La capital de los bronces andinos

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César Suaña Zenteno

CONTRABANDO

Cuando Gumercindo Licidio escuchó al alcalde de Oruro negarle la autorización para venir a tocar su música a Puno, se estremeció. “Si van a Puno nos van a hacer quedar mal, porque ellos tienen buenas bandas de músicos. No queremos pasar vergüenza”, fue el argumento del burgomaestre.

Pero el líder de la banda Pagador de Oruro, que no esperaba esa respuesta descorazonadora, no se amilanó.

“Está bien que en Copacabana, frontera con Perú, todavía los desfiles escolares celebrando el aniversario de Bolivia, fueran acompañados con música de pinquillos. Sabemos que en Puno ya se desfila con bandas de bronces. ¡Pero nosotros acabamos de hacer una revolución, y ahora la estamos haciendo con nuestra música, y esa música queremos llevarla a la ciudad que está a orillas del Titicaca!”, pensó Gumercindo Licidio.

Eran los primeros años de la década del 60 y los orureños se sacudían de la denominación colonial dada a su ciudad de «Villa de San Felipe de Austria», otorgada en honor al rey de España, Felipe III, y reivindicaban a su héroe libertario Sebastián Pagador. Por eso habían denominado a su banda de músicos con el nombre del ilustre orureño.

Y ante la negativa del alcalde de otorgarles el permiso, Gumercindo tomó una decisión: “¡Nos vamos de contrabando!”. Y así fue. Vinieron a Puno sin ningún aval, y tocaron sus diabladas, sus cuecas y sus huayños; y contra las previsiones del alcalde de Oruro, su música y su célebre tema “Mariposa” fue escuchada con mucho agrado y entusiasmo por los puneños; y desde entonces, la Pagador de Oruro viene permanentemente a esta tierra fronteriza para encandilar con sus sones a nosotros, los puneños “cometotora” como nos denominaban entonces.

En un momento de descanso, recostado en un colchón en un cuarto de la ciudad de Yunguyo, que celebraba la fiesta de su pajla patrón “Tata Pancho”, nos contó esta historia. Ya habíamos entrado al nuevo milenio y el maestro de los bronces vivía en Cochabamba, y ocasionalmente venía a nuestra región para “las grandes ocasiones”. ¿Y qué hubiera sucedido si hacía caso a su alcalde y se quedaban en sus casas?

Felizmente Gumercindo Licidio y sus “indios”, como despectivamente los llamaban, se vinieron de contrabando. Y esos “indios” que habían aprendido a tocar bronces en los cuarteles, liberaron la forma marcial y acartonada de la música militar para ponerle el “chairito”, el gustito que primaba en sus celebraciones rituales comunales, que hoy disfrutamos plenamente en nuestras festividades patronales y en otros escenarios.

PERUANOS NUEVOS Y UN PRIMO

A mediados de la década del 50 del siglo pasado, Manuel Gordillo y otros integrantes de los sikuris del barrio Mañazo, fueron a proponerle a sus guías Tomás Flores y Silverio Yucra, que por única vez saliesen con la danza morenada en la fiesta de la Candelaria, y en el cacharpari todo seguiría igual y se potenciaría a los sikuris, incluyendo mejores trajes. Pero los guías y Facundo Yucra, que tenía gran ascendencia en el conjunto, “no querían por nada” cambiar de danza.

Ante esa negativa, casi la mitad de los integrantes de los sikuris deciden bailar la morenada. “Pero como no había bandas de músicos, subimos a Cancharani con sikuris” nos contó el finado Manuel Gordillo.

“Contratamos a una banda de Achacachi para que nos acompañe en la procesión de la octava de la Virgen de la Candelaria, pero por la lejanía no llegaron a tiempo y fuimos a buscar a una banda que acompañaba a un matrimonio en Huaraya; y cuando la fiesta estaba en su apogeo, recién llegaron los músicos de Achacachi” recuerda Manuel.

En ese entonces, no habían bandas en Puno que tocaran el ritmo de la morenada; y por eso la segunda banda que acompañó a la flamante morenada Orkapata fue la de Pajjana, de la provincia de Yunguyo. Esta banda era liderada por los hermanos Evaristo, uno de los cuales sirvió en el cuartel de Guaqui, donde aprendió a tocar bronces.

Recordemos que los integrantes de esa banda de Yunguyo tenían una composición de integrantes media confusa en cuanto a su nacionalidad, pues recién la década del 40 del siglo pasado se terminó de hacer un canje de territorios que separó definitivamente al Perú de Bolivia y la población fronteriza de Yunguyo sufrió las consecuencias de este acontecimiento pues los territorios de Santiago de Oje, vecinos de Pajjana, que era peruano se convirtió en territorio boliviano, y Puerto Tapoje, que era boliviano, terminó convirtiéndose en peruano. Por ello no hay que extrañarse que varios “machac peruanos” o “peruanos nuevos” hayan servido en el cuartel de Guaqui, que es territorio boliviano.  

Pero quienes impactaron con su música y su presencia fueron los integrantes de la banda de “Primo Aranda y sus Ch’api Boys” de La Paz. “Cuando ellos llegaron, todos venían a escucharlos; especialmente los músicos del cuartel. Esta banda era la mejor de La Paz y eran unos señores; para cada uno de ellos teníamos que traer un catre, no podíamos hacerlos dormir en el suelo” continuó Gordillo. En ese entonces las bandas no pasaban de 14 integrantes y era relativamente accesible brindarles la mejor atención.

Por aquella época, y con alguna intermitencia, la Morenada Orkapata siempre cuenta con una banda de músicos que viene de Bolivia y que la acompaña especialmente en la festividad de la Virgen de la Candelaria.

DE CHINCHERA A LIMA

Al pasar por el Puente del Ejército, yendo del centro de Lima hacia la Universidad Nacional de Ingeniería, un día de fines de la década del 70 se mostraba un cartel propagandístico que decía: “Gran concurso nacional de bandas en el coliseo debajo del puente”. Y entre las bandas a concursar figuraban representantes de provincias de Lima, Huancayo, Cajamarca, Ancash, Cusco… y una de Puno. Eran 14 en total.

En ese entonces, las bandas de músicos compuestas por puneños eran una rareza. Las tropas de sikuris se abrían paso en diversos escenarios limeños, y las fiestas patronales de los residentes mayoritariamente eran acompañados por estudiantinas o agrupaciones de cuerdas que alegraban a los participantes. Y si había bandas de músicos, no pasaban de tener más de 8 integrantes.

Las más famosas bandas eran las de la sierra limeña y algunas de Huancayo y Ancash. Las de Puno no tenían presencia en este tipo de escenarios donde los provincianos se agolpaban para aplaudir a la Pastorita Huaracina, el Picaflor de los Andes, Flor Pucarina o el Jilguero del Huascarán.

A duras penas el pomateño Gerardo Barboza Idiáquez se colaba en algunas presentaciones danzando el recio K’ajelo, acompañado las más de las veces por un disco de música puneña.

El denominado “concurso nacional de bandas” nos picó la curiosidad, más aún cuando una banda de Puno se iba a presentar. Así que el domingo del concurso, temprano nos dirigimos al coliseo del Puente del Ejército; no vaya a ser que no encontremos sitio en las graderías.

Efectivamente, el coliseo rebosaba de gente. Y casi una hora después de la hora fijada, empezó el concurso. Estaba presentándose la sexta banda de músicos. Las anteriores habían recibido aplausos de sus paisanos y pifias de sus contrincantes. Las bandas estaban compuestas por un promedio de 10 músicos. La más numerosa tenía 14 integrantes. No todas eran bandas de bronce. Algunas como las de Huancayo y Ayacucho incluían arpas para acompañar sus ritmos tradicionales. Hasta que en el puesto número 7 se presentó la banda de músicos que representaba a Puno.

El elenco de danzas Perú Andino de la ciudad de Puno había llegado a Lima para realizar una serie de presentaciones, y sus dirigentes habían invitado a la banda Paganda Popular de Chinchera para acompañarlos. Esta banda se dio un tiempo para participar del “gran concurso nacional”. Nosotros estábamos ansiosos y emocionados por su presencia.

La banda Paganda Popular de Chinchera estaba compuesta por comuneros en su totalidad. Ninguno de ellos vivía en las grandes ciudades puneñas, y su circuito de trabajo, comercio y estudio estaba circunscrita a Chucuito, Platería y Acora, y si visitaban Puno era para acompañar a los conjuntos que los contrataban para las grandes festividades.

Y allí estaban, listos para empezar su presentación en el Coliseo del Puente del Ejército de Lima. Nada más verlos a punto de entrar la sensación era de entusiasmo. Por la emoción no pudimos contar cuántos integrantes tenían, pero supusimos que superaban los treinta.

Después de ser anunciados, la Paganda Popular de Chinchera empezó su presentación y desplazamiento interpretando una morenada. Le siguió una cueca (sí; en ese entonces era tradicional tocar una cueca más que una marinera) y cerraron su participación con un mix de huayños, no faltando el segundo himno de todos los puneños: “Cerrito de Huajsapata”.

Al terminar su participación, todos los que miraban y escuchaban extasiados su música respondieron con aplausos atronadores. Unánimes. Y ahí se acabó el concurso.

Para todos era evidente que ninguna banda de músicos que había tocado y las que aún faltaban por venir, se hubiese comparado con la de Puno. Fue tanta la contundencia musical y la coreografía mostrada, que inclusive los músicos de las diferentes bandas y orquestas del país reunidos en ese evento, se sumaron a los interminables aplausos.

Y ahí, en ese escenario, los que tocábamos sikuri en la capital, sentimos que la fuerza también la tenían los bronces puneños.

CRUCIFIXIÓN

Abel Gonzales, dirigente de la banda Intercontinental Poopó de Oruro, sudaba frío en el programa televisivo “Todo a Pulmón” de La Paz dirigido por John Aranda, pues era acusado de que la banda que lidera había gritado en la fiesta de la Virgen de la Candelaria el 2015 “Puno, lo mejor del mundo”, y no habrían sacado cara por Bolivia, lo que ameritaba inclusive una suspensión de su banda en el carnaval de Oruro.

Además del conductor, Gonzalo Choquehuanca, Ejecutivo de la Confederación Nacional de Músicos Profesionales de Bolivia; y Boris Villanueva, presidente de la Federación Departamental de Bandas de Oruro, se esmeraron en criticar a la Poopó por haber participado en la fiesta de Puno y no se hubieran identificado como bolivianos ni mostrado sus colores.

Abel Gonzales hacía los esfuerzos del caso para demostrar que su banda había ido a Puno para cumplir un contrato que su fallecido padre, Sinforiano Gonzáles, había contraído dos años antes con la Morenada Orkapata. Pero que no era su iniciativa.

Los dirigentes de las bandas bolivianas dijeron que si se probaba que la Poopó había gritado “Puno, lo mejor del mundo” definitivamente sería sancionado y se les recordaba a todos que se había recomendado que las mejores bandas de Bolivia no debían ir a Puno a ninguna de sus festividades.

Antes de ser crucificado y agonizar lentamente frente a los miles de televidentes, Abel Gonzales tuvo un momento de lucidez y dijo que la Poopó no era la única banda que había ido a Puno a la Candelaria; que ese año habían ido casi 14 bandas de Bolivia; 4 o 5 de La Paz y la mayoría, 7 u 8, eran de la ciudad de Oruro.

Y sacando su espada imaginaria, dijo que su colega presidente de la Federación de Oruro es dirigente de la banda Pagador que también estuvo en Puno junto a la Poopó, y que la ex banda del Ejecutivo Nacional que lo está crucificando mediáticamente, la Unión Pagador, también tocó en Puno. Y clavó el hierro imaginario en el corazón de sus críticos diciendo que si todos estaban en Puno y sólo se criticaba a la Poopó es porque hay envidia a su gran banda.

El conductor del programa quedó en shock pues no conocía esta realidad y culminó apresuradamente criticando a los directivos de las bandas porque eran juez y parte en esta disputa, y para todos quedó claro que la Poopó era injustamente cuestionada.

Esta disputa mostró una verdad incuestionable: en Candelaria, todas las bandas del altiplano andino y sus alrededores se concentran en Puno y hacen de nuestra ciudad la Capital de los Bronces Andinos. Tenemos bandas que vienen de todas las provincias de nuestra región, de Oruro, La Paz, Tacna, Juliaca, Arequipa, Lima, Chile y llegan también de la Argentina. Ello no ocurre ni en La Paz, ni en Oruro, ni en Cochabamba ni en algún otro lugar. Y todos los puneños estamos encantados de tener a nuestros visitantes tocando a pulmón lleno en nuestra celebración festiva.

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