Cuento: Los ojos de la culebra VII


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Escribe: Christian Reynoso | Sociedad - 27 Jul 2014


No volví a ver al Comandante nunca más. Parece que al poco tiempo lo ascendieron o lo cambiaron. Mi amiguito Chambi en una de sus visitas me lo confirmó. También me contó que los contrabandistas detenidos en aquel almacén habían confesado ser los autores del atentado en el Túpac Amaru. El cuerpo de la mujer que encontraron en el almacén fue la seña que destapó todo. Resultó muy sospechoso que ese cuerpo se hallara justamente ahí. Luego de las investigaciones descubrieron que se trataba de la Mami Felícita, una contrabandista que desde hacía años dirigía La Culebra y que era la jerarca de dicha mafia. Decían que sus ojos eran como de una culebra, escurridizos, que lo veían y sabían todo. La explosión en la fiesta del mercado había tenido como objetivo eliminarla.

—¿Pero acaso ellos no pertenecían a La Culebra? —le pregunté a Chambi.

—Claro que sí —me respondió—. Lo que pasa es que hubo traición dentro de la misma Culebra.
¿Entiendes?

Me quedé lela y asombrada. En esta ciudad podía pasar cualquier cosa si se trataba de dinero y poder económico. La misma gente de La Culebra había planificado el atentado para borrar del mapa a la Mami Felícita. ¡Pobre!

—¿Y por qué ocultaban el cuerpo?

—No lo sé, por algo sería —Chambi respondió con cierta expresión de temor en los ojos—. La Culebra nunca pierde, siempre gana, eso lo sabe todo el mundo.

Con mis compañeras de puterío después nos enteramos que la Mami Felícita era la dueña del Fogón Chino, es decir, la verdadera dueña. ¡Para no creer! Nunca la vimos ni la conocimos pero dicen que tenía hasta cuatro maridos. «¿Tan puta ha sido?», pregunté. «No, no, no era nada puta», me dijeron, «sino mandona… le gustaba que le sirvan, por eso tenía tantos hombres a sus pies».

Igual, no creo que Mami Felícita haya sido de joven una santa. Una cree que todas son de su misma condición, pues. Quizá había llegado de algún lugar, así como yo, para hacer fortuna. ¿Acaso yo misma no quería eso llevando esta vida?, aunque, claro, yo no quería nada de contrabandos ni culebras; a mí me gustaba putear, dinero y vida fácil, así no todo fuese felicidad.

Con lo que se descubrió, en El Fogón Chino nos declaramos en duelo por Mami Felícita. No atendimos tres noches. Cerramos las puertas y pusimos una cinta negra en la entrada. Esos días me la pase escuchando Néctar y leyendo algunas partes del libro de putas A1 que Sebastián me había regalado. Era mi biblia. Pensé que quizá había llegado el momento de partir y buscar ciudades más grandes y menos complicadas que esta, «pues vives equivocada», decía Néctar en una de sus canciones.

Continuará…


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