Conversaciones con Rodolfo Cerrón-Palomino
Rodolfo Cerrón-Palomino, por dos décadas (1985- 2003), fue profesor visitante en la Universidad Nacional del Altiplano (UNA), en el Programa de Maestría en Lingüística Andina y Educación, con el objeto de impulsar la educación bilingüe entre las comunidades de habla quechua y aimara de la región. En este tiempo desarrolló estudios de lingüística y prehistoria andina. En las líneas que siguen ofrecemos un balance detallado de los progresos alcanzados por las subdisciplinas relativas a la lingüística quechua y aimara. Más adelante completaremos sus estudios realizados sobre el Uro y el Puquina.
Entrevista: Jaime Barrientos Quispe
¿Cuzco es la cuna de la lengua quechua?
No, pues, como ya les dije, lo más difícil es demostrar que el quechua se haya originado en el Cuzco. Yo pagaría lo indecible por ver que alguien probara que el quechua realmente nació en el Cuzco. En verdad, esto es lo que no se puede probar; por el contrario, lo que sí se puede probar es que el quechua no nació en el Cuzco. Y eso lo aprendí de Torero, lo aprendí de Parker, lo aprendí por mis propios estudios posteriores, cosa que, además, no era algo enteramente nuevo, pues ya lo habían dicho otros estudiosos, entre ellos González de la Rosa y el mismo Porras, de manera que tampoco era una contribución totalmente original, como quiere presentarla Torero, por ejemplo. La verdad es que ya existía esa idea, solo que había que afianzarla, pero esta vez con datos concretos, ¿verdad?
¿Dónde se ha originado en todo caso el quechua peruano?
Bueno, este es un asunto que sigue siendo polémico, ¿ah? Yo, en un primer momento, siguiendo todavía a Torero, he estado sosteniendo el origen costeño, que no es idea de Torero sino de González de la Rosa. Entonces, en mi Lingüística Quechua, yo me siento muy apegado a esa hipótesis, y, curiosamente, yo he sido el escudero de Torero por mucho tiempo, pese a ese celo que él me tenía, y que ya advertía desde un principio, ¿no? Y entonces resulta injusto que ahora se me achaque haber tomado sus ideas, de haber pirateado cosas, como acaba de decirlo, ¿verdad? Por el contrario, creo que si Torero es conocido en el campo de la lingüística andina, eso se debe a que yo fui el encargado voluntario de difundir sus ideas. En fin, así pasaron las cosas, y hoy día no creo que la tesis del origen costeño sea correcta, creo más bien que en la costa de Lima y en toda la sierra central se hablaba el aimara previamente, de manera que la cuna del quechua hay que buscarla en otro sitio, no le puedo decir dónde, pero definitivamente no creo que haya sido la costa, sobre todo de Lima. El quechua llegó allí, donde había gente que hablaba aimara, y esa región se quechuizó, y solo a partir de esa zona comenzó a ir hacia el sureste, de manera que ahí hay un cambio radical en mi perspectiva, y una discrepancia más fuerte con Torero. Con el redescubrimiento de Caral, se dice que es la ciudad más antigua del Perú, anterior a Chavín, y la arqueóloga Ruth Shady, que fue compañera de Torero, sostiene que pudo haber estado ahí la cuna del quechua. Torero acaba de decirlo también, y me parece que esa hipótesis es muy especulativa, pues no hay bases como para sostener aquello; simplemente se está asociando el desarrollo de una primera ciudad-estado, digamos, que pudo haber habido allí, con la lengua quechua, pero, ¿dónde están las evidencias? Yo creo que eso es muy especulativo aún, pero de lo que estoy seguro es que el quechua no se pudo haber originado en la costa central porque allí se hablaba aimara.
Los peruanos, o casi todos los peruanos, no conocemos la verdadera historia del Perú; por ejemplo, se sostiene hasta ahora que el quechua es originario del Cuzco, pero a través de sus estudios e investigaciones se ha demostrado que esto no es cierto. ¿Los peruanos no conocemos la verdadera historia del Perú?
No creo, en todo caso eso está por conocerse. Hay muchos mitos, muchas interpretaciones que tienen que ser revisadas completamente porque, entre otras cosas, los historiadores han descuidado demasiado la filología, la necesidad de partir del examen crítico y riguroso de las fuentes coloniales. Lógicamente, sin formación lingüística, menos filológica, nuestros historiadores realmente nada serio pueden decir a la hora de escribir o reinterpretar la historia del pasado andino. En verdad, este está en completa revisión, está haciéndose, está iniciándose. En tal sentido, nuestros arqueólogos e historiadores siguen operando lamentablemente con criterios del siglo XIX, con criterios trasnochados, y mientras sigan practicando este ejercicio no hay esperanzas de que las cosas cambien. Y, ojo, los lingüistas aparecemos como herejes porque cuestionamos radicalmente muchos de estos esquemas interpretativos, pero yo estoy firmemente convencido de que si no se aborda la historia partiendo de la lengua, que es la puerta de acceso a la cultura de un pueblo, estamos perdidos.
Profesor, hablando siempre de historia, muchos creemos que la lengua de los incas fue el quechua, y Ud. ha ido demostrando que esto no es así, ellos no tenían una lengua secreta. Y, a propósito de ello, ¿cuál fue la lengua secreta de los incas?
Sobre ese punto estamos igualmente en discrepancia y polémica con Alfredo Torero. Este señor sostenía en un principio que dicha lengua pudo haber sido la lengua puquina, pero después se retracta. En verdad, él nunca acostumbra a retractarse públicamente, jamás reconoce sus propios errores. Quien se da cuenta de todo es quienquiera que siga sus trabajos. La actitud de Torero es, en tal sentido, una mala práctica, porque yo pienso que cuando uno se rectifica debe hacerlo públicamente. Bueno, el hecho es que ahora sostiene Torero que la lengua secreta de los incas pudo haber sido la lengua aimara, mientras que yo sigo sosteniendo que la lengua secreta habría sido la lengua puquina, pero que ese puquina, hablado por un pequeño grupo de migrantes del lago Titicaca hacia el Cuzco, como refieren los mitos, pronto fue suplantado en el término de dos generaciones, y como aquellos incas llegan a un territorio totalmente cubierto por el aimara, obviamente se aimarizan, y entonces, ¿qué queda de ese puquina? Prácticamente nada, apenas la toponimia, o en el mejor de los casos algunos términos, algunos esquemas lingüísticos calcados dentro del aimara, y que ahora los podemos detectar como provenientes de la lengua puquina. Entonces, la lengua secreta de que nos hablan los cronistas pudo haber sido el puquina, pero en tiempos de los últimos incas, como estaban quechuizándose ya, esa lengua secreta pasa a ser también el aimara: hay aquí una reinterpretación de esa lengua secreta, ¿verdad? Pero de lo que ya no hay duda es que los incas históricos, no los míticos, tenían como lengua oficial y natural el aimara, pero no el aimara que se habla actualmente, no era el aimara de los lupacas ni de los pacajes, sino el aimara del Cuzco, que tenía sus propias características fonológicas y léxicas, porque la gramática, la sintaxis era exactamente igual, o sea era un dialecto aimara que se diferenciaba del resto en algunos rasgos superficiales nada más, y ahora lo sabemos, y lo podemos demostrar, y lo hemos demostrado, gracias a ese texto que trae el cronista Betanzos, que es el cantar del Inca Túpac Yupanqui, mandado componer después de la conquista de los soras, y que en clase hemos visto: el texto tiene una gramática, una sintaxis aimara. ¿Cómo es posible entonces que el emperador más famoso del Cuzco, el Alejandro Magno del imperio incaico, ordene componer un himno oficial de triunfo en una lengua que no fuera oficial? Esto no cabe en ninguna mente. Si el himno estaba compuesto en aimara, la lengua oficial del imperio tuvo que haber sido el aimara, y la toponimia nos lo dice a cada paso. Toponimias como Cuzco y Ollantaytambo, son de puro cuño aimara, conforme lo he demostrado, y en eso seguimos trabajando, demostrando que todo era aimara, de manera que la quechuización de los incas se produce sólo con los dos últimos incas, y es el quechua chinchaisuyo el que se adopta, al tomar éstos contacto con los chinchas. En verdad, ya antes de la conquista efectiva de la costa los incas van a ir a quechuizándose.
¿Etimológicamente la palabra Inca procede del aimara?
No lo sé, pero en clase dijimos que el término inca provenía de inqa, como se puede ver aún en algunos vocablos que todavía subsisten. El nombre es de difícil etimología, y por el momento no se explica ni por el aimara ni por el quechua, y no debe descartarse que fuera puquina. Así, pues, yo no tengo argumentos para sostener que la voz provenga de una u otra lengua, pero de lo que estoy seguro es que, por el momento, no parece avenirse, ni con el quechua, ni con el aimara.
Hay un círculo de personas que con relación a la escritura del quechua sostiene que ella debe ser pentavocálica. Ud. ha calificado como yanaconaje mental dicha práctica, pues ella consistiría en una especie de sometimiento del quechua al sistema ortográfico del castellano. ¿Qué argumentos tiene para ello o por qué dice esto?
Bueno, aquello lo dije porque en realidad quienes postulan la hipótesis del pentavocalismo no tienen el menor conocimiento de la lengua que dicen saber, y en verdad ni la practican ni la ejercitan, menos hacen el esfuerzo por estudiarla, y, peor aún, permanecen ajenos a la gran tradición de los estudios quechuísticos coloniales. Quienes sostienen el llamado pentavocalismo no son pues lingüistas, son meros aficionados, y, en tal sentido, es poco lo que se puede esperar de esa gente, que sin duda puede tener un sentimiento, una pasión por su cultura, por su lengua, pero que si esa pasión, ese entusiasmo no van respaldados de una formación sólida y científica en la disciplina realmente estamos de más. De manera que sobre este asunto hemos debatido con ellos públicamente, tantas veces, como Uds. saben bien. Yo les dije en clases varias veces que había llegado a la conclusión de que no vale la pena perder el tiempo debatiendo con gente que no entiende, con gente que se ha aferrado a un prejuicio, a un mito del cual no los podemos sacar jamás, porque además, encima de todo eso, ya vienen los sentimientos regionalistas y sensibleros, según los cuales solamente los cuzqueños pueden opinar sobre su lengua, y los que no son del Cuzco, no saben nada: es la misma postura del Inca Garcilaso, y todo esto no es pues científico. De manera que el tema del trivocalismo versus el pentavocalismo es un asunto que se ha tornado estéril. Nosotros seguimos trabajando con la asunción del trivocalismo, y en esto creo que entre los científicos no ha surgido una sola discrepancia, no importa si estamos hablando de europeos, norteamericanos o peruanos. Jamás aquí nadie ha discrepado en este asunto, y, en cambio, los señores de la academia cuzqueña, ellos sí están contra todo el mundo, y lo peor es que creen tener la razón. De manera que yo digo que aquí este debate no vale la pena de seguir atizándolo, más bien hay que demostrar en la práctica que las producciones en quechua se hagan dentro de este patrón que reconoce tres vocales fonológicas únicamente. Felizmente, cada vez más vemos que las publicaciones que siguen esta postura aumentan, y ya forman un pequeño cerro, frente a la nulidad de los otros, quienes siguen desgañitándose y no hacen nada a la larga, y entonces, resulta claro que en la práctica se impondrá la forma escrita que resulte de una suerte de consenso.
Pasando al aimara, quienes vivimos aquí consideramos que esta lengua se originó en las orillas del Lago Titiqaqa, lo cual, según usted, es una apreciación equivocada. ¿Quiénes fueron los aimaras?
Los aimaras fueron un grupo étnico de las vertientes altas del río Pampas, un grupo de los varios pueblos que hablaban aimara antes de quechuizarse. Cuando se producen las reducciones de pueblos, aquí en esta zona del Titicaca, concretamente la de Juli, van a confluir gentes de distintos sitios, de distinto origen, ¿verdad? Pero mucho antes de eso, ya los incas habían conseguido que los habitantes que vivían en las alturas bajaran a orillas del lago, y luego, con su política de mitmas, trajeron un buen grupo de aimaraes de la zona de Pampas. Ese contingente de aimaraes se instaló en Juli, pero al lado de chinchaisuyos y de otros grupos, todos ellos mantuvieron su identidad étnica aún hasta el siglo XVIII. Esto se puede leer en los textos de los viajeros y de los mismos doctrineros instalados en dicha reducción. Tales documentos nos cuentan cómo los diferentes grupos todavía se distinguen entre sí, aunque ya al finalizar dicha centuria todos hablan aimara. Ahora bien, cuando los jesuitas se instalan en Juli, se imponen el aprendizaje de la lengua y la variedad que tienen a la mano, es la del grupo de los aimaraes. Por eso, es que bautizan la lengua como aimara, y así es como propugnan la generalización del nombre. Son, pues, los mitmas aimaras de Juli, los que van a ser los maestros de Bertonio, Alonso de Barzana, Torres Rubio y del propio Blas Valera. Mientras tanto los aimaraes que se quedan en Aimaraes, o sea en la cuenca del Pampas, ya estaban quechuizándose, de tal manera que hoy día, ¿qué hablan los descendientes de tales aimaraes? Pues el quechua, tanto que nuestros historiadores perdieron la pista de todo eso, y nosotros hemos sido formados en la creencia de que tales aimaraes hablaban quechua.
En todo caso ¿diríamos que el aimara tuvo una presencia centroandina antes que el quechua?
Efectivamente, porque vea usted, ¿qué se hablaba aquí antes del aimara? Pues el puquina, que es la lengua de Pucara y de Tiahuanaco. ¿Y qué se hablaba a lo largo de todo el eje lacustre Titicaca–Poopó? Pues la uruquilla o uro-chipaya. Estas eran las dos lenguas eminentemente altiplánicas. De manera que el aimara llega acá el siglo XIII, más o menos. ¿De dónde? Pues del centro del Perú. De manera que es el aimara el que va a ir estrangulando al puquina, lo va borrar del mapa en parte porque el quechua también hará lo propio después, y así desaparece el puquina, ¿verdad? ¿Qué hubiera pasado si el aimara hubiese sido la lengua originaria del altiplano? Habría tenido por lo menos dos mil o dos mil quinientos años de antigüedad en el territorio, y en todo ese lapso no habría un aimara, como hoy, sino varias lenguas aimaras. Sin embargo, ocurre que un aimara de Carangas y otro de Huancané, se entienden tranquilamente, sin mayores problemas. Ello quiere decir, pues, que estamos ante una sola lengua todavía, una lengua que no tiene ni mil años en estas latitudes. En cambio, el aimara que se habla en Lima, en la provincia de Yauyos, es claramente otra lengua porque el desmembramiento del aimara sureño respecto del aimara limeño tiene más de mil años, y por eso no hay inteligibilidad posible entre los hablantes de una y otra lengua. Si nosotros enfrentamos a un hablante de jacaru-cauqui con uno del altiplano no habría comunicación, y a lo sumo se llegaría a una suerte de adivinación, por parte de sus hablantes, de unas cuantas palabras. O sea, ocurriría lo mismo que pasa cuando se encuentran un hablante de francés con otro de lengua castellana: en este caso estamos obviamente frente a dos lenguas. Pero volviendo al aimara, ¿qué nos dice la toponimia central peruana? Ocurre que buena parte de ella es de origen aimara, lo que nos está indicando que la lengua estuvo allí antes que el quechua. Naturalmente que esta interpretación, basada en la lingüística, no va a ser del agrado de los bolivianos, así como a los cuzqueños nos les cae bien que se les diga que el quechua se originó en el centro del Perú. En uno y otro caso no se quiere saber nada de los descubrimientos de la lingüística y de la arqueología, y así se prefiere seguir alimentando el mito de que el aimara fue la lengua de Tiahuanaco y que el quechua fue el idioma de los fundadores del Tahuantinsuyo. Todo esto es totalmente falso porque en todo caso, los creadores de Pucara y de Tiahuanaco fueron los puquinas.
Por tanto, ¿puede decirse que el quechua se ha remodelado sobre la base de la gramática aimara?
Ciertamente, el quechua se remodeló dentro de los esquemas de la gramática aimara, y esto ocurrió no en la época incaica, sino antes de que el aimara llegara al sur. Es decir, dicha remodelación debió haber ocurrido por lo menos hace dos mil años, y ello aconteció en el centro del Perú. Por eso ustedes han podido constatar en mis clases cómo en muchos aspectos, por ejemplo, el quechua de Huancayo, que está en el centro del Perú, armoniza bien con el aimara del sur, cosa que no se podría entender bien si es que no partiéramos del punto de vista que estoy mencionando. De manera que la formación del quechua dentro del molde aimara se realiza, repito, en pleno centro del Perú, por lo menos hace dos mil años, pero después habrá una segunda remodelación de la lengua, y ello ocurrirá cuando los incas, de habla aimara, adopten el quechua chinchaisuyo.
¿Qué futuro se puede vaticinar para el aimara en el actual contexto de la globalización que tiende al mutilamiento de los saberes locales?
Bueno, yo dije siempre que el futuro es muy incierto, y quizás más que incierto, sombrío. Porque todos somos testigos de cómo vamos asistiendo a un proceso acelerado de occidentalización a través de la escuela, a través de los medios de comunicación, a través de la política estatal, que no toma en cuenta para nada este legado ancestral nuestro. Dentro de este contexto de hostilidad manifiesta, el destino de la lengua es bastante sombrío. Así es como se van castellanizando nuestras comunidades ribereñas del lago, ¿verdad? Donde el dominio del castellano es cada vez más intenso, donde los hogares son mayormente bilingües, se advierte la predominancia del castellano, de manera que las generaciones jóvenes están asistiendo a un proceso lento y gradual, pero seguro e irreversible de la suplantación de nuestra lengua. Somos testigos, pues, de una glotofagia lingüística: el castellano se “come” al aimara o al quechua, para hablar en términos metafóricos.
¿Cómo construir, en este tiempo, vasos comunicantes de integración entre las etnias quechua y aimara? ¿Es necesario hacerlo, o cada grupo humano con su idioma puede resistir la modernidad, sin perder sus esencias?
Bueno, yo creo que en realidad, en primer lugar, estamos operando con ciertas entelequias, ¿verdad? Hablamos de los quechuas y de los aimaras como si los hablantes de estas lenguas constituyeran un bloque, y no es así, y aquí debo señalar que los lingüistas somos responsables en parte por haber forjado la idea del quechua o del aimara como si fueran una sola lengua, como si todos los que hablan las distintas variedades de las lenguas, especialmente en el caso del quechua, formaran grupos compactos y homogéneos, y esto no es así, porque ya antes de la conquista incaica los distintos grupos que hablaban quechua formaban grupos étnicos diferentes. Entonces, decirle a un huanca que es quechua será para que reaccione negativamente, pues no se va a identificar como quechua: nosotros no somos quechuas sino huancas, nos dirán. Y así, si revisamos el mapa vamos a encontrarnos con ese tipo de actitudes; entonces, en primer lugar, hay que admitir que cuando estamos hablando del quechua nos estamos refiriendo a una especie de idealización. Lo mismo en el caso de los aimaras, aunque quizás no tanto entre los aimaras del sur, que de alguna manera participan de una serie de prácticas culturales comunes, ¿no es verdad? Ciertamente, al margen de la frontera peruano-boliviana todavía se encuentra un nivel de mutua identidad, pero ¿qué hay, por ejemplo, con los aimaras de la sierra de Lima? Estos se sienten totalmente extraños ante los aimaras del sur, y en parte la causa de esto está en que nuestra historia sólo nos ha hablado del aimara como algo exclusivamente sureño, ignorando que detrás de Lima hay otro grupo aimara. Entonces, un esfuerzo por tratar de acercar no solamente ya a gente de ambos grupos idiomáticos, sino incluso a los hablantes de un mismo grupo idiomático, debe comenzar primeramente por tomar conciencia de estas realidades, ¿verdad? Tomando conciencia de ellas, conociendo la historia, que es fundamental (pues sin ella realmente estamos perdidos), buscando las raíces a través de la historia, se puede conseguir algo que pueda permitirnos por lo menos asumir la defensa cultural idiomática de nuestros pueblos, ¿verdad?
Pueda ser que el idioma del futuro sea el aimara, al menos así lo vaticinó el científico boliviano Cecilio Guzmán de Rojas, quien explicó, hace algunos años, que el esperanto universal sería el idioma altiplánico porque tiene más raíces comunes a todos los idiomas. ¿Cómo se podría concretar este parecer, o es que ella sólo quedará en el papel y en la virtualidad científica postergada por los idiomas dominantes como el inglés y el español?
Bueno, en primer lugar, yo no creo en lo que sostiene Guzmán de Rojas, con quien alguna vez quise hablar, a pedido suyo ;y, sin embargo, jamás se asomó ante mí. En verdad, lo que él ha estado vendiendo es una idea totalmente equivocada, ¿verdad? La suya es la idea de un mero aficionado, que no tiene conocimiento lingüístico. Sostiene, por ejemplo, que el aimara es una lengua exquisita, especial única en el mundo, sobre todo para expresar el pensamiento lógico-matemático. Se trata, pues, de un mito más porque si eso se afirma del aimara, lo mismo podemos decir del quechua, que, como ya saben, es una lengua exactamente igual, en términos gramaticales. Y si esto es así, entonces ya no se trataría de algo específico del aimara, sino de todos los idiomas andino. En general, todas las lenguas tienen las mismas riquezas y las mismas potencialidades, lo que pasa es que ellas disponen de distintas estrategias para gramaticalizar y lexicalizar tales virtualidades. El aimara tiene una estrategia, el quechua tiene lo propio frente a las lenguas occidentales, que a su vez disponen de otros procedimientos para expresar los mismos contenidos, de manera que de ahí llegar a sostener que el aimara sería la lengua del futuro, tan perfecta y hasta artificial como el esperanto, pues me parece un mensaje más bien ilusorio que no calza con la realidad, y sí con la fantasía.
Por otro lado, hay lingüistas que vaticinan que el aimara camina hacia su extinción y que su vida efectiva de aquí para adelante no llega a las dos centurias. ¿Es esto verdad?
Bueno, esas ideas han venido del lado boliviano, y justamente Xavier Albó, en sus escritos, ha venido sosteniendo eso, que si las tendencias que los censos van indicándonos continúan, ello constituiría un anuncio de la cada vez mayor disminución de hablantes nativos monolingües de la lengua, es decir, si las condiciones estructurales de nuestros países no cambian podríamos estar asistiendo ya a un desplazamiento irreversible del aimara o del quechua. Esta sería la tragedia, que podría llegar dentro de cien o doscientos años a lo sumo, porque las lenguas pueden extinguirse tranquilamente en media centuria. Yo soy testigo de lo que pasa en el valle del Mantaro, ya le conté al principio cómo mis compañeros de primaria eran quechuahablantes en un ochenta o noventa por ciento. Si hoy día fuéramos allá y recorriéramos las calles de ese mismo pueblo, y tratáramos de hablarles a los niños en quechua nos daríamos con que nadie sabe ya la lengua. Solamente, las personas de cincuenta años para arriba podrían hablarla en forma pasiva, y esto es verdad para todo el valle del Mantaro. O sea, han pasado cincuenta años, y ya no hay quechua. Pues bien, esto mismo puede ocurrir con el quechua y el aimara en su conjunto, si las cosas continúan tal como están.
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