Thursday 28.03.2024 | Actualizado 11:08 (hace 1962 días)
En la mañana del 25 de diciembre del año pasado, tenía en mis brazos a mi sobrino, y mientras él reía yo era feliz; me decía a mí misma que debe ser el niño más feliz del mundo porque todos nos morimos de amor por él, y queremos lo mejor para su vida; y aunque él no pida nada aún, tiene todos los juguetes que bien podrían hacer feliz a muchos niños. Pero no todos los niños son felices, y las navidades son distintas, incluso la vida misma es diferente. Y es que no siempre hay un juguete en navidad, ni siquiera una familia, ni un abrazo de mamá.
Muchos niños y niñas trabajan desde que aprenden a hablar, viven en las calles; mendigan amor, compasión y comida, y a cambio sólo reciben golpes y explotación; cambian su inocencia por sobrevivencia delictiva y prostitución, y el juguete que nunca recibieron es un arma para atacar o defenderse. Incluso teniendo un hogar físico y las necesidades básicas cubiertas, viven rodeados de violencia familiar y sexual. Las niñas ya no reciben juguetes en navidad ni piden deseos en año nuevo; ahora reciben una maternidad impuesta por un Estado que no pudo protegerlas de una violación y por un grupo de fanáticos religiosos que se golpea el pecho mientras juzgan y sentencian la vida de niñas inocentes por ser violadas todos los días por sus vecinos, abuelos, tíos, padres, y hasta hermanos; y algunas ni si quiera llegan a casa vivas.
Y en lugar de poner interés en los tantos niños que aún no estudian, los padres de la patria, por intereses personales, censuran la reforma educativa; porque no sólo censuran a un Ministro, censuran todo el esfuerzo y tiempo invertido de especialistas, directores y educadores que apuestan por un cambio en la educación. Y mientras que el mismo grupo de fanáticos religiosos que obliga a las niñas violadas a ser madres, mal informa a la sociedad y confunde el derecho a la igualdad y el respeto con la falsa ideología de género, cientos de niños, niñas y adolescentes se suicidan por ser diferentes, porque nadie les enseñó que todos son iguales ante la ley.
Y es tan raro todo esto, porque en la universidad te enseñan que los derechos son iguales para todos, y en especial para los niños y niñas; pero todo es mentira, nadie tiene los mismos derechos, y los niños no son prioridad. No todos los niños son amados como mi sobrino, y ya muchos no saben que es sonreír.
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