A continuación les dejamos el doloroso balance de la pandemia del 2020 en el territorio peruano
Unos treinta y siete mil compatriotas no pasaron la Navidad con nosotros. Han fallecido por el letal ataque de la coronavirus-19 durante el año que empezó con la cuarentena del 15 de marzo.
Este virus planetario ha contagiado a casi un millón de conciudadanos, la cifra exacta al 20 de diciembre fue 928 mil 258 conciudadanos, según las fuentes de un recontra especializado portal biométrico de la red en internet.
Sin duda, la pandemia es un acontecimiento mortal mundial que enluta la vida de casi un millón de hogares peruanos. Afectados y fallecidos.
A nivel global, como referencia comparativa, los países han reportado 1 millón 687 mil 350 muertos de un total de 76 millones 340 mil 604 contagiados.
El cruel obituario es liderado por los EE.UU., seguido por la India, Brasil, Rusia, Francia, Turquía, Gran Bretaña, Italia, España, Colombia, México, Polonia y cerca entre ellos, el Perú. Casi todos vuelven a la cuarentena ante el embate de una nueva ola.
El 2020 quedará entonces en la memoria colectiva como el “año del C-19” y el 2021 se inicia ya con la crisis de la vacunación esperada.
Aquí se cumple una ley inexorable de la desigualdad del sistema en que vive la mayoría de la gente: el que puede, puede.
Este es, ciertamente, un hito entre enfermedades de lo que va del siglo 21 e inusitado aun en la secular tradición epidemiológica de nuestras tierras, tal como lo revela un magnífico texto de Marcel Velásquez sobre el tema.
Al respecto, pocos índices tan dolorosos como el de la letalidad. Cifra que en una curva estadística entrega a diario el número de ausentes para siempre.
¿Qué nos trae la observación? La tendencia de la curva de letalidad muestra una atenuación que se inicia a mitad de año y que se prolonga a nuestros días. No vale cantar victoria. Existe otra data que presume una nueva ola y hay voces de alarma por la aparición de focos regionales en la costa central y norte.
Y el miedo aparece en las preocupaciones de la gente por las carencias, desde las camas de cuidados intensivos, la saturación de los servicios médicos de emergencia y la evidente fatiga de sus sufridos operadores.
LA FALTA DE TRABAJO
Este doloroso balance, sin embargo, no viene solo. La desocupación, el desempleo, la calle. Solo en Lima Metropolitana, la población económicamente activa ocupada cayó de 4 millones 961.9 a 4 millones 142 en el periodo comprendido entre el trimestre móvil setiembre-octubre-noviembre del año 2019 a este trimestre semejante del 2020. Curiosa data, mientras que las empresas ya no pedían más recursos a Reactiva Perú.
Quiere decir que ochocientos diecinueve mil residentes en Lima pasaron de ser PEA ocupados a ser números de PEA desocupada entre el 2020/2019 según los reportes del implacable INEI. Tal vez por eso hay migración inversa, de Lima hacia los puntos de origen.
Súmele los 403 mil que ya estaban desocupados en la PEA. Y observe la persistencia de una NOPEA de algo más de quinientas mil personas, el resultado es un incremento de los que no encuentran ocupación de 140.8%, un millón doscientas mil personas.
Y nótese que el desencuentro vino de porrazo. Concentrado. De febrero a abril. Esta violenta inflexión del empleo está tardando más de siete meses en resolverse. El estilo en V en el PBI y en algo que se parece al estilo en U en el trabajo. Del bajonazo no se salva ni siquiera Ica agroexportadora que lideraba el mito del pleno empleo que reveló un modo de explotación inicua de la pobreza de la gente peruana con lustre de ciencia, tecnología de riego por inducción y microtubos computarizados.
Y en el mismo periodo de pandemia, cuarentena y paciente recuperación económica cambiaron tres presidentes, millones de peruanos marcharon por plazas y calles a lo largo y ancho del país; juramentaron ministros, tantos que ya no se sabe cuántos, mientras que las instituciones señeras giran como ruedas en vacío, a la espera de una reconstitución de sus integrantes en el abril electoral que se aproxima, el que precede el inexorable camino hacia nuevas reglas de la vida social que superen a las del año de la cuarentena.