León Trahtemberg
Con frecuencia se alude en los medios al hecho que la mayoría de los altos funcionarios de las empresas líderes en high tech en el Silicon Valley prefieren mandar a sus hijos a colegios en los que no haya tecnología, que se concentren en habilidades manuales, sociales, artísticas, físicas, juego, pensamiento crítico, entendimiento y empatía con otros. Son conscientes de la creciente importancia que tienen las habilidades sociales para el mercado laboral, como ha demostrado con sus investigaciones el economista David Deming (Harvard). Sin embargo, se enfrentan a la limitación que impone la publicidad por las STEM y el uso de pruebas estandarizadas.
Eso no quita el hecho que hay intentos por encontrar un balance al utilizar la tecnología disponible para personalizar el aprendizaje de los alumnos y desarrollar algunas habilidades propias del mercado laboral de estos tiempos.
El Capítulo 6 del excelente libro de Scott Hartley “The Fuzzy and the Techie” (2017) comenta sobre cómo diversas propuestas de aprendizaje usando tecnologías digitales han mejorado los logros de los alumnos.
Por ejemplo, se plantea la posibilidad de completar la secundaria online hasta graduarse, aunque aún la tasa de deserción de esas clases es alta y resulta más útil para enfermos o alumnos con problemas sociales o de conducta. También se ha desarrollado el llamado “Blended Learning” que busca combinar la enseñanza presencial con el maestro y el estudio autónomo del alumno en el aula o en casa.
En todos estos desarrollos el profesor pasa a tener más un rol de coach que de enseñante.
En cuanto a los padres, se ha encontrado que si los profesores les envían sistemáticamente emails informando qué es lo que están estudiando los alumnos, los ejercicios que están trabajando, las tareas, etc., y algunas pautas sobre cómo podrían trabajar el tema en sus conversaciones en casa, se levanta el nivel de motivación de los alumnos.
En suma, estamos en una transición entre la escuela tradicional y la del siglo XXI, que incorpora las diversas tecnologías de información y comunicación al cotidiano escolar.
A falta de fórmulas ya consolidadas, los colegios podrían ir ensayando sus propias fórmulas para detectar cuáles tienen impacto positivo en el corto y largo plazo para beneficio de los alumnos.