Puno, la otra capital del Perú


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Escribe: Los Andes | Nacional - 29 Jan 2017

Uno de los escritores más conocidos del Perú, José María Arguedas, arribo a nuestra ciudad el 2 de febrero de 1967, para integrarse al Jurado del III Concurso en Homenaje a la Virgen de la Candelaria. No era la primera vez que visitaba Puno, pero sí su primera vez en la Fiesta de la Virgen de la Candelaria.


No creemos que exista en América un acontecimiento comparable, en cuanto a danzas y música, con la fiesta de la Virgen de la Candelaria te Puno. Pero este año ocurrió un hecho que magnífico aún más este acontecimiento: coincidió con el carnaval. Y así pudimos ver y oír la música y las danzas tradicionales del altiplano, las profanas y las religiosas interpretando el regocijo, la inspiración artística del pueblo con instrumentos y pasos de danza en los cuales podía sentirse y reconocerse la voz y la imagen de la América Andina, y de la Europa Popular de todos los tiempos.

La fiesta de la patrona de Puno ha cambiado al ritmo de los cambios que han convertido al Perú en un país que se moderniza desesperadamente y que, por eso mismo, cambia en la superficie que en la médula. Fui a observar y participar de la fiesta en mi actual condición de profesor de investigaciones folclóricas de la universidad agraria de la Molina; recibí una invitación de la federación folklórica departamental. Intentaré escribir un ensayo académico sobre el tema, pero creo que es conveniente informar al Gran público acerca de esta fiesta, de su importancia para todos los peruanos y para quienes visitan.

La festividad tiene dos fechas principales: el Día y la octava. El 2 de febrero, día de la virgen, acudían a Puno los bailarines «del campo»; una multitud de indios con sus instrumentos antiguos y modernos, con trajes cargados de pedrería, como en «la morenada», o con gorros, o disfrazados de cóndores y llameros, acompañaban a la procesión. Algunos barrios mestizos de la ciudad ofrecían a la Virgen comparsas de «Sikuris», principalmente el famoso barrio «Mañazo», se afirma que la más numerosa e imponente. Así, la fiesta religiosa principal de puno tenía las mismas características que todas las demás de los pueblos andinos: mestizos e indios la solemnizaban y le daban colorido. En las danzas le mostraba a la patrona y las castas o clases dominantes, sus creencias y su concepto sobre sociedad y el mundo. Podían entonces, permitirse ser claros y elocuentes para quienes eran capaces de entender símbolos, frecuentemente de significación no muy indirecta: magistrados, autoridades, representantes de los poderosos, podían aparecer entre los personajes de los bailarines con un rostro cruel y repulsivo o cóndores, osos, indios, negros toros o serpientes eran mostrados en figuras llenas de gracia o de majestad, o de temible apariencia.

La octava de la Fiesta de la Virgen de la Candelaria de Puno era la fecha de la ciudad. En las últimas décadas, la Octava se convirtió en el día más importante; los barrios de la ciudad transformaron la presentación de las comparsas de danzas en una especie de competencia que otorgaba prestigio y que, por la misma razón, comprometía el prestigio del barrio. El Instituto Americano de Arte de la ciudad le dio formalidad a la competencia popular y organizó un festival, una especie de concurso de danzas, el día de la octava, en la plaza de armas.

Hace cuatro años, los conjuntos de bailarines que intervienen en el desfile y exhibición de la Octava decidieron federarse y organizar por su cuenta un concurso aún más formal y presentarlo en el Estadio Monumental de la ciudad. La iniciativa tuvo buena acogida en todos los barrios y sus autores lograron contagiar a algunas de las comunidades de la provincia y de otras provincias vecinas.

El III Gran Concurso Folklórico se realizó este año en la Octava de la Fiesta de la Virgen que desde la iniciación de estos festivales, se celebra no al octavo día sino el domingo siguiente al 2 de febrero

Más de dos mil bailarines y trescientos músicos actuaron en el Estadio ante una multitud de veinte mil personas. De los 27 conjuntos, seis procedían de pueblos y 21 de los barrios de la ciudad. Se pudo así observar las modificaciones que los grupos populares han introducido en danzas que eran exclusivas del campo como la «llamerada», los «sikuris» y la «morenada» y la presentación de nuevas danzas como el «Rey Moreno». Los conjuntos urbanos han cargado de pedrería, de cintas de oro y plata, de lentejuelas, los trajes que antes eran llanos; algunos han modificado los pasos, la propia coreografía y el número de los personajes y de los músicos, la competencia los ha estimulado e inducido a crear, con el objeto de dar a los conjuntos mayor brillo, espectacularidad, lujo. Los grupos tradicionales, de los cuales derivan estos de la ciudad, aparecen ahora ante los ojos de la multitud urbana como algo «pobres» y sencillos. Y aun dentro de los propios conjuntos urbanos, en ciertos barrios, se han establecido nuevas jerarquías sociales que se expresan en nuevos grupos de danzas.

De los mil bailarines que participaron en el último concurso, la mayoría era de procedencia aymara. Ellos presentan las danzas más lujosas; se refuerzan con trajes y bandas de músicos que alquilan en Bolivia. Bailaron como pájaros, como demonios y ángeles en el campo de grass y ante el regocijo del sol que durante esos domingos de concurso ha disipado siempre las nubes y también interviene en la gran fiesta; los pocos conjuntos quechuas aparecieron con sus armoniosos trajes, cantando y bailando con tono profundo y tierno, que contrasta con el ritmo, que nos parece enérgico, de la música aymara. El estadio monumental de Puno, aquel día 5 de febrero, durante cinco horas mostró el desfile más espectacular, más cargada de símbolos y de significado que es posible presentar en la América Latina.

Oímos al antiquísimo siku y las trompetas y saxofones, los pinkillos y trombones, cada instrumento, por sí solo y en el conjunto al que había sido integrado volcando el sentimiento de hombres ya socialmente diversificados y que consideran el mundo y su propia vida, con valores y conceptos diferentes. Como un río, cuyas aguas provinieran de universos muy distintos, desfilaron los veintisiete conjuntos del III Gran Concurso Folclórico de la fiesta de la Virgen de la Candelaria de Puno. Desfilaron en el Estadio, en las calles y en la Plaza de Armas de la ciudad. Ante las autoridades y el público, a ratos silencioso y a ratos enardecido, pasó el gigantesco, solemne, fino y resplandeciente Caporal Mayor de la danza del «Rey Moreno» del barrio de Laykakota: el minero y exguardia civil Alberto Pizarro, encabezando el desfile en la Plaza de Armas, y a poca distancia, el otro Caporal, Señor Ángel Oda -alto funcionario de un Banco-, que cargaba la pedrería de su traje y las múltiples cabezas de demonio de su máscara cinco arrobas, con indefinible gracia y majestad

En ninguna región del Perú y sin duda de América, pueden encontrarse tan variadas y tantas danzas como en Puno. El hecho tiene, aparentemente, una explicación clara: coexisten en el altiplano la tradición quechua y la aimara, que son diferentes y, durante el periodo colonial y republicano, se formaron en esa gran área tipos de mestizaje cultural entre los dos núcleos humanos prehispánicos y el occidental en grados de «mezcla» más diversos que en otras áreas. Existe, por esa causa, una mayor complejidad y diversidad de tradiciones en la población puneña y cada grupo, estrato o conjunto, encontró en la danza y el canto la forma más libre y amplia de expresar todo su mundo interior. La danza y el canto fueron y son no solamente el único lenguaje libre permitido a la población sojuzgada, sino que, además están sustentados por una tradición milenaria. Esas formas de arte fueron en la antigüedad el lenguaje predilecto de la multitud. Por eso el desfile de las danzas puneñas en las calles y Plaza de Armas de la Ciudad fue el espectáculo más cargado de significado que vi nunca; y le dije al Prefecto del Departamento, mientras lo observábamos: «Este desfile en los Campos Elíseos de París o en la Quinta avenida de Nueva York causaría deslumbramiento y despertaría en los espectadores inquietudes jamás suscitadas antes en el corazón y la conciencia de esos públicos». Pero cuando en nuestro país se llegue al convencimiento de que nuestras danzas y música continúan siendo por su originalidad y su riqueza, lo que de veras «vale un Perú», que constituyen una creación humana que contribuiría a enriquecer no la industria de las metrópolis extranjeras, como el cobre o el estaño, sino las fuentes de su meditación y de su goce espiritual, entonces acaso sea algo tarde. Mediante estas danzas de Puno y las del Cuzco y las de Junín y Ancash. Enviaríamos algo que nos permitiría recrear y deslumbrar a Europa o a los Estados Unidos y no solo suministrarles materiales que les permitan acrecentar su dominio sobre nosotros ignorándonos frecuentemente como naciones creadoras y soberanas.

Mientras tanto, la capital simbólica de la danza latinoamericana, que es la ciudad de Puno, donde los doctores, los llameros, los choferes, los enfermeros, los enfermos, los industriales y obreros danzan con excepción del señor Rector de la Universidad del Altiplano, que es un tecnólogo muy occidentalizado, seguirá transformando y creando trajes, danzas, mudanzas coreográficas. Y ojalá sigan haciéndolo con medida, auténticamente, para su propio regocijo, sin dejarse obsesionar por la conquista de Lima, ni de otras metrópolis sino para dar curso a la carga de tempestades de energía, de silencio, de casi insoportable belleza que el altiplano, el lago y el cielo de Puno sigue alimentando en la criatura humana que trabaja en tanta altura, sobre el verdadero techo del Nuevo Mundo. Y que, por respeto a esta ciudad y departamento, se clausure la Escuela Oficial de Danzas Folclóricas y se organice un centro, un instituto bien equipado en personal e instrumentos, pues, si bien resulta absurdo tratar de enseñar danzas folclóricas a los puneños, es un cambio urgente estudiar su folklore; registrarlo, describirlo e investigar sus orígenes y su valor como testimonio social y como expresión artística.

A este respecto, conviene dejar constancia que la Casa de la Cultura del Perú levantó una información completa del III Concurso Folclórico y de la Fiesta. El etnomusicólogo Josefal Roel Pineda, jefe de Departamento de Folklore, dirigió el trabajo; lo auxiliaron el fotógrafo y cameraman peruano Abraham Guillen, Jaime Guardia y un cameraman francés. Así el concurso y la fiesta de 1967, han quedado perennizados; danzas, música, procesión, todo el ambiente humano y el paisaje podrán ser contemplados y estudiados reiteradamente.


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