El enigmático caso de la cabeza de Pedro Vilcapaza

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Uno de nuestros más insignes próceres, Pedro Vilcapaza Alarcón, murió en Azángaro un 8 de abril de 1782. Fue un líder rebelde indígena, quien dirigió el sitio de Sorata junto al sobrino de José Gabriel Túpac Amaru, Andrés Túpac Amaru.

Escribe: Samuel Álvarez Enríquez

Durante mis primeros años como docente en la Escuela Primaria de Pacuhuta, jurisdicción del distrito de San Antón, en Azángaro, conocí con más detalle la historia del Puma Indomable. Fue en la comunidad situada en medio de altivos cerros y verdes pastos, cuyos peñascos y pajonales naturales, cerca de la carretera que divide las circunscripciones de las provincias de Melgar y Azángaro, deja apreciar el legendario Inampu (1), en Asillo. Así nos informamos que este fue el último lugar de resistencia de las huestes de Vilcapaza, tras emprender su rebelión, en la segunda etapa de la iniciada por Túpac Amaru II, el año 1780. Interesados, pues, nos imbuimos en las hazañas del General Indígena Pedro Vilcapaza.

El Inampu legendario, como se sabe, es el lugar en que, después de una tenaz lucha entre los ejércitos patriotas y los españoles, Vilcapaza fue apresado. Allí fue sentenciado, descuartizado y degollado, específicamente en la plaza principal de Azángaro, el 08 de abril del año 1782, ante la cruel mirada del General realista José del Valle. Después de habérsele tomado prisionero, fue trasladado hasta Azángaro, donde fue juzgado y descuartizado. Sus extremidades fueron distribuidas en diferentes lugares de la región, colgados en sendas picotas.

La ubicación de su cabeza, para algunos historiadores, tuvo un destino enigmático y poco común, pues buscó llamar al escarmiento a los rebeldes, quienes finalmente fueron sometidos por los representantes de la corona española: corregidores, jefes militares, religiosos y demás autoridades dependientes del rey y el Virrey. Ellos tuvieron a su cargo la inmolación de este ínclito general tawantinsuyano. Purgó sus penas y castigos por el solo hecho de defender a su broncínea raza de los castigos, exacciones y saqueos; y no solo por ellos, sino por toda la masa de los mal llamados “indios” e “indígenas”, los mismos que, en afán de liberarse de la opresión y guerra fratricida a que fueron sometidos, lucharon hasta morir y con tal empeño y honor, que hoy son recordados en fechas como estas.

Pero, volviendo al asunto de la cabeza de Vilcapaza, otro insigne azangarino, el escritor Lizandro Luna La Rosa, de puño y letra, da señas de su cabeza. Se trata de un episodio poco conocido, ocurrido después de su descuartizamiento. Como las demás partes de su cuerpo, que fueron distribuidas -en escarmiento- en diversos lugares del ámbito de acción de los revolucionarios.

José Lizandro Luna La Rosa (1894-1864) en su obra “El Puma Indomable” (biografía novelada, Arequipa, 1944), además de relatarnos otros grandes episodios, esta vez sobre la cabeza de Vilcapaza, nos dice: “La cabeza del Puma. El más glorioso trofeo del ejército realista y del que estaba orgulloso, era más que un estandarte ganado en el campo de batalla. Estaba sobre un alto poste en el centro de la plaza de Azángaro, cerca al histórico rollo de los ajusticiamientos. No había perdido aún ese gesto altanero y desafiador que le era característico. Torva manchada de sangre coagulada, se había estereotipado en ella una mueca que no se sabía si era de desprecio en sus momentos de cólera. Miraban sus ojos con una fijeza aterradora. Con dura fijeza taladrante. Infundía respeto.

La cabeza del Puma no podía seguir sobre la picota del escarnio. Era una vergüenza para los indios. Desde lo alto del poste, con la dura mirada de sus ojos vidriosos, parecía dirigir a los indios un amargo reproche. Parecía que iba a rugir. Diríase que hasta después de muerto el gran rebelde seguía ordenando y se hacía obedecer. Así sucedió. Una mañana no amaneció. No se sabe quién, pero alguien derribó el poste y se llevó la cabeza. El trofeo tan caro a los realistas había desaparecido. Era una burla sangrienta. Una ironía amarga. Este hecho en su simplicidad fue creciendo en el espíritu panteísta del indio hasta llegar a alcanzar contornos novelescos. Y en torno a él la leyenda encendió sus luces de bengala.

Según ella el caudillo volvió a sus correrías de gato montés. Ya lo vieron bajar de ‘Sullkka’ (2) jinete en su famoso caballo ‘Yana rumi’ (3) y pasar como una exhalación por la pampa, otros aseguraban que la cabeza y los miembros se habían soldado y que todas las noches recorría el histórico campo de batalla azuzando sus bravas huestes. Quien lo vio deliberando con sus jefes del ayllu en lo más abrupto de los cerros que fueron centro de sus épicas hazañas. Lo cierto es que la desaparición de la cabeza inspiró muchas leyendas a cual más caprichosas. Pero no llegó a descubrirse su paradero. Lo más verosímil es que la condujeron donde estaba el ejército rebelde y que éste la llevó como un trofeo venerado hasta el último baluarte de la sublevación que fue “Inampu”. El escritor Basadre, en su libro tantas veces citado, dice que los partidarios del caudillo robaron la cabeza en el Cuzco y que lo trajeron a azángaro donde fue enterrada en la iglesia, la encontraron enterrada al pie de uno de los confesionarios. Este dato comprueba que la cabeza del puma fue robada pero no en el Cuzco. Porque como hemos visto, la ejecución del caudillo fue en azángaro donde se libraron las últimas acciones de armas de la sublevación. Aquí cayó el puma indomable, alma de la resistencia. Lo sucedieron dos jefes más, y con ella terminó la brava gesta libertaria” (“El Puma Indomable”, Tip. Quiroz Peralta, Arequipa,  1944).

El artista y maestro Don Álvaro Cano Gonzáles, fue el primero que diseñó la figura egregia del prócer azangarino, así como su cabeza. Es la mismo que circula en carátulas, postres y demás fotograbados de libros, revistas, aún las esculturas que en estos momentos se forjan.

En seguida, sobre los dos rebeldes más que prosiguieron la lucha, Silverio Chancatuma en Asillo (Azángaro) y Waman Tapara, en Nuñoa (Melgar), según señala Lizandro Luna, después de la muerte de Vilcapaza, en mayo del 1782, la historia cayó como la noche. Sobre estas incursiones de Asillo y Nuñoa, muy poco se sabe, en gran medida por lo anotado por los cronistas oficiales. Sin embargo, esclarecidos historiadores dan visos de lo que ocurrió y seguramente muy pronto lo legitimarán, por lo que eso no le compete al presente artículo.

Notas:

  1. A media altura de dicho cerro ubicado al Sur de la localidad de Asillo-Azángaro-Puno, como quien viaja hacia la selva, carretera a Madre de Dios. Hasta la fecha se encuentra una trinchera de lucha donde Vilcapaza y sus huestes se defendieron de las tropas españolas en su avance.
  2. Lugar de donde Vilcapaza y sus huestes lanzaron el grito de libertad en su primer momento, ubicado entre cerros al este, de Azángaro.
  3. Es el nombre del corcel que montaba Pedro Vilcapaza en todas sus hazañas guerreras.

    Bibliografía:

    Luna La Rosa, Lizandro, “El Puma Indomable” Tip. Quiroz Peralta, Arequipa, 1944.

    Mamani Mendoza, Belarmino, “Remembranzas al Caudillo Pedro Vilcapaza”, Sicuani, 1982.

    Canahuire Mendoza, Florencio, “Rebeliones Indígenas en el Perú y Azángaro en la Historia”. Edic. Rusinka, Lima, Perú, 1994.

    Frisancho Pineda, Samuel, “Monografía del Departamento de Puno”, Puno, 1981

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