Escribe: Oscar Enrique Pino Ponce
Parcialmente fue buena la decisión del alcalde de Arequipa al disponer que las calles donde funcionan las comisarías, convertidas en depósito de automóviles siniestrados, sean despejadas, especialmente la calle Palacio Viejo a una cuadra de la Plaza de Armas. Dicho espacio ya habría sido parte del city tour de turistas que espectaban el resultado de cuanta informalidad e imprudencia del chofer peruano, justamente por éstas consideraciones somos uno de los países donde se viola impunemente las reglas de tránsito. Sin embargo, cual contaminación cruzada, el depósito y símbolo del morbo fue trasladado a apenas 2 cuadras en el Parque Duhamel y nada menos que a la zona de estacionamiento del ex Hotel Presidente que tantas veces se intentó reflotar. Imposible evitar la molestia de centenares de comerciantes y público en general por las múltiples molestias por la intransitabilidad, inseguridad y contaminación visual y atentado contra el ornato precisamente en el Centro Histórico de Arequipa, significando una grave afrenta para reflotar el tan maltratado diploma de Patrimonio Cultural de la Humanidad y que este año cumple “honrosamente” sus bodas de plata. En su lugar existen centenares de áreas fuera de la zona urbana donde deben ser trasladados estos vehículos bajo cargo, costo y responsabilidad de sus propietarios.
En Puno ya se hizo entrar en razón a la Comisaría Puno, que había “adornado” la 5ta. y 6ta. cuadras de la calle Deústua, en plena Plaza de Armas puneña, con la misma existencia por demás nauseabunda durante décadas, curiosamente frente al Museo Municipal Dreyer y acaso como imitación de la vitrina de la ironía altiplánica. En Cusco, pese a que se han retirado estos instrumentos del morbo fuera del área monumental, aún en sus nuevos paraderos en vías públicas, siguen ocasionando la imagen negativa.
Refiriéndonos nuevamente al triste paraje del Hotel Presidente de Arequipa, la falta de empatía y sensibilidad del Alcalde permite que decenas de ambientes sean reducto de la inmundicia y almas en pena, cuando debieran habilitarse al menos temporalmente para servicios del consumidor o aquellos relacionados al turismo, al arte y derivados, mientras se espera la santa paciencia de los supuestos (o inexistentes) concesionarios. Reiteramos que el empecinamiento en tomar decisiones apresuradas sin medir las consecuencias no hace más que hundir el estado de conservación del Centro Histórico de Arequipa