Cuento: Los sueños del Generalísimo


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Escribe: Christian Reynoso | Nacional - 28 Jul 2014

Cuento: Los sueños del Generalísimo
Cuento: Los sueños del Generalísimo

En una añeja y empolvada biblioteca del pequeño pueblo de Leticia, al noreste de Argentina, el investigador peruano Federico Cuatemoc, interesado en reconstruir palmo a palmo la ruta del paso de los andes del Generalísimo don José de San Martín Matorras, para escribir una novela histórica, descubrió unos viejos y amarillentos documentos carcomidos por el paso del tiempo y cercanos a la pulverización.

—Parecen ser los manuscritos de algún acucioso investigador y biógrafo del gran libertador —dio a conocer en la entrevista que le hizo un periódico porteño.

—¿Y de cuándo datan los documentos? —preguntó el entrevistador.

—De 1825 o 1826. Lo que significa que el autor los escribió tres o cuatro años después de que San Martín abandonó el Perú, en setiembre de 1822.

Lo interesante de estos documentos era que, en el párrafo tres de la página 14 de uno de ellos, se hacía referencia al sueño que había tenido San Martín Matorras en la bahía de Paracas, echado a la sombra de una palmera y a treinta días de haber llegado de Valparaíso: setiembre de 1820.

En los libros de Historia del Perú se lee que el sueño de San Martín estuvo coloreado de imágenes que le recrearon un país libre y emancipado de las cadenas opresoras de los conquistadores. País que nacía en los horizontes del norte bajo el influjo flameante de una bella bandera. Y que, cuando despertó de placentero sueño, la casualidad hizo que una bandada de aves con alas rojas y pechos blancos pasara por el lugar. Entonces se le ocurrió que la bandera del Perú tendría que ser rojiblanca.

En cumplimiento a su deseo, el Decreto Supremo del 21 de octubre de 1820 reproducido en la Gaceta del Gobierno de Lima Independiente, Tomo I, Número 14, dice a la letra: «Se adoptará por Bandera Nacional del país una seda o lienzo, de ocho pies de largo y seis de ancho, dividida por líneas diagonales en cuatro campos: blancos los extremos superior e inferior y encarnados los laterales».

Sin embargo, en los documentos encontrados por Cuatemoc aparecía el testimonio de un oficial de apellido Arciniega Ballesteros. Decía que el día que San Martín tuvo el sueño con la bandera, escuchó comentar a lord Thomas Cochrane —marino inglés nombrado vicealmirante de las tropas sanmartinas— que, el Generalísimo sufría una significativa paranoia de delirios y obsesiones libertarias, acrecentadas por el éxito de las continuas victorias como, en efecto, sucedió con las batallas de Chacabuco y Maipú que dieron la independencia a Chile. De tal forma, los derramamientos de sangre eran compensados con los deseos de paz y libertad que los pueblos de América aspiraban. La balanza se equilibraba. Había que asumir el costo de la victoria.

Líneas más abajo, Arciniega Ballesteros afirmaba que Cochrane también había dicho: «Nunca sobrevolaron por el lugar aves con alas rojas y pechos de armiño. Solo fue la prolongación alucinada del Generalísimo por tratarse, como era natural, de momentos de tensión: sangre en rojo y, el anhelo de libertad y paz en blanco».

—De manera que hay —dijo Cuatemoc en el periódico—, la necesidad de conocer el perfil psicológico de don José de San Martín para saber hasta qué punto era influenciable por las imágenes oníricas en contraposición con las de la realidad.

Añadió que libros relacionados al tema de los sueños y la psicología podían ofrecer algunas respuestas. Por ejemplo, Las fronteras de los sueños (1930) del psicólogo brasilero Baldoqui Tiradentes que sostiene que los sueños son en su mayoría reflejos inconscientes de sus portadores, producto del cansancio natural que sufre el sistema nervioso. Por lo común, suscitados en respuesta a deseos no satisfechos, acumulamiento de imágenes de la realidad en el nervio óptico y dispersión del microcosmos interior por querer alcanzar espacios planificados y anhelados en el pasado.

Por tal, dice Tiradentes, en el proceso onírico, muchas imágenes «perdidas y encontradas» del inconsciente se mezclan y bifurcan en otras, con un orden inconexo y carente de sentido racional; otras veces, con prototipos de relaciones lógicas, reales y verdaderas que se construyen en el plano sensorial con posterior efecto de ser abstraídas en la realidad misma.

Al concluir la entrevista, Federico Cuatemoc afirmó que había que repensar si, efectivamente, don José de San Martín Matorras tuvo tal sueño y, si así fue, ¿qué tanto tuvo que ver con la creación de la bandera peruana? También puso en duda si realmente aquellas aves sobrevolaron por la bahía de Paracas.

—Pero, ¿cómo saberlo? —dijo—. Si hace más de un siglo y medio que el Generalísimo murió en Francia. Solo él hubiera podido decirlo.

Antes de despedirse, le pidió al entrevistador que tuviera en cuenta la definición de la palabra bandera, extraída de un viejo diccionario del 1900. Decía: «Fem. Pedazo rectangular o cuadrilongo de lienzo, tafetán o tela que sirve de distintivo. Sus colores representan la historia y los acontecimientos más resaltantes de una nación. En cualquier momento puede ser susceptible de cambio, diseño y tamaño».

Fin


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