El fujimorismo y los riesgos de la restauración del proyecto fujimorista


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Escribe: Luis F. Vilcatoma Salas | Política - 01 May 2016


En los días que van de esta segunda etapa eleccionaria, hasta el 10 de junio, el fujimorismo ha comenzado a soltar algunas “perlas” de lo que podría ser un eventual gobierno suyo, empachado de autoritarismo, maligno populismo y corrupción incontinente, como es aquello de que el sátrapa Alberto Fujimori, recluido en la DIROES, saldría por la “puerta grande” (Cecilia Chacón), presiones sobre Oscar Urbiola miembro del TC y el intento de reemplazarlo por uno más dúctil al fujimorismo, “si Keiko no gana las elecciones yo postularé en el 2012” (Kenji Fujimori), y el intento de buscar la anulación de la sentencia al sátrapa por los casos de las matanzas de Barrios Altos y La Cantuta, en los fueros del Tribunal Constitucional, por el cual fue condenado a 25 años de prisión; configurándose una relación directamente proporcional entre la cercanía, ilusión, posibilidad o hipótesis del fujimorismo de acceder al Palacio de Pizarro y el desborde de la angurria personal y colectiva por la “torta” del poder, para servirse de él al mismo tiempo que se sirve a los grandes intereses económicos que existen en el Perú. El fujimorismo, en consecuencia, y más allá de lo que farfullen arrebatadamente sus incondicionales fámulos, es un proyecto restauracionista del engendro político creado por el padre de la candidata, con el asesoramiento, orientación, apoyo y aval de la derecha política y económica más palurda del país y el extranjero; un proyecto que peligrosamente recobra fuerza en un contexto político latinoamericano de creciente reaccionarización ideológica del tejido social, y ofensiva virulenta de los grupos más conservadores de la derecha política y el capital transnacional, como es lo que está sucediendo en Venezuela, Brasil y Argentina.

Esta ofensiva restauracionista de naturaleza autoritaria, antipopular y de moral podrida, luego del interregno de los gobiernos de García, Toledo y Humala que en gran medida estúpidamente permitieron que ello suceda, es una ofensiva que para lograr sus nefastos objetivos no para mientes en utilizar todo lo que puedan utilizar con el enorme poder económico del que dispone: seducción y presión sobre periodistas de importantes medios informativos, firma de una “hoja de ruta” como la firmada por Keiko donde se compromete mentirosamente a no hacer las salvajadas que hizo su padre con el Perú, acopiar como en un “cajón de sastre” todas las ofertas electorales habidas y por haber para engañar a los votantes, así como dar la impresión de tener autoridad y disciplina como en el caso del “indisciplinado” Kenji.

Si bien es cierto que entre las propuestas de Keiko y Kuczynski existen grandes semejanzas en el terreno económico con sus ideas neoliberales, que los peruanos no podemos dejar de tener en cuenta, también es cierto que no son como dos gotas de agua en el campo de la política, como correctamente lo están señalando más de un analista, durante estas semanas. Algo muy sencillo de entender que está conduciendo nuevamente, e las masas humanas plebeyas y críticas, a la idea del “mal menor”, como ha sucedido en anteriores ocasiones y que nos ha llevado a pensar que la política en el Perú está fuertemente arraigada en el anti-voto más que en el voto pro; con la particularidad de que el anti-voto actual es la reacción ante un peligro mucho mayor que el que enfrentaba el anti-voto anterior, incluyendo a la propia candidata del fujimorismo. El peligro que asoma en la coyuntura es el peligro de la restauración del modelo político fujimorista con la implementación de un manejo político autoritario y por ende antidemocrático, de rancio conservadurismo donde es fácil que se ponga en acto la frase aquella de Lord Acton: “el poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente”. Con su mayoría absoluta en el Congreso, el fujimorismo en el control también del Ejecutivo, tendría el camino abierto para gobernar absoluta, vertical y arbitrariamente sobre el conjunto social.

Con el fujimorismo en el control absoluto del poder, la gran burguesía criolla aspira a la consolidación de su dominación total (poder real desde el Estado) sobre las clases gobernadas, por varias razones: el fujimorismo, dentro de la crisis general que afecta a las colectividades políticas, es el partido mejor organizado y, sobre todo, con mayor ejercicio de la dominación aquella llamada por Max Weber como de la “autoridad de la gracia”, es decir de la autoridad asentada en el carisma y las emociones para atraer ideológicamente a desprevenidos segmentos de las clases populares particularmente de los sectores C y D, y para trabajar en ellas una intersubjetividad de corto alcance y relajadas metas de vida cotidiana; algo que no podrían obtener fácilmente con Kuczynski porque este no es la manifestación orgánica y estructurada de un colectivo político uniforme y consolidado material e ideológicamente, sino de fuerzas dispersas y desorbitadas de segmentos de la derecha que nadan todavía en espacios de incertidumbre en la acción política. Además, porque Pedro Pablo Kuczynski por esta razón y porque no dispone de una mayoría congresal, estaría obligado a buscar diálogo y consenso con las diferentes bancadas del Congreso incluyendo a la fujimorista. Lo que significa, además y por esta misma razón, que la derecha económica, política y mediática que promociona la candidatura del fujimorismo, es una derecha cerrada, impermeable al diálogo y al gobierno con concertación. Una derecha pre-republicana políticamente rudimentaria e genéticamente avenida a la imposición arbitraria y compulsiva de su propio ideario de clase social al conjunto de las clases sociales populares y en especial sobre los sujetos de poder como las clases sociales subordinadas básicas capaces de disputarle el poder organizadas en posiciones políticas de izquierda y progresistas.

El escenario de la primera vuelta electoral que se definió el 10 de abril, configuró una coyuntura política extraordinaria en el país, signada en su pico más alto por la contradicción derecha izquierda, y llamada extraordinaria porque supuso la posibilidad de modificaciones raigales, desde la perspectiva de la izquierda, en el andamiaje material y simbólico de la hegemonía vigente de la clase dominante. Con la forma como ha quedado la relación política de las fuerzas, luego de esta fecha, se ha ingresado a una coyuntura política ordinaria donde compiten dos candidatos pro sistema, similares en lo económico y con diferencias tácticas, organizativas y de tipo de dominación en ciernes, en lo político. De imponerse el fujimorismo, la dinámica social y política en el Perú ingresaría nuevamente en una coyuntura política extraordinaria de fuerzas crispadas y conflictuadas en la sociedad global entre el autoritarismo y la democracia, entre la corrupción y la transparencia, entre la mansedumbre ideológica y la libertad de pensamiento, entre la alternancia en el poder y el sufrimiento colectivo de una nefasta dinastía fujimorista por varios años más.

En consecuencia ¿cuál es la coyuntura política que convendría más para la insistencia en la lucha social, política y cultural por la democracia, incluso para su profundización? Esta es una pregunta clave en la política práctica cuya respuesta no está en “los dos son iguales” (Keiko y Kuczynski) que, al final de cuentas si se traduce en el voto en blanco o nulo son votos que en el conteo favorecen al fujimorismo. El porcentaje de votación que viene adquiriendo Kuczynski al momento es una importante indicación de que las masas sociales críticas, más allá de lo que puedan decir u opinar sus dirigencias, ya han percibido la real naturaleza de la actual coyuntura política ordinaria que las está induciendo a una intención de voto estratégico, crítico e independiente por el “mal menor”.


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