No es amor, es igualdad


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Escribe: Francoise Cavalié Apac | Opinión - 04 Jul 2015

La naturaleza nos ha creado para ser libres, pero esta libertad, a lo largo de la historia humana, nos ha hecho esclavos. Nuestros derechos e ideales están grabados en nuestra sangre, pero nuestra humillación está escrita en la historia. Los eternos ideales de libertad y justicia están sometidos a la libertad de los que ejercen poder y amedrentamiento. Desde la restricción y el sometimiento por el color de la piel, el género, la condición social y hasta por las diferentes formas de expresión del ser, la humanidad sigue presa de sus propios miedos.

¿Igualdad para qué? La igualdad no se pregunta, no se cuestiona ni justifica; tanto es así, que los que se ven obligados a explicarla son los que justifican alguna forma de desigualdad y pretenden vendernos la idea de que esta es necesaria, en cierta medida, para formar los cimientos de una sociedad. Los seres humanos tenemos los mismos derechos porque pertenecemos a la misma especie, porque nacemos iguales en dignidad. Y la igualdad, lo mismo que la libertad, son fines en sí mismas; juntas son el fin supremo de la existencia humana, de una vida digna y de una justicia maravillosa, porque la igualdad no da cabida a ningún tipo de desventaja ni privilegio.

Pero la igualdad está enferma, y defenderla se hace más difícil. Los ideales y sueños sobre ella, la libertad y la fraternidad invocados en el pasado, han fracasado a manos de la violencia, el miedo, el silencio, el abuso de poder y el derecho a culto convertido en libertinaje. ¡Qué hipocresía es reconocer la igualdad sólo en algunos derechos, y qué rabia contra aquellos que deciden que la igualdad debe ser limitada y condicionada para las minorías! La igualdad es más necesaria (y contradictoriamente es más escasa) cuando hay desproporción, cuando hacen falta la libertad de elegir, la posibilidad de decidir sobre el propio cuerpo, el acceso de oportunidades para todos, las libertades de sentimientos y expresiones; es decir, es necesaria una igualdad de facto.

En la carrera de Derecho se aprende, tristemente, que la igualdad es sólo una palabra bonita, porque en la realidad estimula toda clase de desigualdades físicas y/o sociales. En la vida real, la igualdad es decisión de la necedad y el egoísmo de un grupo autoproclamado Dios de la legalidad, de la falsa justicia y de la hipócrita moral.

Pero, en una sociedad justa y legal, nadie debería estar privado de libertad. Todas las personas, sin excepción, tendríamos los recursos legales necesarios para elegir nuestra propia vida sin que esta elección pusiera en peligro la vida y la libertad de los demás. ¿Acaso el amor puro entre dos personas del mismo sexo pone en peligro la vida de alguien? ¿Acaso alguien corre el riesgo de morir o de perder su libertad? ¿Por qué la igualdad debe estar condicionada a una supuesta moralidad? ¿Qué hace a unos creer que merecen más derechos que otros? ¿Qué te hace pensar que tu vida es intachable moralmente?

Por el principio de igualdad, las personas homosexuales, trans, etc. tienen los mismos derechos que los heterosexuales, y es totalmente injustificado todo tipo exclusión. Así como pretender vincular la exclusión de las personas homosexuales del matrimonio con el pretexto de proteger a la familia y la supervivencia del ser humano es absurda y discriminatoria.

La finalidad del matrimonio es la protección de la familia como realidad social, y no la procreación en sí. Además, el Tribunal Constitucional ha modificado la concepción clásica de la familia (papá, mamá e hijos), por un concepto que se adecua más a nuestra realidad social (abuelos y nietos, tíos y sobrinos, mamá e hijos, papá e hijos, etc.), como lo establecen los conjuntos normativos de varias entidades. No sólo es absurdo utilizar un argumento como la procreación para reprimir derechos, sino que, de seguir tal disparate, sería también ilegal el matrimonio entre dos heterosexuales con incapacidad de concebir.

Así como ninguna norma, decisión o práctica del derecho interno pueden disminuir o restringir los derechos de una persona a partir de su naturaleza sexual, tampoco puede hacerlo ninguna autoridad estatal, mucho menos particulares o representantes de cualquier religión.

¿Es tan difícil de entender lo que significa ser un Estado laico? El señor Cipriani tiene todo el derecho a opinar y a decir todas las sandeces a las que ya nos tiene acostumbrados; pero sí es inconstitucional que estas influyan en las decisiones políticas, y lo que es peor, pongan en riesgo los derechos fundamentales, corrompiendo la naturaleza de la igualdad legal.

El mundo está cambiando: Holanda, Bélgica, España, Canadá, Noruega, Suecia, Portugal, Islandia, Dinamarca, México, Argentina, Uruguay, Estados Unidos y ahora Colombia nos están devolviendo la esperanza y el verdadero sentido de igualdad. Pero lo que más quisiera es que el Perú, algún día no muy lejano, se quitara la venda del odio y el miedo, y que con mejor educación y respeto, pudiéramos pintar de colores, no sólo una simple foto, sino todo el mundo, de tonos inclusivos y justos, que brillaran tanto, que fueran capaces de borrar todo rencor, así como egoísmos pasados y presentes.

(*) Publicado en el portal NoticiasSER

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