Universidades para el desarrollo II


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Escribe: Ignacio Pareja Amador | Opinión - 29 Mar 2015

En la colaboración anterior brindamos una introducción y un breve desarrollo sobre el denominado “Nuevo Modelo de Universidad” planeado e implementado en el sureño estado de Oaxaca, en México, por el Doctor Modesto Seara Vázquez.

Dimos cuentas del rol de las universidades como detonadoras de la transformación social; del impacto que deben tener en su demarcación geográfica; del papel del Estado en su equipamiento, pero también de la responsabilidad individual de los estudiantes para enfrentarse a un modelo exigente, disciplinario y completo, que requiere de gran concentración y compromiso.

Hablamos de la administración de las universidades, donde se privilegia menos burocracia y más eficiencia. También del elitismo académico, necesario en aquellas demarcaciones que requieren profesionales de alto nivel para revertir condiciones socioeconómicas de atraso. De la importancia del hábito de la lectura y la escritura como instrumentos estándares en todas las ramas del conocimiento, así como del uso de los idiomas como herramienta vital para competir por oportunidades más allá de las fronteras nacionales con universidades de gran arraigo e historia en el país.

Hay tres aspectos particulares que diferencian a este “nuevo modelo de universidad” de las demás instituciones de educación superior pública: su accesibilidad económica, su enfoque emprendedor y su imparcialidad política.

En teoría, cualquier persona que desee estudiar en este “nuevo modelo” puede hacerlo, ya que el mismo cuenta con un sistema de pago diferenciado, esto es, cada alumno paga de acuerdo a sus capacidades económicas, de manera que la gran mayoría de estudiantes cuentan con becas del 80 al 100% en su colegiatura. Además, esta beca no es excluyente, sino que se puede acompañar por cualquier apoyo de excelencia académica como los que brindan los distintos órdenes de gobierno.

En cuanto al enfoque emprendedor, el Doctor Modesto Seara ha sido muy claro en externar que el objetivo del “nuevo modelo de universidad” no es en sí generar mano de obra para las empresas, sino construir liderazgos locales que propicien la transformación de sus comunidades. En este sentido, los estudiantes son instruidos con una fuerte responsabilidad social, pues al final de cuentas, los profesionales con alto valor agregado sirven como “catalizadores” del progreso.

El tercer aspecto a distinguir es la ausencia de la política dentro del campus universitario. Si bien cada estudiante como ciudadano tiene derecho a poseer X o Y preferencia política, la universidad y sus campus mantienen una imparcialidad digna de resaltarse. La universidad no es un campo fértil para las deplorables batallas electorales que se viven en los espacios públicos, pues su función rebasa los objetivos superfluos del poder en México.

Personalmente, he sido testigo de cómo los tiempos políticos detienen el desarrollo de las actividades académicas en otras universidades públicas del país, lo cual daña en demasía a toda la sociedad, ya que un país en desarrollo no puede darse el lujo de detener ni un momento su progreso, menos por las intenciones individualísimas de los grupos políticos, que no entienden realmente el papel transformador de las universidades.

Justamente esta imparcialidad política permite a las universidades del SUNEO cumplir a cabalidad con sus calendarios escolares, con clases normalmente de lunes a viernes, ocho horas al día, un rigor académico que exigen los competitivos tiempos del siglo XXI.

Percibo dos enormes retos para este nuevo modelo de universidades. El primero es sobrevivir a las tentaciones políticas que han convertido a la educación en un instrumento de presión que desvirtúa su sentido social. El segundo, la reactivación de la diáspora de egresados, quienes están conquistando diversos espacios importantes, tanto en el país como fuera de él.

Este nuevo modelo de universidades para el desarrollo es un modelo perfectamente replicable en otros Estados, incluso me atrevo a pensar en otros países que viven situaciones similares a las que tiene el sureño Estado de Oaxaca, una de las tres entidades más pobres de México.

Aunque la perspectiva de la educación sigue una tendencia progresista, con menos horas de clases, menor rigor en horarios y con más libertad y responsabilidad para los estudiantes (un modelo que siguen los países desarrollados), en aquellas naciones donde los niveles de educación básica y media superior no son los deseados, este nuevo modelo de universidad funge como un equilibrador en la balanza, que crea disciplina y responsabilidad académica en los estudiantes, desarrolla sus capacidades intelectuales, impulsa su enfoque social y les abre un mundo de oportunidades para que puedan sumar a favor de sus comunidades y por ende en beneficio de su país de origen.


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