Ascenso y caída de Odebrecht en Latinoamérica (IV)


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Escribe: Malú Gaspar | Opinión - 06 May 2018


El escándalo en torno a la constructora brasileña Odebrecht, que como último acto en nuestro país forzó la renuncia de Pedro Pablo Kuczynski a la presidencia de la República, fue excelentemente tratado por el diario carioca Folha de Sao Paulo, hace poco. Considerando ello, y porque creemos que tal reportaje merece difusión, ahora les entregamos la cuarta parte del mismo.

Ollanta Humala, el tercer presidente peruano mencionado en la delación de Odebrecht, entró en la historia de la mano de Luiz Inácio Lula da Silva. Hasta las vísperas de la primera vuelta de las elecciones de 2011, era un candidato casi insignificante. Las encuestas lo daban en cuarto lugar, detrás de Alejandro Toledo, Pedro Pablo Kuczynski y Keiko Fujimori. En agosto de 2010, Jorge Barata había recibido un llamado de Marcelo Odebrecht que lo sorprendió. El jefe le ordenaba inyectar 3 millones de dólares en la campaña de Humala. Por estar familiarizado con la política peruana, a Barata le pareció una temeridad. Las posibilidades de victoria del candidato parecían remotas, y por otra parte, en la hipótesis improbable de que llegara a presidente, Humala –un exteniente-coronel y estatista fervoroso– podría querer nacionalizar los activos de la constructora. El ejecutivo prefería a Keiko Fujimori, hija del exdictador Alberto Fujimori, preso por corrupción desde 2005. Marcelo Odebrecht, sin embargo, aclaró que el donativo era un pedido personal de Lula –y el dinero saldría, como después se supo, de la cuenta reservada al expresidente en el sector de coimas de la constructora–. Barata obedeció. Tras ganar las elecciones, Humala fue agasajado por Odebrecht en una cena en su casa, en San Pablo. El presidente peruano y su esposa Nadine Heredia fueron a agradecer la ayuda recibida, como el propio anfitrión declararía ante el Ministerio Público.

El Departamento de Operaciones Estructuradas enviaba el dinero que se destinaba al candidato de Lula a la oficina de Odebrecht en Lima. A cada remesa, Barata llevaba él mismo los billetes en una maleta a un departamento que funcionaba como cuartel general de campaña, en Miraflores, y allí el ejecutivo se la entregaba a la futura primera dama. Cerca de 1,5 millón de dólares entró así, por manos de Barata, en la campaña de Humala. Otro 1,5 millón de dólares se depositó en cuentas bancarias indicadas por los publicistas del candidato –Luis Favre y Valdemir Garreta, conocidos personajes de la política brasileña–.

Antes de incursionar en el marketing político, Garreta se había desempeñado como secretario de Comunicación de Marta Suplicy en la Alcaldía de San Pablo y como miembro de la Mesa Ejecutiva Nacional del Partido de los Trabajadores. Favre había estado casado con la alcaldesa, hasta separarse en 2009. Luego el dúo Favre & Garreta había colaborado en varias campañas del PT a lo largo y ancho de Brasil, incluso junto a João Santana –que había sido la primera opción de Humala, pero había declinado la invitación–. El primer desafío de los marketeros fue suavizar la imagen del candidato, visto por muchos como radical; echaron mano del recurso ya probado en las presidenciales brasileñas de 2002, y ofrecieron a los electores un “Humala paz y amor”, plasmado a la imagen de Lula. De a poco, su clon peruano repuntó por encima de los demás, pasó raspando a la segunda vuelta y al fin logró superar a Keiko Fujimori con apretados 51% de los sufragios.

Tras la victoria, Garreta & Favre fueron invitados a hacerse cargo de varias otras campañas en el Perú. Su primer cliente fue la alcaldesa de Lima Susana Villarán, que había apoyado al presidente y en 2013 enfrentaba una consulta popular de revocatoria, cuyo resultado podría separarla de su cargo. Según lo que Barata relató en su delación, Garreta volvió a buscarlo para pedirle dinero, pero ahora sin pasar por Lula o Marcelo Odebrecht. Aunque Villarán había sido electa con un discurso inflamado contra la relación de Odebrecht con Alan García, la constructora reconocía en la alcaldesa una líder emergente y tenía buenas y concretas razones para cohecharla –entre ellas, Rutas de Lima, una administradora de autopistas con peajes bastantes rentables en la capital peruana–. Barata prometió el dinero y, pocos días después, la alcaldesa en persona le llamó para agradecérselo. En esa campaña, Odebrecht empeñó otros 3 millones de dólares, de los cuales 2 millones se pagaron a Favre & Garreta a través del departamento de sobornos. Otro millón se entregó en contado rabioso a un lugarteniente de la alcaldesa –el gerente municipal José Miguel Castro–. Villarán resultó ganadora en la consulta y pudo permanecer en su cargo.

El dúo de publicistas también prestó sus servicios a otro político que figura en la hoja de pagos de Odebrecht: Félix Moreno, gobernador regional de Callao, en la región metropolitana de Lima. Moreno había favorecido a Odebrecht en la licitación para las obras de una vía expresa junto a la costa, presupuestada en 145 millones de dólares. Según lo pactado, le cabía cobrar una coima de 4 millones de dólares, de los cuales poco más de 2 millones en pagos a Favre & Garreta. El dinero se entregó en maletas, en cinco cuotas de 400 mil dólares. Moreno fue detenido a principios de abril y excarcelado en junio, por orden de una corte de apelaciones. Garreta y Favre niegan haber cobrado cualquier suma que no correspondiera al pago de sus servicios en campañas políticas.

La trayectoria ascendente del dúo solo se frenó en las elecciones de 2016, cuando se embarcaron en la campaña de Pedro Pablo Kuczynski (que saldría victorioso). Abandonaron la campaña tras 45 días, después que el candidato se negó a pagar los 5 millones que habían pedido por sus servicios. PPK los sustituyó por otro publicista brasileño, Renato Pereira, que había descollado en las campañas de Sérgio Cabral y su sucesor Luiz Fernando Pezão al gobierno de Río de Janeiro. Pereira hoy también integra la lista de los investigados.

En el capítulo de la Operación Lava Jato reservado a los marketeros; sin embargo, Favre & Garreta no son más que actores secundarios. En este rubro no hubo en Latinoamérica quién pudiera hacerles sombra a João Santana y Mônica Moura, su esposa y socia. Pieza clave en las campañas victoriosas de Lula y Dilma, Santana se convirtió en figura codiciada por todo político latinoamericano que pretendiera volar más alto. Las disputas por su pase crearon una demanda que no se daba abasto de atender. En estas circunstancias Lula empezó a actuar como una suerte de intermediario, al que los políticos recurrían para pedirle que convenciera al publicista oficial del PT a acceder a sus ruegos. Entre 2009 y 2014, la firma de Santana y Moura se hizo cargo de cinco campañas en el exterior: en El Salvador, Venezuela, República Dominicana y Panamá, en Latinoamérica, y Angola, en África. Según lo que la pareja relató al Ministerio Público, solo la dominicana no la habían asumido a petición del expresidente. Mônica Moura aclaró además que, salvo esta, todas las demás las había pagado Odebrecht. Y en el caso de Panamá, habían aceptado el encargo por insistencia directa de la constructora, que incluso había negociado el valor de sus honorarios. Lula, que no tenía afinidades ideológicas con el candidato del presidente panameño Ricardo Martinelli, se limitó a reforzar el cabildeo a instancias de Emílio Odebrecht. Para el petista, lo más importante era que Santana lograra alzar a Mauricio Funes a la Presidencia de El Salvador, y sobre todo mantenerlo a Hugo Chávez en la de Venezuela.

En 2011, a petición de Lula, Santana desembarcaba en Caracas. En compañía de los exministros José Dirceu y Franklin Martins, había viajado a Venezuela en un avión de la constructora Andrade Gutierrez. El terceto iba a negociar con Nicolás Maduro los valores de la campaña de Chávez para su tercera reelección. El publicista envidó fuerte: pidió de entrada 35 millones de dólares, una suma que jamás había cobrado en campañas fuera de Brasil, al menos de sus clientes latinoamericanos. Maduro no regateó, pero tampoco pagó lo acordado. Mônica Moura, que se ocupaba de la contabilidad, calculó que al fin cobraron unos 20 millones de dólares, todo en dinero negro. Más de la mitad, 11 millones para más exactitud, los recibió de manos de Maduro, a la época canciller y hoy presidente de la República.

Moura declaró al grupo de trabajo de Lava Jato que, aterrada ante la idea de moverse por las calles de Caracas acarreando tanto dinero, había contratado a un equipo de guardaespaldas para que la acompañaran permanentemente en sus trámites. Solo prescindía de sus servicios cuando se dirigía al Palacio de Miraflores, sede del gobierno, o al Ministerio de Relaciones Exteriores. En estas ocasiones, era escoltada por hombres de Maduro. “Pasaban a buscarme en su coche blindado, un cochazo negro, como esas camionetas de rapper americano, o de cantor de funk, qué sé yo, siempre con otros dos coches, uno delante y otro atrás. Me llevaban a la cancillería y entrábamos por el garaje, los guardaespaldas me acompañaban hasta la puerta de su despacho y yo me quedaba ahí esperando. Luego me hacía pasar, charlaba un poco, un parloteo ñoño sobre política, y por fin me entregaba el dinero. Siempre él en persona. Nunca mandaba que otro me lo entregara. Luego bajaba de vuelta al garaje con los guardaespaldas y me devolvían al hotel”. Por esa época, la publicista llegó a transportar 800 mil dólares en un solo viaje. Además del dinero que Maduro les entregaba, la pareja recibió otros 7 millones de dólares de Odebrecht y 2 millones de Andrade Gutierrez.

Los valores que Odebrecht repartía por el mundo son bastante modestos cuando se los compara con las cifras que la compañía manejaba en Brasil. La única excepción es Angola, donde la constructora le pagó 50 millones de dólares a João Santana por la campaña del eterno presidente José Eduardo dos Santos. Semejante suma no está muy por debajo de lo que la empresa inyectó en la campaña del PT en 2014, o con el total que había desembolsado en las elecciones anteriores de Lula y Dilma –algo alrededor de 55 y 150 millones de dólares respectivamente. Si se incluyen las donaciones en negro de otras empresas –como la gigante cárnica jbs, cuyos directivos recién confesaron haber aportado alrededor de 50 millones de dólares a las presidenciales del PT –, resulta más evidente la disparidad entre los gastos de las campañas políticas en Brasil frente a los demás países de Latinoamérica. Sin tener en cuenta sus dimensiones continentales, esto se explica por el hecho de que en varios países los partidos no disponen de horarios gratuitos para propaganda en los medios, con lo cual no se crea una necesidad de producir tanto contenido. Aún así, a juzgar por el caso peruano, se puede deducir que con la entrada de los publicistas brasileños el costo de las elecciones ha disparado también para los candidatos locales. “Antes las campañas eran más sencillas y baratas. Los empresarios locales se reunían y decidían cuánto y a quién donar, y los valores eran mucho más modestos”, me dijo un gran ejecutivo habituado a poner dinero negro en campañas del Perú. En la confesión de Santana a la Lava Jato brasileña, uno de los fiscales lo instó a reconocer que la financiación ilegal de las campañas con dinero negro desequilibra la competencia entre candidatos. “Desde luego”, contestó. “Pero todos violan la democracia. Pequeños y grandes, cada cual a su manera. Y se asocian para violarla”.


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