Fujimorismo y antifujimorismo: la polarización se acrecienta


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Escribe: Luis F. Vilcatoma Salas | Nacional - 20 Mar 2016


Conforme transcurren los días y nos acercamos más al 10 de abril, fecha de las elecciones generales, se evidencia un antifujimorismo en desbordante alza, tal como lo evidencian las movilizaciones sociales en diferentes regiones del país contra la candidata Keiko Fujimori Higuchi; algo que pone en el juego de la política un factor importante, como es la memoria histórica colectiva no adelgazada con el paso de los años, sobre la mega corrupción y los crímenes de lesa humanidad cometidos por el desastrado gobierno de Alberto Fujimori, su padre, hoy cómodo inquilino de una de las cárceles del país, y de quien fue Primera Dama de la Nación por las razones conyugales que todos sabemos. Los esfuerzos del fujimorismo por desmarcar a su candidata de esa noche trágica experimentada en el país, no han sido suficientes porque, entre otras cosas, no han sido suficientes los cosméticos con los que ha intentado, durante todos estos años, disfrazar su responsabilidad también, por lo menos moral, profundamente moral, con los años de dictadura envilecida perpetrada por la dupla Fujimori-Montesinos.

La memoria histórica es la memoria de los pueblos sobre su pasado en la necesidad de aprender salvíficamente de él, sin confusiones ni mistificaciones, para construir nuevas narraciones colectivas legitimantes y motivadoras hacia una sociedad mejor. En razón a ello, la memoria colectiva se convierte en un espacio de disputa entre las clases dominantes y las clases subordinadas. Desde las posiciones dominantes, con el propósito de instituir una memoria colectiva distorsionada y a la medida de las necesidades de los sectores más duros del neoliberalismo expresados en el fujimorismo, para quien el régimen autoritario y corrupto de la dupla Fujimori-Montesinos fue “lo más conveniente para el país” más allá de los “errores” cometidos. Y, desde las posiciones populares, con la intención de mantener, recrear, fortalecer y proyectar, más bien, una memoria colectiva donde no se diluya toda la sufrida experiencia de cinismo, corrupción, devastación de los derechos humanos, apropiación y uso del Estado para el interés personal de un fanático grupete neoliberal, pérdida de derechos laborales, despedazamiento del tejido social por un individualismo y oportunismo escabroso, así como la imposición autoritaria de un modelo económico que ha extenuado nuestras propias capacidades de desarrollo nacional, al someternos incondicionalmente a las fuerzas globalizantes del capitalismo internacional y reforzar, así, nuestra situación de colonialidad en las garras del “pensamiento único” instituido por la ideología neoliberal mundial.

El denominado “fujimorismo”, de esta manera y en atención a sus orígenes, constituye toda una armazón sistémica política, ideológica, cultural y ética, construida en los años 90 del siglo anterior con los albaceas de la verdad burguesa de nuevo consenso capitalista. Un paquete compacto, mejor dicho, de pensamiento, voluntad e intencionalidades donde están el modelo económico neoliberal antisocial y antiambientalista, la apropiación corporativa y patrimonialista del Estado, el autoritarismo, la corrupción, el cinismo, el irrespeto por los derechos humanos y la manipulación ideológica de los sectores sociales más deprimidos. Un paquete político que no se puede tratar separadamente desvinculando abstractamente lo “positivo” de los “errores”, lo “bueno” de lo “malo”, el rostro aceptable del fujimorismo de su rostro repulsivo o, en un sentido más antropológico, al padre Alberto Fujimori de la hija Keiko Fujimori, como la propaganda mediática fujimorista pretende hacer creer a mentes desprevenidas, en la actual propaganda electoral que quiere hacernos comulgar con “la rueda de molino” de que la hija fujimorista es diferente al padre creador, precisamente, del fujimorismo. El fujimorismo es un engendro integral e irrenunciable por partes, de una sola pieza de comienzo a fin, y todo lo demás creado por el cogollo siniestro de este fujimorismo no son sino los afeites calculados, planificados y operacionalizados mediática y prácticamente para confundir la voluntad popular con el apoyo y el compromiso interesado, indudablemente, de acomedidos opinólogos áulicos que no dudan en ponerle alfombra roja a la ex Primera Dama del Fujimorismo Keiko Fujimori.

La memoria colectiva revulsiva, indoblegablemente activa y juvenilmente movilizada que está apareciendo estos días en rechazo a la candidatura del fujimorismo, es la prueba palmaria de un antifujimorismo en ascenso que, en el transcurrir de los días siguiente, habrá de definir la confrontación política central, en estas justas electorales, entre el fujimorismo y el antifujimorismo que podría advenir, en el corto plazo, en una contradicción más profunda todavía entre el continuismo neoliberal o el cambio democrático y patriótico del país como la contradicción principal de la sociedad peruana. Toda dependerá de que el antifujimorismo suave e hipocritón de un sector de la derecha política con sus candidatos en la escena política, que rivalizan con el fujimorismo de Keiko Fujimori solamente en el terreno de la ética y de las formas políticas, sin un deslinde raigal con el modelo económico neoliberal, advenga en un antifujimorismo principista y raigal que nos aproxime hacia una salida verdaderamente democrática al impasse histórico en que se halla el país.

Es indudable que la derecha económica y política, en esta contienda electoral, apuesta todas sus energías, nerviosismo, voluntad y recursos económicos en configurar la polarización política entre candidatos de la derecha política donde se ubica, en primer lugar, el fujimorismo duro confrontado, por su ubicación en las encuestas electorales, por un antifujimorismo blando (de derecha política, de formas, estilos y solamente concentrado en el aspecto ético pero no en el modelo económico) también de la derecha política como es el caso de Kuczynski, Alan García o Guzmán entre otros; tratando de evitar a toda costa que la polarización sea entre el fujimorismo duro de Keiko Fujimori y el antifujimorismo democráticamente raigal de la izquierda representada, en este caso, por Verónica Mendoza del Frente Amplio. A los poderes fácticos genéticamente antidemocráticos les da igual que ocupe la silla presidencial la fujimorista dura keiko Fujimori o un antifujimorista fofo, elástico, de formas y de ocasión, y por ello apuestan sus recursos hacia más de un candidato como está sucediendo ahora; pero lo que no les conviene y no está en sus planes estratégicos conservadores es que la confrontación y polarización se pueda dar entre el fujimorismo, en cualquiera de sus formas, y el antifujimorismo de izquierda con el trasfondo de la memoria histórica colectica del pueblo peruano porque, de ser el caso, esta confrontación podría advenir en una confrontación entre el continuismo del modelo neoliberal en el Perú o su cambio democrático y patriótico, como la contradicción principal a resolver en el actual periodo político por el que estamos atravesando.


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