La asimétrica Batalla por Puno


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Escribe: Christian Elguera | Opinión - 09 Jan 2017

José María Arguedas hablaba en 1962 del “monstruoso contrasentido”. Con este término se refería al modo en que la cultura andina ha sido valorada únicamente desde una perspectiva letrada (artística o intelectual), desatendiendo las disyuntivas sociales. “Lo incaico tiene un alto prestigio, lo indio está aún cargado de menosprecio”, anotaba Arguedas. En este sentido, el libro de José Luis Rénique, La batalla por Puno (La Siniestra Ensayos 2015), es una historia del monstruoso contrasentido en territorio puneño, un mapeo de las políticas asimétricas entre perspectivas campesinas y vertientes letradas, estatales, izquierdistas y senderistas.

Rénique rastrea las tensiones que hay por las asimetrías existentes entre los diversos grupos de poder que compiten en la configuración simbólica de Puno, y las propias políticas e intereses del campesinado. Así, el significado de la Batalla es una tensión por la representación del área andina. Quien tiene derecho a producir un tipo o modelo de sujeto andino. Desde las propuestas civilizatorias de intelectuales decimónicos (como Juan Bustamante y la Sociedad Amiga de los Indios) hasta el proyecto indigenista se busca “la integración del indio a la nación”.

Por ejemplo, el mencionado José Bustamante ante un clima de rebeliones campesinas en el siglo XIX considera que “preciso, era, por tanto, no pensar ‘más en sublevaciones como lo hicieron en días pasados, porque eso no les ha traído sino el exterminio y la muerte”. En una posición filantrópica se detecta el interés por reducir la agencia política indígena. Lo mismo sucede con la generación del 900 o con la Asociación Pro-Indígena de Dora Mayer y Pedro Zulen, con una tendencia a descuidar la realidad de la “despótica dominación de los poderes locales en Puno” (o en los Andes), y produciendo representaciones de una supuesta masa indígena a la que hay que brindar tutelaje.

El libro de Rénique ofrece un panorama del poder gamonalista (latifundista) y de las defensas de los propios campesinos en el siglo XX. Esto permite entender mejor las tesis de Mariátegui o las gestas de Luis E. Varcárcel, así como también el proyecto de Reforma Agraria de Velasco. No obstante, el autor plantea sus críticas y enfatiza la asimetría en el proceso de interactuar con las propias políticas campesinas. Entre una idealización (justificada por la exclusión indígena) y la maquinaria estatal de burocracias y buenas intenciones, el sujeto andino va siendo estratificado dentro de un imaginario letrado-nacional.

El recuento de estos desencuentros atraviesa la historia del país. De aquí que en muchos aspectos el caso de Puno pueda ser leído como una resonancia a nivel regional andino. Las vías de solución ante lo que se perfila como un problema de modernización en el territorio conocido como la “mancha india” del país, tiene un tono álgido en los 80s y 90s. Entre el populismo aprista, el avance senderista, la militarización y las pugnas de izquierda, los pobladores rurales van articulando su propia agenda.

Un ejemplo de cómo la Batalla por Puno va creando un imaginario andino-nacional, que no colinda con un cotidiano político andino, es el caso de lo que Alan García llamó los Rimanakuy. En 1986 el gobierno aprista ideó una serie de eventos donde el entonces presidente dialogaría con líderes campesinos en aras de configurar una reestructuración agraria idealizada. A la par, el Partido Unificado Mariateguista (PUM) intentaba asumir una posición más acorde con las exigencias campesinas, acaso radicalizando medidas frente al Estado. No obstante, en ambos casos, entre lo que Rénique llama “el Ande rojo versus el trapecio andino”, la comunidad campesina exigía otro tipo de soluciones y eran otros sus modos de hacer política, y otro su pragmatismo.

Se observa aquí un doble movimiento. Primero tenemos una batalla representacional letrada-estatal. En segundo lugar, advertimos el aprendizaje político de las propias comunidades y la tensa coexistencia entre los propios pobladores rurales. Comentando el trabajo de Juan Carlos Málaga Arce, Rénique da cuenta de este segundo aspecto: “Málaga Arce se sintió obligado a recordar a su audiencia capitalina que la comunidad contemporánea no era ‘la agrupación ideal del Incanato’. Que se trataba, más bien, de ‘grupos de parceleros que se hacen reconocer oficialmente como comunidades con la esperanza de obtener algún beneficio extra del Gobierno”

En este trayecto es importante explorar cómo el fujimorismo logró una hegemonía en Puno el año 1995. Es decir, la imagen del “curandero chino” de la que habla Carlos Iván López Degregori, encuentra una coyuntura favorable en un contexto que tiene a la des-politización en aras de un discurso progresista. Las mejoras económicas, y su carnadura política, que caracteriza a las demandas campesinas solo “parece” ser escuchada en un terreno donde concluye un tipo de imaginario andino y comienza otra apropiación o estratificación estatal, más acorde con el proyecto político liberal. El monstruoso contrasentido no acaba, solo obtiene sutiles matices. La asimetría de poder entre el espacio cotidiano andino y una retórica estatal paternalista no cesa de producirse.


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