos de ellos datan del periodo de la República y forman parte de la heroica cronología de nuestra nación. Sus aulas albergaron, en su momento, a los peruanos más ilustres y a decenas de generaciones; son por ello el orgullo de la colectividad.

Fue en el gobierno del general Manuel Odría, en su reforma educativa, donde se reconoce a tales instituciones como las Grandes Unidades Escolares que conocemos hoy en día, o que hasta seis años atrás conocíamos. Pues en el año 2010, bajo el Decreto de Urgencia N° 004 – 2009, se instaura el Programa Nacional de Recuperación de las Instituciones Educativas Públicas Emblemáticas y Centenarias, beneficiado a 122 planteles educativos esparcidos por el país.

Criticadas en su momento, no por la inequidad de su formulación, sino por los escasos avances que presentaron en sus primeros años, hoy podemos ver los frutos del proyecto: Lujosos edificios e instalaciones que, aunque hallándose todavía en proceso de construcción, opacan a los colegios particulares que, antaño, se ufanaban de ser “la mejor infraestructura de la Región”.

Pero mientras los afortunados alumnos de tales instituciones estudian en sus aulas recién pintadas y juegan en sus polideportivos, sin ir más lejos, otros niños aprenden en clases declaradas zonas de riesgo. Y yendo varios kilómetros, hacia las zonas rurales… alumnos del primer al sexto grado que comparten paupérrimas instalaciones de adobe, algunas -si tienen suerte- separadas por triplay.

Mientras un grupo ahora aprende con pizarras electrónicas, otros aún conservan las clásicas pizarras negras y, en casos extremos, plásticos desgastados sirven para improvisar pizarrines donde escribir.

Niños que acuden a clases remando en lavadores, escuelitas que tienen en su poder las famosas XO pero no la energía eléctrica necesarias para utilizarlas, alumnado de diferentes grados que comparten al mismo y único profesor, extensas distancias que recorrer diariamente para poder acudir a clases…

Los muchos ejemplos que podría seguir describiendo se resumen de forma muy simple: Entre la calidad educativa que unos y otros reciben, existe una gran y profunda diferencia.

Los alumnos de los emblemáticos meritan infraestructura, equipamiento, servicios y materiales educativos adecuados a las exigencias tecnicopedagógicas y acorde al mundo contemporáneo, por supuesto que sí. Está en sus derechos y los respalda el artículo 13º de la Constitución Política del Perú: la educación tiene como finalidad el desarrollo integral de la persona humana (textos en los cuales se ha formulado el Decreto de Urgencia antes mencionado). Pero, aparentemente, el gobierno que lo planteó y los que lo sucedieron, olvidaron que este también es un derecho del resto de los niños, aquellos que simplemente no están en las instituciones beneficiadas por el proyecto.

La penosa realidad de esta situación es que pese a que uno de los principios de la educación peruana es la equidad y la calidad (Ley Nro. 28044, artículo 8, párrafos b y d), tales términos solo se acuñan como una mera decoración.

Si el Ministerio de Educación fuera una madre, sería muy injusta, pues en vez de repartir el pan entre todos sus hijos (las diferentes instituciones educativas del país), da de comer pastel a los hijos mayores que son su orgullo, mientras los más pequeñitos lloran de hambre y ella simplemente los ignora.

No niego en ningún momento que la restauración de los complejos emblemáticos es sin duda una cuestión importante, pues beneficia a millares de estudiantes, brindándoles un mejor ambiente donde aprender y ofreciéndoles posibilidades superiores. Pero si hiciéramos una escala de situaciones, rápidamente podemos darnos cuenta de que problemáticas de la educación deben ser considerados como prioridad y resueltos antes de dar un siguiente paso hacia la modernidad.

Como siempre, las minorías más pobres son ignoradas. El capitalismo peruano parece rechazar todo sesgo de igualdad y equivalencia, incluso en sus instituciones públicas,

Qué puede esperarse, después de todo, de un programa formulado durante el gobierno de una de las figuras más polémicas, sombrías y fofas que nuestra nación haya conocido: la de Alan García, quien no se caracteriza precisamente por sus buenas decisiones o por representar los ideales educativos de Haya de la Torre y el Aprismo primigenio.

La educación es un derecho inalienable del hombre, pero en el Perú la educación de calidad es un privilegio al que si bien muchos pueden acceder, lo ideal y maravilloso sería que todos pudieran alcanzarla. Necesitamos aprender a discernir y priorizar las urgencias por sobre las excentricidades y no gastar solo por gastar los presupuestos.


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