En el libro clases de literatura, Cortázar cuenta las anécdotas con sus alumnos en Estados Unidos
Por: Roger Tahua Delgado
A propósito de un curso de literatura que dicto en la universidad, revisando bibliografía, releía un texto sobre uno de los más destacados representantes del boom latinoamericano. Miembro de una generación de grandes que creo no han podido ser igualados. El autor de Rayuela había rechazado en muchas oportunidades dictar conferencias o eventos de homenaje en suelo norteamericano. Su rechazo a la posición imperialista de EUA le había generado tal actitud. Algunos años después, luego de abandonar su primigenia radical decisión, llega a la Universidad de California, Berkeley y acepta enseñar un curso sobre literatura.
Julio Cortázar confiesa, en una correspondencia a un amigo, una motivación que lo hizo aceptar la propuesta de dictar en Estados Unidos. Era, en términos helénicos, una nada santa versión del Caballo de Troya.
Mi curso en Berkeley fue excelente para mí y creo que, para los estudiantes, no así para el departamento de español que lamentará siempre haberme invitado; les dejé una imagen de “rojo” tal como la que se puede tener en los ambientes académicos de los USA, y les demolí la metodología, las jerarquías profesor-alumno, las escalas de valores, etc. En suma, que valía la pena y me divertí.
(Carta a Guillermo Schavelzon,18 de diciembre de 1980)
Clases de literatura, que así se titula el libro, es una transcripción de las horas que compartió, que dialogó con los estudiantes durante su estadía en suelo norteamericano. “El Cortázar oral es extraordinariamente cercano al Cortázar escrito: el mismo ingenio, la misma fluidez, la misma ausencia de digresiones”.
Cortázar señala que tres son las etapas que él pasó como escritor. Cree también que a partir de su experiencia puede extrapolarse lo sucedido a la literatura latinoamericana significativa de esa época.
La primera etapa que él identifica la denomina como “estética”, en la cual jóvenes escritores argentinos como él estaban preocupados en la estilística, en la literatura misma; “profundamente estetizantes, concentrados en la literatura por sus valores de tipo estético, poético, y por sus resonancias espirituales de todo tipo”. Confiesa que no utilizaban esos términos, pero que era lo que practicaban. Agrega también, como severa autocrítica, lo poco que tenían en cuenta lo que a su alrededor acontecía.
Pero en algún momento el centro de su relato dejó de ser solamente lo estético, lo fantástico y comienza a desarrollar un personaje como centro de su relato y es este quien recibe toda la atención a lo largo de su narrativa. Es así como ingresa a lo que él va a denominar su etapa “metafísica”. Es Johnny Carter (Charlie Parker realmente) en el relato. El perseguidor quien se convierte en el punto central de su narrativa; sus preocupaciones, luchas, sueños: una presencia humana.
La tercera etapa que desarrolla Cortázar la llama “histórica. “Esa etapa histórica suponía romper el individualismo y el egoísmo que hay siempre en las investigaciones del tipo que hace Oliveira (personaje de Rayuela), ya que él se preocupa de pensar cuál es su propio destino en tanto destino del hombre, pero todo se concentra en su propia persona, en su felicidad y su infelicidad”. Del individuo al colectivo.
De los muchos acontecimientos de los que fue testigo, Cortázar señala la revolución de los barbudos, la revolución cubana, que logra presenciar y que fue una epifanía, una revelación, la que lo hace tomar consciencia de su rol, como escritor, como parte de la historia. “Me di cuenta de que ser un escritor latinoamericano significaba fundamentalmente que había que ser un latinoamericano escritor: había que invertir los términos y la condición de latinoamericano, con todo lo que comportaba de responsabilidad y deber, había que ponerla también en el trabajo literario”. Lecciones de un grande.