El carnaval chico o qashwa de San Sebastián


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Escribe: Samuel Álvarez Enríquez | Sociedad - 17 Jan 2016


Quiénes más, los que estamos muy cerca de los andes, contagiados de sus costumbres, aun provenientes desde ancestrales tiempos, pre e incas, pasando por el legado de españoles, occidentales, republicanos y contemporáneos, han pervivido por fuerza de acciones del pueblo. Así se ha perfilando con el carnaval juliaqueño, conocido como el más añejo, fastuoso, prolongado y masivo de estos últimos tiempos y albores del siglo XXI en marcha. Proviene de cuando la cultura peruana se originó en los andes de Perú, como afirmó el antropólogo Julio César Tello Rojas.

Desde este punto de vista y según el calendario andino, hace más de cinco mil quinientos veintitrés que rigen, aunque recientes investigaciones están marcando nuevos rumbos, a partir del surgimiento y vigencia de la Cultura Pukara, es más antigua que Tiwanaqota (voces Pukina, traducido al español como Tiahuanaco), le siguen la Lupaka, Waynarroque, etc.

En medio del jolgorio de la ch´alla (ritual consistente en rociar bebidas sobre la Madre Tierra en “ofrenda”) con estilo religioso característico de los “Paqo” o “Yatiri” (voces Quechua y Aymara, significan “Sacerdote Andino”, traducidos al español) haciendo gala del buen tiempo que acoge el calendario agrícola en los meses del pisi o huch´uy y hatun poqoy (pequeña y gran maduración, enero y febrero del Calendario Gregoriano); concordante con el calendario festivo de los incas, en estos meses se practico los huch´uy y hatun pukllay (carnaval chico y grande, respectivamente) cuando los frutos de la naturaleza se presentan principiando y luego maduros, junto al desarrollo del tiempo agrícola, favorable en agricultura, ganadería y productos de “panllevar”, ser cosechados al mes del Aymoray (mayo) junto con los taripakuy y apaqhatay (voces quechua y aymara que significan “alcanzar”) previos rituales de ch´alla, k´intuy (1), con la “ofrenda” en grande (2); se apersonan ante la “madre tierra”, mencionando a sus eternos vigías, guardianes poderosos, “achachila”, “ancianos”, gobernantes de ayer y hoy, quedando muy reconocidos como “pago” por las bondades recibidas, cuando los frutos, las sementeras, flores y frutos se encuentran en plena maduración, surgen en el escenario agrícola.“Sincretismo” cultural vigente (mezcla de costumbres religiosas andinas y occidentales), signado el 20 de enero en el calendario gregoriano y las fiestas de los Patrones de la iglesia católica San Fabián y San Sebastián -más acogido el segundo-; de donde surgió otra acepción y significado de la fiesta, entre el periodo colonial de la dominación española y costumbres ancestrales incas: la qhashwa.

En Juliaca, particularmente el día 19, en horas de la noche, previo a los arreglos y previsiones para el día siguiente, en casa de los actuales “capitanes” y demás “alferados” o “kargoyuq” (vocablo simbiótico del quechua y español) antes eran los mismos miembros del “ayllu” (organización social, económica, política y religiosa, base de la sociedad pre e inca, hoy desintegrada) encabezados por el kuraka (3); en estos tiempos las organizaciones de machuaychas y ch´iñipilkos son encargados de encabezar estas fiestas, aunque los miembros de la comunidad, el mismo día 20 de enero dado el “sincretismo” y en tiempos coloniales, desde el mismo seno de sus “sementeras” ingresaban por la Plaza de Armas hacia el interior de la iglesia y portando semejantes “cruces” adornados de diversas variedades de flores y frutos de la temporada, globos inflados, misturas y polvos, bendecirlas y posteriormente llevarlas, siendo colocadas en cabeceras de sus sembríos.

Con el correr de los años, en la época contemporánea las agrupaciones de machus y ch´iñis engalanan estas fiestas. Empezando siempre por las del 20 de enero que, desde tempranas horas de la mañana, antes de la salida del astro rey sueltan cohetes anunciando que el carnaval ya llega, en algunas comunidades alrededor de Juliaca y aledaños el carnaval “dizque” llega “montado en caballo blanco” trayendo alegría, bailes, comidas, alcohol, serpentinas, polvos y misturas, para engalanar el “pukllay” (al español se traduce, carnaval); las comisiones recibidas el año anterior funcionan, luego de abanderar y preparar los lugares de la qhashwa, los danzarines debidamente ataviados de disfraces de gran colorido, con sus toqoros y pinkillos, recorren calles; llegando hasta el municipio local, visitando al Alcalde y sus regidores, comprometiéndolos para la fiesta, vestirlo con los atuendos de la agrupación que tiene a su cargo el “alferado” encabezando aún hasta el hatun pukllay o gran carnaval.

Mientras la agrupación que no está de turno en la fiesta, bailan recorriendo calles y siguiendo la ruta que les corresponde hasta subir a las “fortalezas” o vigías juliaqueños, tanto el Huayna Roque y Santa Cruz o Calvario, dando paso al ritual de “Ofrenda a Pachamama”, el ardido, la ch´alla posterior y los sones de la música de toqoros y pinkillos, son el marco llegando al momento crucial y esencial de inicio a los carnavales en Juliaca, el ande y el mundo entero.

Después, ambas agrupaciones participan de la “misa” a cargo de “capitanes y capitanas”, concluida y recibidas las bendiciones del sacerdote, siempre con el marco musical de los sones de toqoros, pinkillos, bombos, paltillos y pitos empieza la comilona, hechos preparar por los “capitanes”, acompaña la refrescante cerveza que el señor alcalde hace llegar personalmente o por encargo, no sin antes hayan hecho “ch´alla” a nuevos miembros niños, jóvenes, adultos de ambos sexos, en otros, una nueva directiva que debe regir en dos siguientes años. Antes de esta ocasión, se distribuía la “merienda”, para degustar en el grupo total, hoy en día ello ha cambiado, muy pocos aprovechan para llevarse hasta la familia, aún presencia de “intrusos” ajenos a las comparsas.

La qhashwa inicia con los sones musicales, los danzarines por parejas, se encuentran prestos a participar en su evolución, el desarrollo de figuras propias de la “coreografía juliaqueña”. La música dividida en tres partes (inicio, qhashwa y kacharpariy), figuras de llamamiento al amor, de juventud y soltería; el momento más llamativo o de fondo es cuando las parejas llegan al “clímax” del enamoramiento; las prendas de vestir son arranchadas por una y otra de las parejas, escapando lejos del lugar a donde tienen que seguirse, haciendo gala de su ímpetu jolgórico y derroche de alegría cuando las agrupaciones en el mismo son de la música y al canto de las mujeres, los varones responden: ¡wiffa rosas!, ¡wiffa rosas!, ¡wiffa rosas!... concluyendo con figuras del kacharpariy (remate o fuga en la parte musical y baile), bajar desde sus respectivos “tutelares” hacia la plaza, ejecutando pasacalles, llegando a sus locales.

Al día siguiente, hoy en día en inmediaciones de su local en caso de Ch´iñipilkos, ejecutando similar o parecida evolución de la costumbre; los Machuaychas, en faldas del “apu” P´oqraqasi, apostándose a pies del Cristo Crucificado de aquel lugar, dando paso a las mismas escenografías del día anterior y práctica del “kacharpariy” característico.

¿Cómo surgen estas agrupaciones? Relata la tradición que hasta antes del año 1922 (4) aproximadamente, el Carnaval Chico y Grande, en Juliaca, era uno sólo, tan luego aparecen grupos rivales divididos en machus (viejos), jóvenes y pequeños (ch´iñi), estos últimos por no ser permitidos a las diversas responsabilidades en la fiesta, a órdenes de un dirigente de la familia de apellido “Pilko”, junto con muchos jóvenes y niños de ambos sexos, deciden agruparse en otra; no sin antes haber logrado presencia y haber ejecutado escenas guerreras en contra de “machus”, por apoderarse de las “principales fortalezas juliaqueñas” (como anota Dionisio Torres Juárez “Monografía de la Provincia de San Román”, 1964); aprovechando su juventud, lograron superar en dominios a los “machus” el día 19 de enero por la noche de aquellos años, estos dado las vísperas muy bien festejadas, habíanse quedado dormidos, por la mañana del 20, mientras haciendo gala de su jovialidad los rivales, en tempranas horas del día 20 ya se habían apoderado de las “fortalezas”, tarde fue cuando los otros quisieron llegar, no fueron accedidos, por el contrario la posesión estaba decidida, allí empezaron las encarnizadas batallas, corriendo en los años la misma suerte, hasta aproximadamente recién hacia el año 1948, en franca intervención del G.A.C. Nº 04 “José Inclán” de la ciudad, los disuadió. A partir de aquel año, ambas agrupaciones ya no recurran a peleas callejeras y en seguidos años hasta por décadas; si llegamos a minuciosidades, hubieron muchos lesionados y hasta fallecidos, mas armados de los mismos instrumentos que portaban eran dañados; la fuerza incorregible se manifestó, hasta haberse trazado territorios muy bien distinguidos, donde ningún miembro de las agrupaciones podían merodear, ni circular por sus inmediaciones, tal, los del “este” de las líneas del ferrocarril, dominios de “machus” y los del “oeste” de las mismas signado para “ch´iñis”. Tanto fue la rivalidad que si algún miembro de ellas fuera encontrado en los mencionados, eran masacrados, golpeados y azotados; en casos ser conducidos hasta el nosocomio local; dicho sea de paso aquel ha quedado sólo en lo que hoy apreciamos como “Cono Sur”, pero en construcción.

Es en dichas circunstancias surgen los apelativos. Anterior a aquellos años los carnavales (chico y grande) fueron uno solo, la leyenda señala que: “Los jóvenes se quejaban continuamente que, no les permitían participar de algunos “cargos”, siendo acaparados sólo por “machus” (viejos) esta vez conformados por carniceros, camaleros, comerciantes diversos que moraban Juliaca; y por el otro lado, los hoteleros, “mozos” de los restaurantes, cuarteleros o también los “hotel maqt´as”(5) demostrando jovialidad, no faltando un miembro de la familia Pilko de aquellas ocasiones, encabezando el grupo no muy pequeño de separación, cuando en una de las batallas encarnizadas ya estuvieron posesionados en las “fortalezas” juliaqueñas, los apodados “machu” quisieron subir; tan fatal fue, fueron despojados del lugar, cuando el bando de “ch´iñis” no les permitieron subir, arrojándolos del lugar: ¡fuera “machus”!, ¡la fortaleza es nuestra!, no faltó por ahí otro que pronunció seguido de el motejo de “aychas” (traducido al español significa carne, que proviene del oficio de entre ellos el “carnicero”). Más tarde los motejos se juntan, la contienda continúa hasta popularizarse: ¡fuera machu aychas!... A lo que el grupo opositor de éstos, respondió: ¡Fuera ch´iñis!, éstos son nuestros territorios… añadiendo a poco el apellido Pilko, produciéndose similarmente al de “machus”: ¡Ch´iñi “pilkos” FUERA!, o ¡fuera ch´iñipilkos”!... En años siguientes ambos apelativos se han generalizado y popularizado, sobre todo cuando los grupos quisieron posesionarse en los lugares clásicos del desenvolvimiento de la qhashwa, esto es en los “apus”: Calvario, Huayna Roque, P´oqraqasi, Santa Bárbara y P´oqsillin (6); hoy en día, reducido a dos. Es desde allí donde surgen las divisiones territoriales anotadas, a la fecha ya no hay ello, pero la leyenda se recuerda por siempre.

Los carnavales juliaqueños inician, después de unos treinta a cuarenta días llega el gran carnaval y se prolonga hasta el día martes después del Domingo de la Cuaresma del Calendario Religioso Católico, con los “kacharpariy” (despedida) tradicionalmente ejecutados, esta vez por machuaychas y ch´iñipilkos y en franca armonía, hasta que en ocasión alguna la autoridad edilicia, hizo intercambiar banderines, trajes y sus instrumentos típicos, mejor, ambas agrupaciones son máximos representantes del jolgorio carnestolendo.
Hoy en día, desde el mismo día siguiente del 21, se inician preparativos para el carnaval propiamente dicho o hatun pukllay. Muchas agrupaciones tanto con el uso de trajes autóctonos y de “luces” ensayan para participar en concursos propiciados por diferentes organizaciones y agrupaciones culturales, dando paso al gran carnaval. Según el calendario festivo, gregoriano, su desarrollo concuerda con el mes de febrero y unos 40 días después del carnaval chico, en muy pocos, llegó hasta la segunda semana de marzo.

Con el desarrollo de la costumbre arraigada en esta parte del altiplano, en comparación con otras fiestas y otros lugares, son únicas en esta Perla del Altiplano. Las fiestas de los Santos Fabián y Sebastián ejecutados en capitales regionales y provinciales del interior, no tienen carácter carnestolendo; por tanto, las gestiones deben seguir, para ser declarado , “Patrimonio Cultural e Inmaterial de la Humanidad”, por ser añejo, prolongado, fastuoso, masivo, etc. marcando el inicio del carnaval en el mundo entero.


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