Ha muerto la Esperanza


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Escribe: Omar Aramayo | Opinión - 21 May 2016

No hay esperanzas para los muchachos; escuchen, por favor. Las únicas que tienen están en un revólver, en un cuchillo, en una granada de guerra. Para ellos no hay universidad, los espera la comisaría, la cárcel, la chicha canera, la oportunidad de encontrarse con un capo docto en el tráfico de drogas, en la extorsión, en negocios mal habidos. Para ellos, la música clásica es la sirena de los patrulleros.

Para ellos las mujeres fieles o infieles pero intensas, oportunas, comprometidas con la circunstancia, con el billete. Los espera la aventura de vivir, de correr, de esconderse, de caer, y de salir, y de volver a caer. Del pasaporte falso. No tienen ningún compromiso con la rutina, con el tedio o la repetición. Están hechos para las grandes alegrías y tristezas, son amorales. Fríos ante la vida o la muerte.

Un muchacho sale dando disparos al aire y acierta en una niña que no ha cumplido un año, dispara sobre otro joven como él cuando ya está en el suelo sin posibilidad de defensa, sobre una muchacha cuyo tesoro es su celular o una laptop. No tiene esperanzas. No espera nada de nadie, de sus padres o de la sociedad, de la autoridad en su trono.
De eso son responsables los políticos que durante cincuenta años han atentado sistemáticamente contra la educación; los ministros que se han enriquecido a costa del país, lo han pauperizado; los congresistas con sus discursos patibularios que han creado un país de ficción. Nuestro problema está en el alma del país.

Ninguna oportunidad para las nuevas generaciones, educación, trabajo ni promoción del trabajo. Nada. Están excluidos de las corrientes de pensamiento, de la política, de su propia generación; no son pulpines, son gatilleros.

La Esperanza ha muerto y muy pocos se han dado cuenta. Ha muerto de inanición; la Esperanza para vivir necesita alimentarse de realidad. Ha muerto en los conos de Lima, donde alguna vez floreció, en el hogar de provincianos honrados y trabajadores, que conquistaron esos arenales donde antes de ellos no crecía una brizna; allí han aparecido, como hongos, adolescentes y jóvenes que asaltan al que puede, al que tiene, y ahora a cualquiera.

Por supuesto que es la Esperanza ¿Nadie la reconoce? ¿Nadie quiere ver su rostro ensangrentado, su cuerpo exánime? Ha sido expulsada de los hogares, del corazón de los jóvenes, vulnerada mil veces en la mente. Ninguneada por los candidatos y por la autoridad. No hay esperanza para los muchachos. Pobre Perú.


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