La crisis de la política tradicional


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Escribe: Luis F. Vilcatoma Salas | Política - 21 Feb 2016


Conforme transcurren los días, la campaña electoral viene acalorándose cada vez más, con insultos de toda naturaleza y denuncias inusitadas que ponen en tela de juicio la catadura moral, especialmente de aquellos candidatos inventariados como los “dinosaurios” de la política, no necesariamente por su longevidad física sino por su forma de pensamiento senil, anquilosada, tradicional y de bravío derechismo; con el añadido de que toda esta bronca, particularmente, por ocupar el segundo lugar en las preferencias electorales, es una chamusquina que está contaminando aceleradamente la cultura política del país en una suerte de “boomerang” contra estos mismos seres de la era mesozoica que comienzan a perder, por esta razón, el favor popular, posibilitándose el ascenso meteórico de un outsider tecnocrático de derecha, como Julio Guzmán, candidato de Todos por el Perú, a quien pretenden dejar fuera de carrera por la vía administrativa de un Jurado Nacional de Elecciones (JNE) con opinión dividida.

Es que el pueblo sencillo y de a pie que no es el “electotarado” al que se refiere ese peón de la derecha, Aldo Mariátegui, en su folleto “Aldo Mariátegui. El Octavo Ensayo”, sino un sujeto colectivo con una racionalidad propia en sus procesos de información, análisis y decisión, ha comenzado a indigestarse en un proceso de insufribles torturas estomacales desde hace un buen tiempo atrás, con toda esta comida indigesta de corrupción, latrocinio, transfuguismo, vedettismo, mentiras, promesas incumplidas, incapacidad y mediocridad a flor de piel, angurria por el poder y robo intelectual, que los políticos oficiales nos han venido haciendo tragar por años, unos tras otros, en una comedia nacional de formalidades hipocritonas, pero de esencia espantosa que el destape de los “errores” intelectuales de César Acuña Peralta ha puesto en el candelero público, con una vergüenza ajena especialmente para el mundo académico universitario, no dispuesto a tragarse inmenso sapo.

Algunas agudas intelecciones recientes sobre lo que está pasando con la vida política en el país, como las de Alberto Adrianzén y, más cercanamente, de Antonio Zapata, están avanzando en la exploración de la hipótesis de que se está cerrando rápidamente un ciclo político en el país; un ciclo de larga extensión que proviene más o menos desde los años 20 del siglo anterior hasta los años 70 u 80 del mismo siglo, caracterizado por un accionar político de partidos organizados alrededor de grandes utopías ideológicas de transformación social, con militancias convencidas, leales y activas; y se está abriendo un nuevo ciclo que habrá de enmarcar la política activa en lo que va del presente siglo. Un nuevo ciclo que combina diferentes factores: económico, social, cultural y propiamente político. En lo económico destacan los cambios introducidos por el “capitalismo informacional” y globalizado que han traído como consecuencia la reorganización flexibilizada de las unidades productivas, el incremento de la composición orgánica del capital y el aumento de la tasa de plusvalía de la cual se apropia el capital; en lo social, la complejización del tejido social, la pluralización de las clases y categorías sociales y la consiguiente anemia de la clase obrera, infraestructura social de la izquierda marxista ortodoxa; en lo cultural, el hiperindividualismo, el hedonismo desbordante y una vida entrampada en las urgencias del corto plazo; y en lo político, entre otros, el despanzurramiento de los partidos políticos de factura tradicional, es decir, de la factura que se acomodaba al ciclo político anterior.

Si quisiéramos definir un ciclo político, una avanzada en esta definición, sería la siguiente: es un periodo de la vida política en el país marcada por determinadas ideaciones formales e informales sobre la realidad social global, sus tendencias y el comportamiento de los actores sociales respecto a sus propios intereses y de los demás, así como sobre la forma como se configuran las relaciones de poder y sus posibilidades de cambio. Siendo así, esta trama relacional anterior, en su núcleo más duro, ha comenzado a desazonarse por las razones indicadas más arriba, con alteraciones sustantivas en los sujetos de la política que ya no ven en la política tradicional un espacio vivo de representación y acción social; un espacio de intercomunicación directa y de afloración libre de subjetividades, compromisos y descompromisos; de configuración y reconfiguración de identidades, de democracia horizontal y apegada a la vida cotidiana de las personas, y de mucha consideración de las necesidades concretas de los individuos. Lo que ha traído como consecuencia la pérdida de protagonismo y centralidad de los partidos políticos tradicionales de derecha e izquierda, porque la política entendida como actividad referida al control y uso del poder, empieza a discurrir por diferentes vericuetos de la vida social e institucional; convirtiéndose así (los partidos políticos) en un simple medio para el aupamiento de los individuos al poder político nacional, regional o local. Ello explica que, en esta racionalidad, los individuos, empujados por sus propios intereses, se sobreponen a los partidos, hacen uso de los partidos, se sirven de los partidos y, es más, crean colectivos políticos formales como instrumentos para llegar al poder. No extrañando, por eso, ver el hormigueo alucinante de individuos que aparecen en tiendas políticas de composición ideológica y política discordante con la historia ideológica y política de los individuos. La deslealtad, la traición y el asqueante camaleonismo ético comienzan, pues, a dar origen a una nueva moral, la moral perversa que la globalización y el consiguiente clima de la postmodernidad prohijado por aquella, ha engendrado y contaminado la conciencia moral de las personas.

¿Es posible una reacción sustancial ante esta situación? ¿Y quiénes estarían dispuestos a reaccionar con seriedad ante estos hechos?, son algunas de las interrogantes en torno a las cuales es urgente esgrimir algunas respuestas. Por lo pronto, aquí van algunas:

a) Procesar una nueva lectura sociológica y ética actualizada, crítica y sustantiva, de la realidad nacional: sus cambios, tendencias, oportunidades y amenazas, y sus derivaciones en el campo de la política y el poder.

b) Impulsar una sincera y profunda crítica y autocrítica partidaria y colectiva, desechando cartabones inmovilizadores y jerarquías burocráticas, para dar curso a una renovación trascendental de las formas de organización y militancia, de los programas políticos y de las utopías históricas, buscando hacer de los partidos políticos los intelectuales orgánicos colectivos de las clases y categorías sociales que buscan representar. Los intelectuales individuales deben dar lugar a los intelectuales orgánicos colectivos articulados con las entidades sociales de representación. En el caso de la izquierda, ello significa la recuperación de la médula racional del marxismo original (Marx, Engels) enriquecido y sustanciado con los aportes de todo un conjunto de corrientes heterodoxas que han madurado en los años posteriores, y teorías críticas progresistas, otras, que se han sintetizado progresivamente en una teoría crítica emancipadora y liberadora en América Latina, donde Mariátegui y otros pensadores de estos ámbitos han aportado muchísimo.

c) Rearticulación desarrolladora de la política, los políticos y los partidos políticos con las clases y grupos sociales de representación, como el eje central y vital de la praxis política; lo que quiere decir hacer política de cara a la multitud, a la “masa social” y a sus desventuras, necesidades y problemas, procesando todas sus molecularidades en el haz integral de una teoría del cambio social. La izquierda, en este caso, está en la imperiosa necesidad de recuperar la aceptación y la entrega social en el terreno de los acontecimientos sociales y, desde allí, recién disputar con solvencia a la burguesía el control del poder político oficial y conflictuar raigalmente la hegemonía política impuesta por las clases gobernantes en el país. Antes de ello, el arribamiento a las esferas de poder oficial por algunos dispersos sujetos de izquierda es una ilusión burocrática y falaz.


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