La poesía de Percy Zaga

Fecha:

Darwin Bedoya

1.

A finales de los años Noventa fui testigo de la aparición física y literaria de un libro de poesía peruana que no solo mostraba un nuevo discurso poético, sino también un nuevo ejercicio de lo poético. Ese libro —simple en su edición, pequeño en su tiraje, transparente en su expresión, único en su concepción y propuesta—, fue saliendo ejemplar a ejemplar de aquella morada donde vivía el poeta Percy Zaga, allá en Cabanillas, donde él, personalmente, se encargaba de compaginar, encolar, refilar y adecuar la tapa azul de lo que hasta hoy sigo considerando uno de los mejores libros de poesía puneña de los últimos tiempos. «Poemas» (1997) es un conjunto de 32 textos distribuidos en tres partes, escritos en distintos lugares y etapas de la vida del poeta, pero que están organizados por un cordón umbilical que es la simpleza y la pureza de la poesía.

En este libro —uno de los más ambiciosos de su autor—, hallamos dísticos elegiacos que cantan dentro del concierto estético y simbolista de «La canción de las figuras» y «Simbólicas» de José María Eguren en un tono cercano a la reescritura. En los textos de «Poemas» no hay una obsesión por captar el instante y fijar la imagen en la retina, sino más bien, por encima de todo, está la idea de articular la imagen y la melodía en una sola concordia. Solo de ese modo se detiene, por un instante, el flujo de lo que sucede, sin prisas, en el poema. Únicamente así se percibe el pájaro congelado en pleno vuelo, la lluvia detenida en medio cielo. Solo así se podrá saber que cada verso no es vacilación pura de la mirada, es poesía. Palabras, signos, melodía, brevedad, rigurosidad, metáfora y disloques constituyen el humus de la poética del poeta Zaga.

2.

La literatura, y en este caso concreto, la poesía, como evaluadora del mundo y fenómeno estético y social, da cuenta de los problemas del individuo como sujeto y ser axiológico que se enfrenta al mundo y vive en él. El mismo Kepa Murua decía que la poesía no sirve para alcanzar el poder, pero sirve para responder al poder con sentimientos cercanos. En esa línea discursiva, casi estricta, Zaga escribió «Mi País» (1971). Posteriormente salió a luz «Mi ciego, mi gallo y tú» (2003) en esta plaquette se puede percibir una cierta antiviolencia semántica en el sentido de asumir las imágenes con un signo concreto, en esa especie de dureza con que va fluyendo el discurso del yo poético. ¿Acaso un malditismo secreto?, ¿acaso una poesía en clave?, ¿quizá una leve sombra de crítica social e ideológica?, ¿tal vez un presagio o una ironía de erotismo gastado en el tintero…? Posiblemente con este conjunto de poemas el autor de «Mi ciego, mi gallo y tú» sea un poeta «rupturista» en la inmensa calma y lirismo de la tradición poética puneña de las últimas décadas. «Mi ciego, mi gallo y tú» nos dice en voz baja, como suele hablar la poesía, que nunca volveremos a ser ingenuos y felices como quizás lo fueron Adán y Eva. A pesar de la vida y el tiempo. Sabemos y tememos a demasiadas cosas. Sabemos que, inevitablemente, la poesía es una práctica de desproporciones, porque en nosotros siempre persistirán los deseos prohibidos y la herencia que dejó la locura encendida. «Mi ciego, mi gallo y tú» refleja el fluir de la otredad del que dibuja un reconocimiento distinto de la mismidad; el yo aparece como una estación de identidades que confluyen, se perforan y se bifurcan. Un signo del paso de los años. En esta plaquette de Zaga la poesía es un acto revelativo de la desnudez imposible que nos define. Un sueño despierto de ese mundo o lugar improbable que nos convoca, de las visiones perversas que nos sueñan y nos hacen decir y escribir. La poesía ilumina el cuerpo alucinado y fantástico del poeta, un cuerpo que es su cuerpo y a la vez no lo es, porque es un cuerpo compartido, plagado de límites borrosos y permeables. En cada verso el poeta se va mostrando, parco, impasible, fecundo. A veces suele ocurrir que el poema se torna en la práctica del deseo, las palabras adquieren el impreciso poder del delirio como ensalmo, la eficacia del acto como golpe, la legitimidad del saber donde lo real y lo irreal coexisten. Quizás porque estamos condenados a producir bordeando el sinsentido, a crear desde la nada que es todo, siempre bajo peligro, apoyados en nuestra propia experiencia corporal como sitio del enigma.

Tal vez, en cuanto al eros de fondo, «Falo» de Armaza sea un referente. Pero no por eso la poesía de Zaga deja de tener un temperamento, una fuerza incólume que de por sí gravita en un enunciado expresamente cabal. No es éste el típico libro que el mandato dicta que un poeta debe escribir; ni los señoritos del amor, ni los intelectuales posmodernos. Los poemas son directos y procuran el asombro, la imagen y la contundencia:

Róeme rata hermosa, esta entraña terca,

este hueso duro y este ojo tuerto.

La carga significativa y escrituraria de estos versos nos recuerdan que la poesía existe, es, porque estos cánticos representan el alejamiento de la calma y la parsimonia para entrar en una turbulencia de música más deslumbrante donde el autor proclama la autonomía absoluta de la escritura, de la poesía.

El proyecto tácito de «Mi ciego, mi gallo y tú» parece decirnos cómo se hace poesía, cómo se habla desde la poesía, cómo se suceden las palabras y los ritmos, cómo es la geometría de los verbos. Zaga, en estos poemas sigue trabajando en la limpieza del lenguaje. No obliga a la palabra a ser y decir algo que no figure en su sentido estricto y figurado o de verbos en sedición. Es justamente esta perturbación y perplejidad las que hacen surgir el hecho estético: es la perturbación de la supuesta transparencia del lenguaje la que inaugura la poesía, y es la perturbación de la unívoca pasividad orgánica del cuerpo la que inaugura el erotismo:

¡Ah, grillo mío, tan feo, tan bueno, tan tierno

como llegaste has de morir

solo y colgado de una crin.

Se accede al erotismo siempre bajo amenaza, circundando el vacío al crearlo, ahí donde el goce es acaso una posible esperanza. Quizás a través de esta idea sea posible la sublevación como erotización, el erotismo como ejercicio de la furia. Porque hay elementos heterogéneos en el lenguaje. Porque tal vez apalabrando el cuerpo nos reinventamos y reconocemos, nos recreamos deformándonos, mutando en seres imaginarios o fantaseados, encontrándonos con ese otro que nos hace desear, que nos hace escribir:

¡Grillo! Le digo

Le cierro un ojo, le limpio la calva,

Le meneo los pelos de mi cola

Y le tuerzo la lengua hasta que muera.

Las palabras se erotizan, y este erotizarse se da sobre un lenguaje que aparece como cuerpo cultural desnaturalizado, irritado al extremo, torturado hasta las desfiguraciones, acicateado y punzado por un sujeto que intenta alcanzar algún saber propio del deseo. «Mi ciego, mi gallo y tú» es un cántico de registros capaces de producir visiones, experiencias táctiles, olfativas, gustativas y auditivas; conjurando el hecho de que las cosas no se agotan en sus manifestaciones y que en ellas prevalece un sentido misterioso del mundo que nos acerca y nos aleja.

3.

Así, en los exordios de las páginas de la literatura puneña, se hablará de la «Promoción Intelectual Carlos Oquendo de Amat» como una página que pasará a formar un capítulo fundamental en el proceso literario del Perú, no solamente por sus 5 libros primordiales: «Axial» (1975), «Los dioses» (1992) «Mi País» (1971), «Poemas» (1997) y «Mi ciego, mi gallo y tú» (2003); sino por el aporte significativo de las otras facetas que hicieron los integrantes de este concilio literario arraigado en Puno. Esta Promoción integrada esencialmente por Omar Aramayo, José Luis Ayala, Percy Zaga, Gerardo García Rosales, Gloria Mendoza y Serapio Salinas, tuvo como ícono descollante a Percy Zaga Bustinza (Puno, 1945 – Puno, 2017), profesor y promotor cultural, pero, sobre todo, poeta; quizá el que mayor trabajo le dedicó a la palabra escrita en aquel momento literario en que la poesía puneña alcanzó un esplendor considerable, luego de los Orkopata.

4.

¿Hay en la genialidad del poeta gérmenes de locura?, ¿qué se puede esperar, al fin y al cabo, de un poeta o de la poesía misma?, ¿vale, siquiera un bledo, la poesía en estos tiempos?, ¿para qué sirve la poesía? Escribir seguirá siendo una práctica de problematización de la realidad, del cuerpo y del lenguaje, un modo singular para plantear la lucha contra el malestar de la cultura y contra la paralización que produce la angustia ante la intrusión de esa otredad insólita; porque el otro también es el horror, la constante amenaza de la disolución subjetiva, de la pérdida de los límites, y de esa identidad que nos tranquiliza ocultando lo real de todas las mutaciones posibles que nos constituyen. Los poetas seguirán siendo esa «rara avis» que se encuentra solamente cuando la luna refleja, por milenio una sola vez sobre la escarcha de una hoja de malvas donde se puede ver un sacudimiento de plumas brillando sobre la piel de un ciervo, esa luz que precisamente por error brincó por allí, no. Los poetas están aquí, en cada palabra, en cada silencio. Los poetas como Percy Zaga estarán siempre aquí, aun sin estar.

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