Por Guillermo Yaguno
El anhelo de la reforma política ha puesto al Ejecutivo en el límite de sus facultades legales, y abrió más la brecha irreconciliable con el Legislativo, principalmente con el fujimorismo. Grupo parlamentario que ha copado la escena política y los fueros claves en las comisiones de trabajo del Congreso, y, principalmente, en la mesa directiva.
Una brecha que nació cuando perdió las elecciones presidenciales y que ha marcado una distancia también con el elector.
Desde el resultado electoral último y conocida la conformación de las bancadas, con una mayoría aplastante de Fuerza Popular (73) contra Peruanos por el Kambio (18), el poder del gobierno en el Congreso estaba disminuido a su mínima expresión.
No por su número, sino por la falta de operadores políticos que movieran adhesiones y voluntades de las demás bancadas, en razón a objetivos comunes y de la agenda ciudadana pendiente.
En un inicio hubo esfuerzos desde el premierato de turno, para llegar a consensos con las bancadas contrarias a la del fujimorismo.
Contrarias más por la diferencia ideológica y la exclusión a éstas, que por un compromiso con sus electores y la ciudadanía en su conjunto.
La relación entre el Ejecutivo y fujimorismo se pronosticaba difícil, pero se guardaba la esperanza de que el Perú estaría primero, y que se habría aprendido la lección con una Keiko Fujimori que anunciaba a los cuatro vientos una marcada diferencia con el estilo de gobierno de su padre Alberto Fujimori y afirmaba que no iba a repetir esa historia.
Ese intento de marcar distancia con parte de lo que representaba su padre, le significó una espada de doble filo.
Por un lado, conservar el voto duro fujimorista y a la vez llegar a los electores desconfiados que condenaron el gobierno fujimorista por corrupto y violador de los DDHH.
Esta decisión de Keiko produjo dos alas al interior del fujimorismo, los albertistas que vieron en ella una deslealtad hacia el ‘legado’ del padre, y los keikistas, que simplemente vieron la oportunidad de refundar un neofujimorismo sin Fujimori.
Esta división se acrecentó más con la figura de Kenji Fujimori, quien desde el principio mostró su rechazo a ese punto de quiebre.
Varios rostros de la era ‘albertista’ fueron dejados de lado. Había que tapar un pasado vergonzoso. Incluso, intelectuales de la talla de Hugo Neira, creyeron en el discurso de la llamada ‘lidereza’, aconsejando votar por Keiko y Fuerza Popular.
El historiador se refería a la hija de Alberto Kenya, como la política más importante de estos tiempos y que jugaría un papel decisivo para la democracia peruana.
La realidad y los actos superaron ese discurso.
La maquinaria electoral fujimorista, incluida Keiko, se movilizó para ganar las elecciones, mas no para asumir una derrota electoral, signo natural de un demócrata. Este duro golpe aún no se supera, el fracaso se vivió en dos contiendas electorales.
En ese contexto, nunca surgió un mea culpa o autocrítica fujimorista y se tomaron decisiones autodestructivas para el futuro político del partido y el escenario para el harakiri ha sido el Congreso de la República.
Hoy Keiko Fujimori está en prisión y sus voceros políticos no suman votos, restan en demasía.
Semanas atrás, Pulso Perú publicó la encuesta donde más del 60% de peruanos no votaría por los actuales partidos políticos en las próximas Elecciones 2021. Del cual, el 85% no votaría por Fuerza Popular.
*Periodista