Razón y revelación: filosofía de la deserción


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Escribe: Abel Rodríguez | Política - 15 Jan 2017

En la década del 60 comienzan a incentivarse los imaginarios desarraigados, los grupos de izquierda; unos en menor medida que otros elaboran prácticas y discursos con los ojos, mentes, y en el mejor de los casos, con los corazones, en dirección exclusiva a Europa.

El absurdo y la intolerancia son conceptos estelares en el escenario de la izquierda, de esa izquierda que presenta un cuadro clínico muy agudizado: complejux liciernagitux. A su favor podríamos agregar que no todos son conscientes de padecerla o practicarla, pero un grupo respetablemente considerable sí, manifestando una complicidad tácita frente al estado en el que se desenvuelve la práctica política de esa izquierda, de ese sector amenazante de la izquierda, de ese absceso con liderazgos naturales.

Si bien no es de estreno esta performance en la izquierda, esta censura invisible pero viscosa, es provocadoramente anacrónica; algún tipo de nostalgia marcial parece aflorar en la base del encéfalo zurdo, como puede pasar inadvertida esta puesta en escena, generosa en paradojas groseras, denunciando la intolerancia y aplicándola en sus filas, criticando el fanatismo religioso y difundiendo el culto al líder o lideresa, marchando por la democracia y designando a dedo limpio al próximo candidato; esto es, como dice Bourdieu, “ocultar mostrando”.

En esta búsqueda encarnizada (incluye sus propios sabuesos) por validar la razón, la reflexión interpretativa correcta (conveniente) y sacralizar todos los actos y advenimientos (justificación) en el Perú actual, tiene sus propias y tragicómicas particularidades.

En la década del 60 comienzan a incentivarse los imaginarios desarraigados, los grupos de izquierda, unos en menor medida que otros (¿atenuante?), elaboran prácticas y discursos con los ojos, mentes, y en el mejor de los casos con los corazones, en dirección exclusiva a Europa. Las subjetividades son moldeadas a genuflexión cálida; en contraprestación, el partido certifica al individuo o colectivo como “revolucionario”.

La reflexión militarizada era la onda de esa época (¿Moda retro?), el qué, cuándo, cómo y para qué del pensar tenían sus epítomes a través del verbo hecho carne, el marxismo molecular, la salvación motriz, el “líder”. Los criterios eran homogenizados por obra y gracia del líder o el partido (caso contrario el partido ‘te la partía’ por tu bien), la existencia autocrítica y crítica eran sofocadas por el rojo pro-chino, rojo pro-soviético (ahora un rojo caviar).

De esta forma surge como especie de alegoría perpetua, esa izquierda que se aplica una filosofía de la deserción, por vía intramuscular, sí, camaradas, deserción. Los principios éticos, programáticos e ideológicos que aún inspiran (perviven y no son una interdicción en algunos y algunas) son dejados de lado del quehacer político, a un lado del camino revolucionario, bajo el lado más áspero de la ideología a priori. La muerte eterna de nuestro “Artemio Cruz”.

Las repercusiones de esta razón y revelación (ideología irreflexiva-líder sobrenatural o natural) son palmarias en el incremento del índice de obstinación fáustica, las palabras, las relaciones, los problemas, planteamientos, los debates, etc., parecen ser un mal cervical en algunos y en algunas. Para salvaguardar su futuro recurren presurosos a su vademécum quasi contextual “Extirpación de idolatrías” (idolatra: quien reverencia el cuestionamiento continuo).

Para ejercer visión propia de la realidad, tiene uno que solicitarla ante los órganos pertinentes del partido, movimiento o frente, bajo la esperanza que en su elevada y mística (mixta) pericia idiota-técnica puedan expedirnos al menos un boucher de no agresión.

Estas consideraciones, intempestivas en el mejor de los casos, solo buscan dar puntos de inconfort, de inconfort pleno, reacciones (reñidas contra las buenas costumbres idealmente). ¿Quién va a levantar su piedra? ¿Algún maestro de la ley o comerciante de la militancia vendrá a echarnos?


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