Las provincias y el sesquicentenario

Fecha:

Emilio Romero

La celebración de diversos actos con motivo de la proximidad del sesquicentenario de la independencia y la publicación de artículos, cartas, discursos y conferencias que hace la prensa nacional, están dejando un positivo aporte al mejor conocimiento de nuestra historia fortaleciendo el sentido de lo que debe de ser un elevado patriotismo. Prueba de esto es el interés con que distinguidos ciudadanos residentes en las capitales de nuestros departamentos empiezan a movilizarse para dar su aporte personal para el mayor éxito de la conmemoración, recordando episodios y nombres dignos de ser honrados. Muchos han sido los que   los que creían que la jura de la independencia nacional se efectuó solamente en Lima. Ahora existe un despertar de la consciencia nacional cuando se toma nota que en Ica, Lambayaque, Pasco y otras ciudades la jura fue anterior al 28 de julio de 1821; mientras en otras ciudades ese acto no pudo realizarse sino después de la batalla de Ayacucho.

En vista de ese plausible interés quizá podría realizarse una nueva etapa en programa de las celebraciones del sesquicentenario; que con singular eficiencia está cumpliendo la comisión que preside el General Juan Mendoza; organizando a nivel departamental o regional un plan de disertaciones históricas.  Y sin duda los clubes Departamentales que reúnen a distinguidos patriotas ciudadanos, profesiones y estudiosos podrían ser el mejor enlace para que las capitales de los departamentos recibieran esa información.

Una peregrinación patriótica realizada por un distinguido descendiente del prócer Miguel San Román para revisar los archivos y las bibliotecas de Lima sugiere esta iniciativa. Los San Román fueron tres, en calidad de figuras históricas; y los tres se llamaron Miguel solamente con variantes en el segundo nombre. El primero fue un minero asturiano avecindado en Puno, que reunió una gran fortuna para dedicarla en gran parte a obras de bien social empleando buena parte de ello para la construcción de la catedral de Puno, hermoso templo, signo urbano imperecedero, entorno al que desarrolla la vida urbana de esa ciudad, El Hijo del asturiano Miguel Pascual San Román se llamó Miguel Antonio y llegó a ser Maestre de campo y jefe de las milicias reales en el año del 1814 cuando el brigadier Mateo García Pumacahua se levantó en el Cuzco para luchar por la independencia. San Román junto con los doscientos 200 a su mando se puso al lado del revolucionario cuzqueño cuyas huestes comandadas por Pinelo y Muñecos fueron recibidas triunfalmente en Puno; poniéndose a ella y marchando hasta el Desaguadero y la Paz.


Al volver del Altiplano luego del desastre en Chacaltaya, San Román se incorporó a las filas de Pumacahua y luchó valerosamente en el campo de Humachiri. Después de la derrota de los revolucionarios Miguel Antonio regresó a Puno donde fue tomado prisionero por el Intendente Coronel Francisco de Paula Gonzáles junto con 120 de sus compañeros. Todos fueron fusilados al local del Cabildo de Puno. El cruel Gonzáles obligó a la esposa de San Román a presenciar ese acto junto con su menor hijo, llamado también Miguel; que con el correr de los años sería Presidente de la República del Perú.

Parecido origen en el bautismo de sangre y luego en el altar de la Patria tubo José Rufino Echenique, que también llegó a ser Presidente del Perú, Echenique murió en Puno el 16 de Noviembre de 1808, del matrimonio de José Martin Echenique y Ermenegilda Benavente. Don José Martin fue uno de los primeros peruanos en ponerse al lado de la revolución por la independencia cuando las fuerzas del Doctor Castelli hicieron la escalada de Buenos Aires a las provincias altas del Virreinato de La Plata, o Alto Perú. Mientras Castelli dominaba el Altiplano ejerció el cargo de Sub delegado de Pacajes donde formó un batallón a favor de la causa de libertad; pero al ser vencido Catelli en la batalla de Guaqui fue tomado prisionero. Escapó de la Paz ayudado por un hermano del Cura Muñecas y se refugió en Lima donde cayó preso en el Real Felipe.

Entre tanto la señora Benavente debió hacerse cargo de los hijos; pero acosada por la persecución y confiscaciones, entregó al pequeño José Rufino a la custodia de su abuelo quien lo escondió en su hacienda Palabamba de Carabaya, allá lo hubieran victimado los cuatreros; si un indio generoso no lo hubiera salvado vistiéndolo como uno de sus hijos pastores entre los que vivió algún tiempo. Reconocido y salvado años después José Rufino fue llevado a Lima donde al cumplir los 12 años, en el año de 1820 pidió alistarse en las filas del General San Martin con el grado de cadete. Así como en Puno, la historia de Arequipa, Tacna, Cuzco, Moquegua y tantas ciudades tienen páginas históricas inmortales.

Comercio de Lima 18-11-70.

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