Hebe de Bonafini, una de las madres importantes de esta asociación, falleció a los 93 años
Por Carlos Flores Lizana
En estos días, las Madres de Plaza de Mayo están con una pena grande. Hebe de Bonafini, una de las madres más importantes de esta asociación, ha fallecido a los 93 años. Su muerte nos recuerda lo que es tener amor, dignidad y cordura frente al horror y la demencia de la dictadura militar que gobernó entre los años 1976 al 1983 a un país hermano como es el argentino.
Digo que es una muestra de amor porque el amor de una madre de alguna manera es invencible y logra cosas que parecen imposibles, como es desafiar la represión y por supuesto las amenazas de muerte de gobernantes que en nombre de la “lucha contra el comunismo”, hicieron lo que hicieron. Es también muestra de dignidad frente a la manera en que estos usurpadores del poder político de ese país pisotearon toda forma de derecho y dignidad de las personas, muchas veces en complicidad y anuencia de algunos miembros de la iglesia católica que después también fueron señalados y procesados como colaboradores y cobardes. La dignidad del ser humano no tiene precio ni se negocia. Finalmente Hebe y las otras madres y después abuelas, reclamaron la verdad y la justicia para sus hijos, hijas y nietos desaparecidos o vendidos. Fueron tildadas de locas, desquiciadas, subversivas, etc cuando al final mostraron ser las más sanas y normales en una sociedad sometida al olvido y la componenda obligatoria.
En el Perú entre los años 1980-2000, hemos tenido alrededor de 17,000 personas desaparecidas la mayoría a manos de las FFAA y FFPP, una práctica que necesito de logística y locales para ser hecha de manera sistemática. Yo me pregunto, ¿por qué no ha surgido algo parecido en el Perú para con nuestros desaparecidos que también exigen verdad, justicia y reparación? Tengo algunas respuestas para ello y espero con esto colaborar para que no dejemos impunes estos delitos permanentes.
La primera causa que me parece explicar este fenómeno social que tiene muchísimo de ético, es que vivimos en una sociedad brutalmente racista, donde los indios, los serranos, los nativos, los cholos, los pobretones de este país no valen igual que un costeño, blanco racialmente, que habla español, o que tiene dinero y poder. Esta lacra o enfermedad en la que vivimos nos hace incapaces de sentir coraje frente a la humillación y desprecio por sus vidas, como lo sentiríamos por nosotros mismos o nuestra clase social. Esta realidad, aunque nos cueste aceptarlo, el racismo está presente en todo el país, en las instituciones principales de nuestra nación, en la familia, la escuela, las iglesias, las empresas, los medios de comunicación, etc. Este racismo es muy antiguo y vamos a requerir varios años para superarlo con mejor educación y desarrollo espiritual y cultural.
Los poderes del estado como el poder judicial, el ministerio público, las defensorías y hasta el mismo Congreso de la República están, además de la grave corrupción que padecen, llenas de racismo, por ello la voz popular dice que “solo hay justicia para los ricos y los blancos”. ¿Si el Estado ha sido el perpetrador principal de estos delitos, será capaz de auto juzgarse y sancionarse, teniendo esas taras tan normalizadas en sus miembros? La llamada sociedad civil en el Perú no tiene ni ha tenido la fuerza suficiente para reclamar los derechos de sus miembros, ¿lo podrá hacer ahora que el tiempo va borrando aparentemente esta historia de muerte e injusticia?
La segunda causa me parece que es la debilidad de las víctimas, me explico, esos 17 mil o más detenidos desaparecidos son personas cuyas familias son campesinas pobres, pertenecen a comunidades campesinas o pueblos mestizos, a comunidades nativas o mestizas de la Amazonia donde el componente étnico racial es fuerte, hablan lenguas originarias y no tienen instituciones fuertes que puedan reclamar por sus derechos. El nivel educativo de las madres de la mayoría de los desaparecidos es muy baja, me atrevo a decir que un buen porcentaje de ellas solo habla quechua, aymara, u otra lengua nativa.
Estas condiciones distintas entre las familias argentinas y las nuestras hace la diferencia claramente. Las víctimas en el Perú son más débiles que allá. Aunque las madres de ANFASEP son una muestra de lucha y tenacidad buscando justicia para sus hijos, esposos, hermanos detenidos desaparecidos me parece que no han logrado el impacto en la conciencia nacional e internacional que las madres de Plaza de Mayo lograron y logran todavía.
La iglesia católica aunque se solidarizó y lo sigue haciendo con ellas no ha dado el apoyo que ha requerido el drama vivido por las familias. La gran prensa tampoco le ha dado la cobertura que ello demanda, en general ella baila al son de los poderes económicos y políticos del momento. Un buen número de autoridades religiosas como, los capellanes castrenses en concreto, por ser parte de la estructura militar fueron incapaces de tomar distancia y ponerse del lado de la vida y la dignidad de sus semejantes. Tengo la hipótesis y desde mi experiencia personal que la mayoría de los desaparecidos pertenecieron a la iglesia católica o eran cristianos de alguna de las denominaciones que ya están presentes en muchas zonas rurales y populares de nuestro país. Esto no ha significado mucho para las jerarquías correspondientes ni tampoco para sus organizaciones de base o intermedias como parroquias, movimientos, grupos que normalmente tienen las iglesias.
Reflexionando un poco más sobre estos hechos, tengo la hipótesis que esta manera de comportarse las instituciones muestra una gran debilidad y falta de liderazgo de sus miembros en relación con la sociedad mayor o nacional. En términos teológicos podríamos decir que los valores cristianos auténticos son todavía superficiales, que la relación entre dignidad humana y fe no es profunda ni coherente. Somos un país con poca raíz cristiana, aunque haya muestras de solidaridad y dignidad que a veces nos sorprende grata y esperanzadamente.