Para ser y saber: “Aprender a aprender”

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Conversaciones con Carlos Portugal Mendoza, sobre José Portugal Catacora

Carlos Portugal Mendoza es el menor de los cuatro hijos del maestro José Portugal Catacora; puneño de nacimiento, salió hacia Lima en 1959, a los 3 años de edad, acompañando a su padre, que fue designado funcionario del Ministerio de Educación por el entonces ministro del sector, Luis E. Valcárcel, cusqueño nacido en Moquegua. 

A la sazón, Carlos Portugal Mendoza se desempeña como economista, con estudios de maestría en agronegocios. Actualmente trabaja en el Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables y evidencia con esas calidades del amor filial, su entereza moral y la inquebrantable fe y admiración por su señor padre, uno de los puneños ilustres que entregó palabra, obra y pensamiento por la educación integral de la niñez puneña, en especial de la niñez indígena, tan desvalida y desdeñada por los poderes fácticos que hasta hoy siguen gobernando y se entronizan en el Perú. 

 Jaime Barrientos Quispe

¿Cómo era su señor padre y qué recuerdos guarda de él?

Bueno, físicamente y culturalmente era una combinación de mestizo y aimara, hijo de Eusebio Portugal y de Germana Catacora, descendiente de los curacas Catacora del pueblo de Ácora. 

Uno de los primeros recuerdos de mi padre, es cuando a la hora de dormir, en vez de relatarme los conocidos cuentos infantiles de origen extranjero, me contaba las leyendas e historias de Manco Cápac y Mama Ocllo, Ollanta, Tunupa, los Achachila, el Pucu pucu y el gallo. Él pensaba que los niños y niñas tenían que conocer y valorar nuestra cultura, por eso también escribió libros como “Niños del Kollao”, “Puno Tierra de Leyenda” y divulgó folletos de literatura y teatro infantil.  

Recuerdo también que tenía un aspecto muy serio y circunspecto, vestido siempre con terno y corbata, pero de rato en rato solía, hacer bromas o emplear una fina ironía, de manera que quien lo oía se sorprendía y se reía con muchas ganas. Decía que esa manera de ser venía de su lado y temple aimara.  

¿Qué recuerda de su padre en Ácora y de los Encinas Franco?

Mi padre nació y vivió hasta los 14 años en Ácora. Contaba que hasta los 9 años hablaba principalmente aimara, pero que, al morir su mamá, empezó a tener más contacto con la familia por el lado paterno y practicó más el castellano. Salvo aquella muerte, sus recuerdos de Ácora siempre fueron buenos ya que quería mucho a su pueblo. 

La familia del maestro Encinas pasó varios años en Ácora; José Antonio si bien nació en Puno, vivió allí de niño. Por ello, cuando la familia Encinas iba a volver a Puno, el niño José Antonio se abrazó muy fuerte a un árbol en la plaza, negándose a dejar Ácora. Esta anécdota la contaba mi padre como una demostración temprana del carácter y amor por Ácora y Puno del gran maestro puneño.

¿Es verdad que su padre al oír hablar de Encinas, se emocionaba y se arremangaba la camisa como para expresar emociones y entusiasmo? ¿Era una relación de maestro y discípulo? Cuál fue la participación de José Antonio Encinas en el Instituto Experimental de Puno que dirigió José Portugal Catacora entre los años de 1947 a 1957.

El tono de su voz cambiaba cuando hablaba de Encinas y a veces se ponía de pie. Fue realmente su discípulo, y lo dijo el propio Encinas, durante un almuerzo aquí en Puno, con autoridades y maestros del Instituto Experimental, hoy “I.E. 70001 José Portugal Catacora”. En aquella ocasión Encinas contó la siguiente anécdota con vestimenta de metáfora. “Había una vez un árbol añoso que pensaba que ya no podía aportar más y que su tiempo acababa, pero le creció un cogollito en una de sus ramas, como evidencia de que su obra continuaría; ese árbol –dijo Encinas- soy yo, y el cogollito es este joven maestro José Portugal Catacora”.   

La creación del Instituto fue una iniciativa de mi padre con el propósito de cambiar la educación tradicional. Por ello buscó al entonces senador Encinas para que lo apoyará con la ley correspondiente. Éste no sólo hizo eso, sino que elaboró con mi padre la propuesta pedagógica, combinando así lo más avanzado de la psicopedagogía que traía Encinas tras su periplo por universidades del mundo, con el amplio conocimiento del niño puneño y de las formas de educación de los aimaras y quechuas que tenía mi padre, tanto por su propia experiencia infantil en Ácora como por haber trabajado en varios lugares del departamento. 

El aporte de Encinas no quedó allí, sino que una vez establecido el Instituto, vino a Puno a capacitar a sus primeros maestros y siguió con mucho interés su desarrollo posterior. Por ello, para conocer cuál era la propuesta educativa, ya madura y científica de Encinas, tiene que conocerse la experiencia del Instituto.  

Sobre la experiencia del Instituto que condujo su padre entre 1947 y 1957, escribió el libro “Una escuela nueva por niveles de madurez en el Perú” en 1990; modelo que elimina los grados de estudios de la escuela común, suprime los exámenes como medio de evaluación, promueve la creatividad antes que la acumulación de conocimientos abstractos. ¿En la actualidad, se precisa los exámenes? ¿Cómo entender estas contradicciones?

En ese libro, que esperamos pueda publicar pronto la Universidad Nacional del Altiplano, se sistematiza la experiencia novedosa y vigente realizada en el Instituto. Digo esto porque realmente lo que se hizo allí no tienen nada que envidiar a las más avanzadas iniciativas de nueva educación que se proponen y realizan hoy en día en el mundo. Esto lo podemos comprobar, por ejemplo, revisando el libro “Escuelas creativas” (2016) de Ken Robinson, uno de los actuales “gurús” de la educación. Allí vemos que esas iniciativas tienen en común que se organizan en torno a la formación de la creatividad, la capacidad de innovación y la práctica de la ética por las personas. Cosas que no pueden alcanzarse sino en base a la formación de competencias, el “aprender a aprender” y el aprendizaje en libertad. 

Pero, el peso del pensamiento colonial es muy fuerte en todos los campos y la educación no es la excepción. Nuestros modelos educativos son una mezcla de la aplicación mecánica de lo que se prescribe desde el exterior como lo mejor, y la férrea vigencia de viejos sistemas y prácticas educativas. De manera que no hay una verdadera política educativa nacional propia, que responda a las necesidades de un mundo en rápido cambio y acechado cada vez más por problemas globales. 

En este contexto, los exámenes tendrían que ser evaluaciones no de los conocimientos, sino de la madurez para aprender que el alumno va logrando con apoyo del maestro.  Y eso era precisamente lo que se hizo en el Instituto. La carga de conocimientos era limitada, pero suficiente. La prueba de la eficacia del método empleado, quedó demostrado al pasar sin mayores problemas los niños formados en el Instituto, de la primaria a la secundaria en otros planteles que mantenían los métodos tradicionales.  

José Portugal Catacora, escribió más de treinta libros de pedagogía, y muchos de ellos inéditos. ¿Su inspiración fue el niño andino?

En su biografía escribió que las dos grandes motivaciones de su vida fueron “el niño y el indio”. Hace poco la Casa de la Literatura hizo un inventario de su archivo de libros y los pusimos todos en fila y era evidente que todos estaban dedicados a esos dos temas. Una parte de sus libros, por ejemplo “Psicopedagogía del Lenguaje” o “El Niño Indígena” buscan que se eduque con eficacia, pero sobre todo con comprensión, respeto y amor a los niños y niñas. Otro era reivindicar a los pueblos aimara y quechua, en sus derechos, pero también destacar la importancia de su cultura y la actualidad de sus aportes. A este tipo de libros corresponden títulos como “Puno, Tierra de Leyenda”, “Danzas y Bailes del Altiplano” e “Historia de la Educación en Puno”. 

Éste último tiene un importante capítulo sobre la educación informal, espontanea, que se practica en las comunidades, y que es fuente de enseñanzas que debemos aprovechar para una educación nacional. Ese tipo de educación, llamado por don Julián Palacios Ríos la “Educación de Manco Cápac y Mama Ocllo”, tiene conceptos valiosos sobre la formación a través de la actividad diaria, en el trabajo, en el juego y en el arte. Asimismo, en la educación en las comunidades, por lo menos en la época de mi padre, se tiene el concepto de que todo adulto tiene la obligación de educar a los niños y niñas, convirtiéndose toda la comunidad en una escuela. Este último concepto se conoce modernamente como “sociedad educadora”.

José Portugal Catacora, contribuyó a fundar los Núcleos Educativos Campesinos, una propuesta puneñista y andina vinculada a los sistemas productivos en la educación. Esta propuesta ya estaba en su libro “La Escuela Andina del Porvenir” (1945). ¿Qué lo motivó a escribir este libro? 

Por esos años no había política educativa rural. Los maestros puneños reclamaban que no podía enseñarse a los niños y niñas del campo, de manera idéntica a como se instruía a los niños y niñas de la ciudad, sin tener en cuenta su vinculación con la naturaleza y sus propios valores culturales. Libros como la “Escuela Andina del Porvenir” y especialmente “La Escuela Campo” de Julián Palacios, incidieron en la creación de los Núcleos, creados en el gobierno de Bustamante y Rivero que tuvo como Ministro de Educación a Luis. E. Valcárcel. 

Además, los maestros puneños se encargaron del diseño práctico de los núcleos conjuntamente con los de maestros bolivianos, en la reunión de Warisata (1945), donde estuvieron algunos fundadores, más de diez años atrás, de la célebre Escuela de Warisata. En su autobiografía y otros textos mi padre cuenta que las propuestas de la delegación puneña fueron acogidas plenamente, al punto que la primera capacitación a directores y profesores peruanos y bolivianos de los núcleos, estuvo a cargo de peruanos en Puno en la Granja Salcedo.

¿Qué relación tuvo con Gamaliel Churata y el grupo Orkopata? 

En esa visita a Warisata, tuvo su primer encuentro con Gamaliel Churata, con quien conversó en la oficina de un diario en La Paz donde el escritor puneño laboraba. Además de tratar el tema educativo que empeñaba los esfuerzos de puneños de avanzada, Churata escribió por ello un elogioso artículo sobre la propuesta de la delegación peruana. Lo volvió a ver en varias ocasiones cuando el autor de “El Pez de Oro” retornó al Perú y departió con él en reuniones que le ofrecieron en Lima los miembros del Instituto Puneño de Cultura. También lo recibió a Churata en el Ministerio de Educación.

Cuando en los años 20 se dio el movimiento de Orkopata, mi padre era adolescente y estaba estudiando para profesor; por ello no tuvo mayor relación con ellos. Luego mi padre viajó a trabajar a Ayaviri y allí con maestros como Mercedes Bueno Morales, Natividad Tapia, Benjamín Camacho y Castor Vera Solano, fundó el sindicato de profesores y la revista “El Educador Andino”. 

Luego, a finales de los años 30, cuando regresó a la ciudad de Puno, se relacionó con los Orkopata que quedaban. Emilio Vásquez, lo animó a publicar “Niños del Kollao”, y seleccionó los cuentos allí reunidos. Este libro se exhibió el 2016 en la Casa de la Literatura de Lima como uno de los primeros textos ilustrados de literatura infantil en el Perú. Asimismo, trabajó con Julián Palacios que, junto con Alfonso Torres Luna, habían sido sus profesores en la Escuela para Maestros de Niños Indígenas que funcionaron en el colegio San Carlos. También fue amigo de Inocencio Mamani, Mateo Jaika y Dante Nava, a quien invitaba cada 24 de junio a recitar su famoso poema “Orgullo Aimara” en el Instituto Experimental. 

A los demás Orkopata los trató en Lima, a Alejandro Peralta, Luis de Rodrigo, Emilio Armaza y otros destacados intelectuales puneños y nacionales. Fue gran amigo de José Luis Ayala, amistad que de alguna manera he heredado y de la cual me honro.

¿Conoció usted a esos puneños ilustres? ¿Qué recuerdos familiares tiene de esa época?  

Junto con mi hermano Edgar, acompañaba a mi padre en las visitas que solía hacer a los intelectuales puneños radicados en Lima. Así conocí a varios de ellos. Pero yo era pequeño y sólo años después pude valorar la obra y personalidad de esos puneños de gran valía y calidad.

Recordando esa época, permítame mencionar a mi madre Estela Mendoza, sin cuyo apoyo mi padre no hubiera podido desarrollarse profesionalmente ni tampoco nosotros sus cuatro hijos. Muchas veces se olvida el rol que cumple la pareja y la familia en la vida de un escritor. Publicar en esa época no era fácil, menos con el sueldo de un profesor; por ello mi madre mientras vivimos en Puno condujo una pequeña tienda con la que aportaba a la economía familiar. Mis hermanos, Pepe, Héctor, Edgar y yo mismo y otros familiares, según íbamos creciendo, aprendíamos a escribir a máquina y nos dedicábamos a transcribir los textos de mi padre que él elaboraba a mano. 

José Portugal Catacora propuso también introducir sistemáticamente el uso de las lenguas nativas en el proceso de aprendizaje. Al respecto, señaló que “(…) el empleo de dichas lenguas, debe hacerse en pleno campo, en el corazón de alguna comunidad…”. ¿Insinuaba ya una perspectiva intercultural de la educación nacional?

Se piensa generalmente que la interculturalidad se limita al uso de las lenguas nativas, pero la interculturalidad es una respetuosa comunicación entre culturas; el lenguaje es el medio, pero lo más importante es conocer y empatizar con la cultura del otro. Si no, el uso del lenguaje puede ser simplemente un medio de dominación cultural, como lo fue la catequización en la Colonia. Eso lo sabían bien los grandes maestros puneños. 

Siguiendo esa línea de pensamiento, ya como idea mía, pienso que el quechua y el aimara deben ser enseñados en el sistema educativo oficial, al menos en forma básica y profundizando el conocimiento de nuestros pueblos originarios. No hay otro medio para que aprendamos a respetar y apreciar a nuestros orígenes. De otra manera siempre habrá discriminación. No es posible, que habiendo sido reconocido el quechua como segunda lengua oficial en el Perú, sólo se enseñe a los que ya la tienen como lengua materna.

En el campo del uso de las lenguas en la educación rural, los maestros puneños se adelantaron casi un siglo a lo que en este tiempo se empieza a poner en práctica. Y lo hicieron de manera práctica y comprometida, pero también científica, como por ejemplo con la Escuela Experimental de Ojherani a cargo de María Asunción Galindo y Nora Luz Díaz de Deza.

El Instituto que dirigió mi padre contribuyó también, estableciendo un anexo en la comunidad de Jayllihuaya, educando así en su propia lengua y costumbres a los niños de esa localidad. Se afirmó la experiencia del Instituto al medio rural con un intenso trabajo comunitario y de proyección con los padres y madres de familia.  

En “Danzas y bailes del altiplano” publicado en 1981, en su primera edición se hace una explicación marxista sobre la quinua. ¿Qué ideología profesaba su padre? En la descripción de las danzas de los chatripulis, aukipulis, pulipulis, señala que es una alegoría dedicada a las distintas etapas de la quinua. ¿Eso es cierto?

La relación entre las expresiones culturales y la economía no es una idea exclusivamente marxista, sino un tema presente en todas las teorías, incluyendo las de Keynes y Max Weber. Si quisiéramos señalar alguna influencia en este tema, tendríamos que citar a Churata, quien dedicó todo un artículo a las danzas que se practican en el Altiplano, sosteniendo su relación con las prácticas productivas (“La Liturgia Solar” Gamaliel Churata. La Revista Semanal. Año VI, núm. 235. Lima, 31 de marzo de 1932. Texto recuperado por Wilmer Skepis). 

La asociación de los Pulis con la quinua, no es sólo una observación de mi padre; varios investigadores relacionan este grupo de danzas con la agricultura o directamente con la quinua. Es el caso de Cuentas Ampuero, Virgilio Palacios e incluso investigadores del Instituto Nacional de Cultura de la década del sesenta que vinieron a Puno. Asimismo, hay textos oficiales en Bolivia que dicen lo mismo. 

Desde luego, el sentido o significado de una danza varía de acuerdo a los contextos locales y al tiempo, y en el Altiplano tenemos múltiples lugares y períodos temporales de muchos siglos. Ciertamente hay que tener muy presente la información que proporcionan los danzantes actuales que mantienen viva la cultura ancestral, pero también otras fuentes confiables como las que citamos. 

Mi padre si bien conocía el marxismo, como muchos intelectuales de su tiempo, no se adscribió a éste. Practicaba lo que podríamos llamar un andinismo humanista. Solía decir, con Encinas, que el maestro no debía pertenecer a ningún partido, pero si debía ser de izquierda o comprometido con el cambio, pues su propia función como maestro lo obligaba a asumir esa visión y ese reto.

En cada uno de sus textos, uno encuentra una búsqueda de la pertinencia cultural, la relevancia social de la didáctica. ¿Hay otro tópico que no se conoce? 

Creo que hay un tema poco conocido en su obra, esas son sus propuestas de política y organización educativa. Al respecto planteó en diferentes momentos tres propuestas. La primera, la que figura en “La Escuela Andina del Porvenir” (1945), la segunda, “Hacia un sistema educativo para el Perú (1955) y la tercera “Una propuesta para la reforma educativa” (1969). Esta última fue elaborada colectivamente con los integrantes del Instituto José Antonio Encinas que fundó en Lima con Francisco Deza Galindo, José Paniagua Daniels y otros distinguidos puneños. 

La propuesta, en la que participó además doña Aurora Encinas Franco, recomendaba, entre otros aspectos, la necesaria participación de los maestros en la reforma educativa, la continuidad de la experimentación pedagógica y emplear el sistema de niveles de madurez en el aprendizaje, así como la supresión de los exámenes de conocimientos. 

Otro aspecto poco tratado sobre su obra, es el valor literario de sus cuentos y narraciones. Está pendiente en ese sentido la reedición de su libro “Niños del Kollao”

¿Por qué se le reconoce a su padre tardíamente? 

No sólo es su caso, sino en general de los intelectuales provincianos de su tiempo, que fueron invisibilizados por el centralismo limeño. Arguedas, se salvó de eso pues estudió la universidad en Lima y se vinculó a los intelectuales locales que realmente no pudieron desdeñarlo ni dejarlo de lado por su calidad literaria. Pero, sobre todo los intelectuales de provincia fueron marginados, principalmente porque pensaban diferente a la corriente dominante.   Esa es una simple y dolorosa constatación: pensar diferente a las corrientes dominantes significaba no existir para la cultura hegemónica y dominante en temas pedagógicos.

Paso a contarle una experiencia en ese sentido. En 1963, José María Arguedas organizó desde la Casa de la Cultura una Mesa Redonda sobre el “Monolingüismo quechua y aimara y la Educación en el Perú». Ese certamen fue trabajado con mi padre, buscando presionar a los funcionarios del Ministerio de Educación a comprometerse con el uso de las lenguas. Pero ni las explicaciones conceptuales de Emilio Barrantes, ni los argumentos de Arguedas, ni las pruebas científicas que presentó mi padre sobre las experiencias en Puno, inmutaron a los representantes de la Iglesia, la academia y menos a los funcionarios del Ministerio de Educación. En ese tiempo, mi padre trabaja allí, pero no tenía poder de decisión. 

Tuvo que llegar Juan Velasco Alvarado, para que se empezara a reconocer los derechos lingüísticos de los pueblos originarios. Si algo se hizo antes en Puno, fue por el esfuerzo e iniciativa de los maestros puneños. 

Pero, también hay que reconocer la responsabilidad de las autoridades y los propios puneños, por olvidar a sus intelectuales, por perder la memoria histórica indispensable para construir cualquier propuesta de desarrollo regional. 

No se trata tampoco de hacer reconocimientos formales o simbólicos, tampoco de replicar al pie de la letra sus propuestas, sino principalmente de emular su ejemplo de creatividad, de trabajo y de arraigo en la cultura propia. Como decía mi padre, “hay que pensar con cabeza propia el porvenir y construirlo de la mano con nuestra historia”. 

Por qué no le siguió los pasos, usted es economista y no educador

Bueno, en realidad todos somos educadores, es una obligación que a veces dejamos en exclusiva a los profesores, pero formar a los niños y niñas es una tarea de todos.  Pero, carezco de la vocación y habilidades especiales que requiere un educador. Si algo sé de estos temas es porque, naturalmente, el tema educativo estaba presente permanentemente en casa y hoy continúo interesado en éste. No me desligo mentalmente.  

Mi querido amigo Jaime Barrientos, le agradezco esta entrevista y en especial la deferencia de Walter Paz Quispe. Hay muchos buenos intelectuales, pero él además es un verdadero maestro de la juventud. También permítanme reconocer a la Universidad Nacional del Altiplano, a José Luis Velásquez Garambel y al joven y prometedor Pio Chambi que han ayudado a la publicación de obras de mi padre. Entiendo que la Universidad Nacional del Altiplano seguirá haciéndolo; son varios los inéditos que tiene, como por ejemplo su “Monografía de Acora” escrita en los años 40 y “Los Aymaras”, entre otros.

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