La Navidad no es solo un momento de celebración, sino una oportunidad para muchas personas de seguir adelante a pesar de las dificultades que se les presentan en la vida.
Escribe: Jeamilett Chirinos Berna
La Navidad, para muchos, es sinónimo de luces brillantes, grandes cenas y regalos, pero para otros, representa un esfuerzo diario por mantener a sus familias y encontrar alegría en los pequeños gestos. En el Cercado de Arequipa, donde las necesidades son el pan de cada día, estas fechas no se viven con la abundancia de otros hogares. Alexis, Eli, Marta y Sergio, a pesar de sus circunstancias, encuentran en el amor y el sacrificio el verdadero sentido de la festividad.
Sus vidas no están marcadas por listas de regalos ni banquetes, sino por jornadas de trabajo agotadoras, la búsqueda de sustento y el anhelo de compartir un momento con los suyos.
Sus historias reflejan la fortaleza humana frente a las adversidades y nos recuerdan que, en la Navidad, lo más valioso no es lo material, sino el tiempo, el amor y el esfuerzo por construir un mejor mañana.
HISTORIAS
Alexis tiene 12 años y vive en Paucarpata, donde comparte una vida llena de retos con su madre y sus dos hermanitos pequeños. Como hermano mayor, ha aprendido a ser un apoyo fundamental para su familia, tanto en casa como fuera de ella.
En esta época del año, Alexis no solo cuida de sus hermanos mientras su mamá trabaja, sino que también la acompaña a vender ropa para mascotas con temática navideña. Juntos recorren las calles y los mercados en el Cercado, con la esperanza de que lo que ganen ese día alcance para cubrir lo básico y, con suerte, algo especial para celebrar.
“En Navidad comemos panetón y chocolatada, a veces nada más”, relata Alexis.
Más allá de los regalos, lo que realmente le importa es que sus hermanos tengan un momento de felicidad, aunque eso signifique largas jornadas ayudando a su mamá a vender.
Su madre, quien es el pilar de la familia, se esfuerza todos los días, pero reconoce que no siempre es suficiente.
Alexis, por su parte, toma cada oportunidad para colaborar. “A mí no me importa no recibir nada, con que mis hermanitos tengan algo bonito estoy bien”, dice con la madurez de alguien mucho mayor que sus años.
Alexis demuestra que el espíritu navideño puede encontrarse en la resiliencia y en el profundo amor por su familia. Su historia es un recordatorio de que, incluso en las adversidades, los gestos de solidaridad y cariño son los mejores regalos que alguien puede dar.
LUCHADORA
Por otro lado, Eli es una madre luchadora que, cada día, se instala en la calle San Camilo para vender dulces junto a su hijo mayor, Dante, de 14 años. Dante tiene parálisis cerebral y lo acompaña en su silla de ruedas mientras su madre atiende a los clientes, siempre con una sonrisa.
“La Navidad la pasamos como se puede”, cuenta Eli. A veces, personas de buen corazón les regalan un panetón o algún detalle, y con eso logran reunirse en familia para celebrar. Tiene dos hijos más, de 7 y 9 años, y junto con su esposo, quien también trabaja, hacen todo lo posible por salir adelante.
Las ganancias de sus dulces apenas alcanzan para vivir al día. Sin embargo, Eli agradece las pequeñas muestras de solidaridad que han recibido: pañales, ropa para Dante o alguna ayuda ocasional que alivia un poco su carga. Cada apoyo es para ella una señal de que no están solos.
Para Eli, la Navidad no está hecha de grandes celebraciones ni de mesas repletas, sino del simple hecho de estar juntos, abrazados por el amor y la resiliencia. Su historia, al igual que la de Alexis, nos enseña que la esencia de esta festividad está en el corazón y en la capacidad de encontrar alegría incluso en medio de las dificultades.
A pesar de las dificultades, Eli mantiene viva la esperanza. Cada día junto a Dante es un recordatorio de su fortaleza como madre y de su compromiso con sus hijos. “Hacemos lo que podemos, y cuando la gente nos tiende la mano, es como un regalo caído del cielo”, comenta.
Aunque los días son agotadores y el camino no siempre es fácil, Eli sigue adelante, impulsada por el amor hacia su familia y el deseo de ofrecerles un futuro mejor. En su lucha diaria, encuentra motivos para agradecer y celebrar, incluso en los pequeños gestos que marcan la diferencia.
SIN EDAD
La señora Marta tiene 84 años y, a pesar de su edad, camina por diferentes calles del Cercado vendiendo bolsas de basura y fósforos. Es su forma de mantenerse activa y, sobre todo, de subsistir.
No tiene un lugar fijo de trabajo; cada día elige una esquina diferente, esperando encontrar algún comprador. La vida no ha sido fácil para ella, pero estas fechas, en particular, son las que más la llenan de tristeza.
“Trabajo para no pensar tanto, porque la Navidad es triste cuando estás sola”, confiesa con la mirada perdida.
A lo largo de su vida, Marta tuvo dos hijos, quienes ahora viven lejos, en otras regiones del país. De vez en cuando le envían algo de dinero, pero no es suficiente para cubrir sus gastos diarios.
Por eso no se da el lujo de descansar, ni siquiera los domingos. Con su delantal desgastado y una pequeña bolsa con su mercadería, recorre incansablemente las calles, buscando una forma de distraerse y llevar algo de dinero a casa.
Cuando llega la Navidad, para Marta no hay grandes celebraciones. No le importa si puede comer un pedazo de panetón o tomar chocolatada, porque lo que más desearía es recibir la visita de alguno de sus hijos o nietos. “No pido mucho, solo que alguno de ellos venga a verme, aunque sea un rato. Eso sería más que suficiente para mí”, dice, con la voz quebrada por la emoción.
Estas fechas, que para muchos están llenas de alegría y encuentros, son un recordatorio doloroso de lo sola que se encuentra. Marta no reprocha a sus hijos por la distancia ni por las pocas veces que la llaman. Sin embargo, no puede evitar sentirse olvidada y anhelar aquellos tiempos en los que la Navidad significaba una casa llena de risas, abrazos y calor familiar.
Aun así, Marta no se permite detenerse. Con su cuerpo cansado pero su espíritu firme, encuentra en el trabajo una manera de lidiar con la soledad y las emociones que la invaden en estas fechas. “Mientras camino y vendo, al menos no siento tanto la tristeza”, dice, como si buscara consolarse a sí misma.
ESENCIA
Sergio, ya entrado en años, recorre las calles ofreciendo esponjas de cocina y productos de limpieza. Su andar es pausado pero constante; aunque la edad ha comenzado a pesarle, sigue saliendo casi todos los días. “Vendo para ayudar en lo que pueda, porque a veces no alcanza”, explica con sencillez.
Sergio vive con su familia, pero asegura que los ingresos no siempre son suficientes para cubrir las necesidades del hogar. Por eso, decidió apoyar económicamente de la única forma que puede: trabajando.
Para Sergio, la Navidad no necesita grandes lujos ni platos especiales. Lo que realmente le importa es pasar el día junto a su familia, compartiendo lo poco que tienen. “Con estar todos juntos, ya es suficiente para mí”, dice con una sonrisa tranquila. Esa sencillez y gratitud reflejan el valor que le da a los momentos en compañía, más que a cualquier otra cosa.
Dato.
En Arequipa una parte significativa vive en condiciones de vulnerabilidad económica, con porcentaje considerable de personas que trabajan en la economía informal.