Danzas autóctonas, pago a la tierra y deidad católica


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Escribe: Rolando Waldo Gomez Poma | Sociedad - 17 Jan 2016


Si los puneños nos vanagloriamos de pertenecer a una cultura universal porque la ritualidad religiosa católica traída por hispanos trasunta la creencia, entonces debemos pensarlo dos veces antes de sentirnos realmente creyentes de la deidad apostólica y romana, porque en nuestras raíces corren tradiciones que pasan de generación en generación haciendo un alto en la forma como se rinde culto a un ser supremo y ese ser supremo está en nuestros alrededores: nuestros yatiris, paccos o guías espirituales, quienes se esfuerzan por conservar la forma como mimetizarnos con nuestros protectores tutelares. Ese desencuentro cultural precisamente es parte de la festividad de la Virgen de la Candelaria, porque a la luz solar rendimos pleitesía a la imagen de una deidad humanizada y en la penumbra gélida andina los rituales a base de coca, vino y wilancho, nos retrotraen a más de quinientos años atrás, donde la única deidad superior fue el tayta Inti y la Mamapacha, además de los animales y colinas de nuestros alrededores.

En un mundo donde la economía impera sobre todos los elementos sociales, la cultura parece pasar a un plano invisible, pero actitudes como la que demuestran los conjuntos folklóricos de danzas autóctonas son dignos de reconocer, porque representan la viva cultura andina, otrora combatida ferozmente por los invasores hispanos y posteriormente perseguida cruelmente por la Santa Inquisición, donde los inquisidores no dudaban en aplicar las más crueles e inhumanas torturas contra los que osaban practicar los ritos a la cosmovisión andina, llegando inclusive a sancionarlos a la pena de muerte. Pero como la real corona española dimitió poder en cuanto a la religión, entonces la curia religiosa recalcitrante se movilizó para arranchar el alma del nativo andino. Pero las tradiciones culturales de un pueblo ignorante en letras sobrevivió hasta nuestros días, el mismo que se demuestra en la fecha principal del reconocimiento forzado de la mamacha Candelaria, que por ser dama en el imaginario del poblador andino representa a la madre tierra.

Entonces, el ande, nuevo continente a los ojos de despistados españoles (Colón creyó que llegó a las indias y Américo Vespucio se irrogó el descubrimiento de un nuevo mundo y reclamó para su inmortalidad que se pusiera su nombre a este continente) lograron dominar a punta de espada y biblia a las poblaciones asentadas en ayllus. Por quinientos años nos quitaron la palabra (nos amordazaron: los nativos no tenían derecho a discutir con los colonizadores) implantando un gobierno de dimensiones narcisistas; por ello la población del Tawantinsuyo, que se estima de doscientos millones de incas, fue diezmada a mansalva; eso quiere decir que los invasores con el poder real y el apoyo eclesial lograron controlar la economía en estas tierras (modos y forma de producción), dispusieron la repartición de las tierras otrora ubérrimas, porque ellos eran la autoridad, además fueron imponiendo su lujuria con el control de la naturaleza y recursos naturales (mitas y obrajes), para someter de mejor manera a esta nueva población; hubo una masiva prostitución forzada de las mujeres andinas y finalmente arrebataron el conocimiento ancestral con conocimientos banales y fatuos, donde la subjetividad de la deidad se reconoce en las santas escrituras, triturando el conocimiento ancestral y la cosmovisión del mundo andino.

Dussel define el concepto de emancipación y plantea la filosofía de la liberación que contiene conceptos más amplios para un sistema descolonizador y reivindicador de las ahora minorías sociales, ese concepto enerva una revolución descolonizadora basado en la epistemología en su más amplio concepto (ciencia del conocimiento); por ello es imprescindible incidir en la revaloración de las tradiciones orales, sociales y espirituales de nuestra cultura, y precisamente ese valor debiera tener la participación de nuestros danzarines de danzas autóctonas, porque ellos encarnan parte del saber filosófico cultural, aunque muchos conjuntos folklóricos variaron sus movimientos dancísticos y moldearon sus trajes para impresionar al jurado calificador, mutilando sus facciones idóneas de cultura ancestral, sucumbiendo de esta forma a la modernidad, que dicho sea paso se elucubra con los principios fundamentales del marketing social.

Existen danzas autóctonas que ofrecen el ritual de pago a la santa tierra (satiris, tarpuy,…) donde la dama lleva un atado de bosta, el varón la coca y el vino, en un inicio rápidamente se arrodillan y comienzan a ofrecer su culto a los apus tutelares (cancharani, azoguine, mama cocha, mama pacha,…) ese rito es básico y fundamental para la mente del aborigen andino, porque piden permiso a la naturaleza para bailar y gozar sin que posteriormente exista desgracias humanas; es aquí donde el yatiri predice el futuro y todos alegremente bailan al compás de la música, en pos del triunfo; por ello, durante las danzas autóctonas, se reconoce el verdadero valor que tiene la hoja de la coca. Primero, la sagrada hoja de la coca es un energizante superior para el labrador andino; segundo, es un medio de comunicación entre la naturaleza con la realidad del nativo; y tercero, es parte de un conocimiento filosófico aún no estudiado ni valorado en su real dimensión, porque la cultura moderna de la economía de mercado tilda a la hoja de coca como la materia prima de la corrupción y principal forma de enriquecimiento rápido, llegando inclusive a declarar una lucha sin cuartel a su cultivo, porque con un proceso de maceración químicamente dirigido se obtienen alcaloides alucinógenos. Pero para nuestros ciudadanos del ande es parte de su cotidianeidad.

Ya es hora de que nosotros, como citadinos, abarrotemos el Estadio Torres Belón y reconozcamos nuestras raíces; que la anunciada parada folklórica nativa sea todo un éxito y las agencias de turismo sepan explotar este movimiento folklórico, porque trasunta el espacio y el tiempo, es parte de la resistencia epistémica del andino, es parte de nuestra raíz y ese conocimiento que muestran nuestras comunidades aborígenes trasvasen el tiempo y nosotros podamos ser reconocidos como la raza que pergenio Dante Nava, con su poema “Orgullo Aymara”, porque seguro que de esta tierra saldrá el superhombre de progenie más pura.


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