Escribe: José Miguel Olave Lazo – Promoción 2001 Gran Unidad Escolar San Carlos

Yo porté con orgullo el uniforme caqui durante un año y medio. Caminé por los pasillos amplios de la avenida El Puerto; conformé el glorioso batallón carolino, campeón del Campo de Marte y presente, con su paso gallardo, en diversas latitudes y canté con el pecho inflado el himno carolino sin saber que, a unas cuadras de nuestro local, otros jóvenes como yo —con el mismo uniforme, pero de corbata y zapatos negros— también lo entonaban con igual pasión, pero desde la vieja casona del Parque Pino.
Durante mucho tiempo, me contaron —como si fuera un dogma— que «ellos no eran carolinos», que ese era el otro colegio, que ellos eran «los burros», que su existencia se debía a una reaparición caprichosa, que el verdadero San Carlos éramos nosotros, los de la Gran Unidad. Pero con los años, uno aprende que no todo lo que se repite es verdad. Y que a veces, la historia es más compleja y más bella de lo que nos enseñaron.
LA SEMILLA DE BOLÍVAR
El Colegio San Carlos no nació con aulas modernas ni patios amplios. Nació junto con la República. Fue fundado por el libertador Simón Bolívar en 1825 como parte de su proyecto de emancipación americana. No se trataba solo de independencia política, sino de crear ciudadanos ilustrados para una nueva patria.
Ese fue el propósito del Colegio de Ciencias y Artes San Carlos de Puno, que desde entonces fue el corazón intelectual de la región. Durante más de un siglo, el colegio funcionó en la histórica casona del Parque Pino, formando generaciones que serían los profesionales encargados del desarrollo de la ciudad lacustre.
Hasta que en 1957, siguiendo las reformas educativas del gobierno, el Estado construyó un moderno campus en la avenida El Puerto y trasladó allí a todo San Carlos, rebautizándolo como Gran Unidad Escolar San Carlos. Nosotros nacimos allí. Fuimos la continuidad del proyecto de Bolívar, aunque en otros muros. Con los mismos profesores, las mismas carpetas, los mismos sueños. Pero sin saberlo, algo había quedado atrás.
EL REGRESO A LA CASONA
En 1963, un grupo de exalumnos, nostálgicos del pasado glorioso del colegio, pidió recuperar la vieja casona. El presidente Fernando Belaúnde los escuchó, y mediante un decreto supremo se reabrió el Colegio Nacional de San Carlos en el Parque Pino. A nosotros — los de la Gran Unidad— pretendieron cambiarnos de nombre a José Domingo Choquehuanca, pero la comunidad no lo aceptó.
Rechazamos el cambio, reclamamos el nombre y nuestra historia, y finalmente en 1966 una ley nos devolvió el título de Gran Unidad Escolar San Carlos. Desde entonces, dos colegios distintos han coexistido con el mismo nombre. Uno en el corazón histórico de la ciudad. Otro en el corazón del crecimiento urbano. Ambos con el mismo escudo, el mismo lema, el mismo origen. ¿Cómo fue posible que eso, en vez de unirnos, nos haya separado?
LA HERIDA DE LA RIVALIDAD
«Ellos no son carolinos», escuché decir. «Nosotros sí, ellos son los “choquelas”», respondían del otro lado. Se llegó al absurdo de disputarse el legado de Bolívar como si fuera una herencia familiar en juicio, se negó la historia compartida; hasta Unión Carolina —el equipo de futbol que fue símbolo de todos los carolinos— también se vio envuelto en esta fractura, dando lugar al Real Carolino.
Y sin embargo, la historia objetiva nos demuestra que somos ramas del mismo árbol. Que de 1825 a 1957 fuimos uno solo en la vieja casona, y de 1957 a 1964 también, pero en un nuevo y amplio local en la avenida El Puerto. Solo desde 1964 funcionamos por separado, pero incluso entonces seguimos celebrando el 7 de agosto como fecha fundacional, seguimos invocando a Bolívar, seguimos llamándonos carolinos.
¿No es acaso una señal de que, a pesar de todo, seguimos siendo un solo ente? A 200 años: un llamado a la memoria y la unidad Hoy, cuando el colegio San Carlos cumple 200 años, no podemos seguir repitiendo las mismas frases de división. Es hora de volver a leer la historia con ojos limpios. Bolívar fundó un solo colegio.
Los gobiernos, los decretos y los errores posteriores nos dividieron, sí, pero nosotros podemos elegir volver a encontrarnos. No propongo que se cierre ninguno. Ni que uno absorba al otro. Propongo algo más ambicioso y más noble: que se reconozcan como hermanos. Que celebren juntos este bicentenario. Que dejen de competir por una identidad que les pertenece a ambos. Que acepten, con humildad y orgullo, que la verdadera historia de San Carlos es compartida, y que no hay victoria en negarse mutuamente.
Si algo he aprendido en estos años es que la educación no se construye con muros ni con nombres, sino con legado, con memoria, con afecto y con verdad. Y la verdad es esta: todos los que hemos llevado el nombre de San Carlos en el pecho somos parte de la misma historia. No permitamos que otros escriban esa historia por nosotros.
En este bicentenario, que nos abracemos la Gran Unidad y el Glorioso. Que nos reunamos los exalumnos de ambos lados. Que marchemos juntos y entonemos al unísono el himno carolino. Porque si Bolívar nos viera hoy, no preguntaría en qué calle está tu colegio. Preguntaría si seguimos luchando por el mismo sueño que él sembró. San Carlos somos todos. Y es tiempo ya de volver a ser uno.