Crónica El oro de las jovencitas del colegio Santa Rosa


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Escribe: Juan Manuel Castañeda Chávez | Opinión - 30 Aug 2014

Las chicas salían del colegio en forma desordenada pero entusiasta, con esa clásica característica juvenil de la eterna sonrisa a flor de piel y la carcajada pronta a estallar, si algo repentino lo ameritaba. Con ellas también iba un rumor indefinible, un runrún semejante al sonido de las avispas, producto del murmullo de cuarenta y ocho jovencitas comentando, gritando o chillando sus impresiones del día y a la vez que también se despedían.

Entonces, del colegio como epicentro, poco a poco, las voces partían en todas las direcciones; unas se dirigían hacia abajo, rumbo a la zona aledaña al lago Titicaca que en aquellos años todavía exhibían sus aguas limpias y azules, otras en cambio caminaban en sentido del cerro Huajsapata y algunos grupos de alumnas se sentaban brevemente en la pequeña plazoleta rodeada de árboles nativos que está ubicada detrás de la Catedral, para luego irse a sus hogares. En fin, todas las alumnas regresaban a casa y el colegio, temporalmente, recuperaba la calma. Corría el año de 1964.

Aquel año las estudiantes terminarían sus estudios convirtiéndose en la promoción Paulo VI, por tanto, este cotidiano pero vital momento en la vida de aquellas estudiantes visto a la distancia representa entonces una etapa importante en la historia del colegio. Y siendo esta señera institución educativa protagonista, por su fin formativo y educativo, en la sociedad de la ciudad lacustre, esta instantánea se convierte también en una faceta de la historia contemporánea de la ciudad de Puno.

Volviendo a la vida estudiantil de aquellos años; una estampa de antaño cual foto antigua que va perdiendo aquellas tonalidades sepia cuando le ponemos rostro y calidez y va adquiriendo color, vida y movimiento cuando imaginamos a aquellas señoritas, dedicándose a sus quehaceres estudiantiles, ataviadas con la vestimenta reglamentaria de aquellos años.

El uniforme del colegio en aquel entonces consistía en una falda plisada color azul, combinada con una blusa blanca y se complementaba con una torera azul y en días de fiesta se añadía un elegante sombrero azul. Entre los días marcados con resaltador en el calendario del colegio en primer lugar estaba el 30 de agosto, día de Santa Rosa de Lima, santa peruana por excelencia y patrona del colegio desde el momento de su fundación institucional el 10 de marzo de 1928 por Resolución Suprema Nro. 569, en el mandato del presidente A. B. Leguía.

Aquel día se celebraba la fiesta familiar en los patios del colegio, había kermese y se departía un día de confraternización estudiantil. A pesar de la severa moral que imponían las monjas de la Congregación Dominica, las chiquillas se las arreglaban para intercambiar miradas traviesas y sonrisas cómplices con algún muchachito de algún colegio de varones. Como ocurre en todo lado, en esta vecindad estudiantil se crearon traviesos denominativos que ya pertenecen al registro histórico de la ciudad; a las estudiantes del Colegio Santa Rosa les llamaban “vacas”, como a los del Colegio Nacional San Carlos les llamaban “burros”. Y si seguimos indagando seguramente hallaremos todas las especies del reino animal representadas por lustrosos colegios, pero no es el ánimo de esta crónica indagar en otros menesteres que no sean los del colegio Santa Rosa.

El colegio era tutelado por la Congregación de las Dominicas por tanto habían muchas religiosas españolas. Las estudiantes recuerdan con especial cariño a la directora, la religiosa María Goretti quien en el último año fue reemplazada por la Madre Nieves. Junto con ellas, en la mente de todas las alumnas del colegio, está la figura de la peruana Madre Pía, quien llegó a Puno muy joven y se fue anciana, por eso ella representaba el alma mater del colegio.
Hablamos del año 1964 y entonces la formación que recibieron estas niñas fue estricta, exigente y religiosa. Las Dominicas eran rigurosas pero correctas, en suma, fueron unas muy buenas preceptoras que, a juzgar por el recuerdo que las ex alumnas les tienen, cumplieron su misión de transmisión de valores y conocimientos con el fin de formar buenas personas, como acreditan las chicas de la promoción Paulo VI.

Pero para aprobar los cursos no era suficiente con asistir a clases, había que ganarse con esfuerzo las notas aprobatorias, y el ritmo no era fácil, los horarios de estudio eran dobles; el primer turno era por la mañana hasta algo más del medio día, luego de ello las jovencitas iban a su casa a almorzar y debían volver al colegio otra vez por la tarde. Sin embargo, es justo decir que en este agitado itinerario siempre había tiempo para degustar, en el camino y a la carrera, un insuperable alfajor del Parque Pino o tal vez una salteña de la Plaza de Armas.

Luego de una larga jornada, el colofón final del día estudiantil, como no podía ser de otro modo en un colegio religioso de aquellos años, finalizaba rezando las letanías del rosario en la Catedral, incluido el obligatorio velo blanco sobre aquellas inquietas cabezas.

De aquellos días de frenético ritmo de estudio en la vida de estas niñas han pasado cincuenta años, y ahora celebran las Bodas de Oro de la promoción Paulo VI, 1964-2014, del Colegio Nacional Santa Rosa de Puno.

Las jovencitas finalizaron el colegio y literalmente, cual bandada de palomas, volaron del recinto. Crecieron, se integraron en la vida laboral, intelectual, económica y festiva de la ciudad, especialmente en la fiesta de la Virgen de la Candelaria. Muchas de ellas se establecieron a lo largo y ancho del país, y otras eligieron el extranjero. Se convirtieron en madres y luego en abuelas, y fueron protagonistas de los eventos del último medio siglo.

Estando juntas, el silencio deja de existir y el murmullo crece otra vez, conforme las ex alumnas van llegando y reuniéndose después de tantos años. Comparten una larga amistad llena de recuerdos que se mantiene después de todo este tiempo y que es más valiosa que el oro. Dudan que puedan caber en el antiguo uniforme que les caracterizaba, pero al reencontrarse lucen esa alegría juvenil que siempre iba con ellas, y destellan esa sonrisa a flor de piel y aquellas carcajadas que no necesitan de mucho para estallar, otra vez.


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