Escribe: Héctor Tintaya Feria
Durante la última semana se ha levantado mucho polvo sobre la pertinencia o no que Nicolás Maduro asuma nuevamente la presidencia de Venezuela. En el Congreso el lado oficialista y los operadores mediáticos prácticamente pidieron la intervención armada en coro con ciertos medios de comunicación que juegan en pared con lo más rancio de la política cuando se trata de defender intereses ajenos al nuestro, geopolíticamente hablando.
Mientras esto sucedía se recordaba dos años de la impunidad de la muerte de los peruanos en Puno sin que esto levante una sola ceja en el Parlamento. No hemos escuchado, al menos no con esa efervescencia de cuando se habla de Venezuela, los estridentes pedidos de los congresistas exigiendo prontitud al Ministerio Público, celeridad al Poder Judicial y rendición de cuentas a este gobierno acusado de promover esta masacre.
Parece que entre Venezuela y Puno hay un océano de divergencias, un abismo de esquizofrenia en nuestra sociedad que, para un país lejano dónde seguramente se arremete con ciertos políticos intentamos ser los paladines de la justicia, mientras que para tus hermanos cercanos barremos bajo la alfombra lo que significa un sentido de reivindicación. Este divorcio entre lo que realmente importa y el proyecto de país es lo que define hace años al Perú y lo que seguramente seguirá siendo nuestro lastre.
En estos años son las muertes tras las protestas en el sur lo que ha definido a este gobierno, pero no nos confundamos pues en breve seguro aparecerá una nueva masacre y la sangre volverá a correr repitiéndose la historia de oprobio y olvido. Lo peor de todo es que sospecho que, ni siquiera para la campaña o las elecciones que se avecinan pronto, pesará la exigencia de justicia entre los candidatos. La mayoría de ellos pasarán la página y es probable que en sus agendas Venezuela sea más importante que Puno.