Escribe: Héctor Tintaya Feria
La mayoría que ha visto la serie Adolescencia de Netflix se han detenido en alabar la actuación o discutir, comparar y evaluar las causas y circunstancias por las que un adolescente pueda tomar la decisión y escrutinio de asesinar a su compañera de colegio. Yo me he detenido en ver la impotencia y en muchas veces la tristeza que padecen los maestros de esta escuela para lidiar, controlar e intentar educar a estos adolescentes.
Los he visto con especial interés porque en muchos pasajes de la serie se nota que los maestros están muy desmotivados y se enfrentan a los adolescentes antes que ser sus maestros. Una situación muy incómoda y que de seguro no abona en nada para motivar los aprendizajes. Es como si estuvieran en ese colegio porque el ciego destino los puso sin importar sus intereses y objetivos sobre su rol de educadores. No sólo están como si fueran un obrero cansado que llega a la fábrica, sino como uno de estos que sólo quiere que llegue el fin de semana y en medio del licor tratar de olvidar el peso que significa cargar con su vida.
Algunos le llaman el síndrome del profesor quemado y en algunos países ya se están tomando las medidas para evitar que esta desmotivacion generalizada no termine por perjudicar más los procesos educativos. Las causas son muchas desde los económicos hasta los políticos, pero sin duda los principales en nuestro país tienen que ver con una serie de normas que, para el entendimiento de muchos maestros, les ha restado competencias pedagógicas y administrativas y los ha llevado a sentir un desapego total por la profesión que muchas veces eligieron por vocación y pasión y que ahora se ha convertido en su mayor lastre y frustración de lo que ya no puede ni debe hacer en el aula.
El resultado es que lo ha convertido en muchos casos en un docente meramente observador. No quiere complicaciones legales si aparecen problemas como los que se aprecian en la imperdible serie Adolescencia. Le echa la culpa a los padres, al sistema educativo y la impotencia lo ha llevado a estar “quemado” emocionalmente.
En muchos casos ni siquiera es el factor económico pues en el país el maestro siente que lentamente le están dando lugar por efectos de la meritocracia. Se ha sumado también que esta y la anterior generación de docentes aún no entienden los procesos y consecuencias de la globalización, internet y las redes sociales. Muchas veces los minimiza o siente que no puede lidiar con estos potentes fenómenos y menos entender sus consecuencias lo que aumenta su desapego y hasta desamor por lo que abrazó alguna vez con esperanza social. No es el currículo necesariamente, pero fuese la política educativa, la desconexión de los padres o los conflictos psicológicos provenientes de las redes sociales, el maestro se siente quemado o apagado y distante de su principal rol. [email protected]