Columnista: Abel Rodríguez
Existe una afinidad entre la censura y la impostura en nuestro sistema educativo. La creatividad en el aula se combate, jamás se alienta. Se promueve, reproduce y resucita un sistema educativo (renovar nunca, proponer uno propio jamás) que se muestra democrática y democratizadora. Pero la realidad del aula/pabellón se impone, los estudiantes retornan año tras año (sentenciados a desarrollar el celo a la cooperación) a un espacio y ambiente pensado para su suplicio normalizador (estudiante obediente, estudiante competente) si la fortuna lo acoge en su seno, tal vez pueda estar a cargo de un docente que muestre interés sincero por su aprendizaje. ¿Qué ha cambiado en verdad en nuestra educación? El educador del inicio de la república criolla/mestiza al educador “moderno”, gran parte de ellos y ellas emplean la intimidación para disuadir a los alumnos de cuestionar el método, contenido y resultado de este proceso educativo.
La sociedad ha proyectado su naturaleza en este espacio que es la escuela, se pueden ver sus vicios (clasismo y racismo) en la gran mayoría de ellos. Las horas transcurridas en el aula se convierten en momentos de liberación para los padres. El estado, sus contenidos y diseños curriculares aparentan ser políticas educativas concretas y sostenibles. Pero el resultado al culminar la educación básica, en sus modalidades, la gran masa de estudiantil muestra carencia en el manejo de contenidos/temas de las diferentes áreas, a las que se les asignaron (docente) e impusieron (alumnos) un cúmulo de horas.
Con igual evidencia cabe señalar las condiciones (económicas, culturales, competitivas) de los maestros y maestras que acuden al aula/pabellón. El Estado, de forma paliativa, ha procedido con este sector tan medular, la improvisación parece estar en el “Ministerio de Educación”.
La ansiedad por regresar y la angustia por acabar, afecta tanto a alumnos como a docentes, pero el Estado se mantiene firme en la defensa de un modelo educativo que responde al conocimiento general pero muy poco a la necesidad específica; los diferentes agentes involucrados (funcionarios, especialistas, docentes, tutores y sociedad en general) muestran un conservadurismo eclesiástico, que podría resumirse en ideas como: a más tarea mejor colegio, a más horas mejor aprendizaje, a mayor exclusividad, futuro profesional asegurado.
Nuestra educación, en sus niveles y modalidades, casi nunca ha respondido a un proyecto de gran aliento, y quien ha sido mártir en este proceso fueron, son y seguirán siendo los alumnos, a quienes se les permite la palabra para exigirles de razones el porqué de sus bajas calificaciones en una evaluación. En el aula/pabellón se le brinda no solo un horario académico sino que también se le hace que asimile un horario emocional, existe el momento (indicado por la providencia al docente) para que el alumno pueda expresar su estado afectivo, esta particularidad también es compartida en casa, el adulto reglamenta todo, incluso la actividad lúdica, el alumno que propone pocas veces es tomado en cuenta, se le ignora o se tiene la mirada fija en él o en ella.
Este retornar al aula/pabellón tiene que hacernos replantear cuál es la función real que está ejerciendo el sistema educativo en nosotros y contra nosotros. Es de destacar que existen casos atípicos, en esta realidad educativa. Maestros y maestras de vocación que, con su ejemplo, día a día hacen confortable este regreso a clases. Esos estudiantes gozosos de aprendizaje vuelven a sus aulas/talleres donde se les permite pronunciar libertad, igualdad y fraternidad.