Tómbola para la corrupción, gritar para no gritar

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Columnista: Abel Rodríguez

La corrupción forma parte del relieve político en nuestro país. Algunos sectores, con el tiempo y la práctica ininterrumpida y fervorosa, han sabido esculpirla al ritmo de las circunstancias; de esta manera han sostenido la corrupción de forma planificada y prolongada. En otros sectores han apacentado la corrupción, lo tanto como fuera posible, “es decir, poner todo en lo que se pueda, mientras se pueda”. Una de las frases más recurrentes, sonoras y de glamour (así lo mandan los catálogos de lo políticamente correcto) es “Vamos a luchar contra la corrupción” o la menos célebre “Cero corrupción”. ¿Pero qué acciones reflejan una lucha genuina y competente por parte de nuestras autoridades nacionales, regionales y locales?

No son pocas las ocasiones en las cuales nuestra población ha sido devota espectadora de las incongruencias de nuestras autoridades, que buscan contrarrestar la corrupción flameante empleado elementos (métodos) rociados con la volatilidad de la improvisación. Enfrentar la corrupción, espesa y bruta en nuestra realidad, demanda un nivel de organización mínimo, exige que los “aparentemente diversos” movimientos, frentes, partidos… políticos, sean organizaciones con un plan anticorrupción meditado, dialogado y sociabilizado, al menos dentro de cada organización. No basta con pregonar en idioma originario que “En mi gobierno no se tolerará la corrupción”. Se debe tener políticas anticorrupción que no se sustenten en el empleo de fuerzas iguales pero no contrarias. ¿Cuán sensato es proscribir a la persona corrupta con un método tan patógeno?

En la última semana, algunos audios indicarían que esta lucha contra la corrupción se estaría asumiendo de una forma “sui generis”. Este diálogo entre la autoridad y su “subalterna” forman parte de un cuadro crónico, esa otra dolencia silenciosa y hereditaria llamada improvisación. Paren evidenciar cómo la autoridad “elige” a su agente fiscalizador y anticorrupción, con el infantil  anhelo de que pueda “cazar pericotes”, es decir, la lucha contra la corrupción no difiere, al menos en nuestro medio, de una actividad lúdica y de azar, los resultados de dicha lucha anticorrupción se aguardan con el boleto en la mano.

En nuestro país, no se pide la cabeza de la corrupción, se pide la mano, y empieza un idilio sanguinario, que se nutre y robustece con diversos factores (educación, política, salud, etc.), entre los que destaca la ineptitud al momento de asumir acciones que aparentemente tienen como objetivo erradicar la corrupción dentro de los estamentos del Estado, pero que, con el transcurso del tiempo, suele solo generar una transferencia de cargos, ceder la posta a otra persona con la misma maña, afianzar el ciclo de la corrupción. Las relaciones de corrupción encuentran en nuestras realidades condiciones que ayudan a su fertilidad. Solo es posible enfrentar, de  forma competente y viable, la corrupción, cuando se asume una labor de forma conjunta y planificada; si no, seguirá siendo una lucha alegórica que se representa cada cierto tiempo en escenarios apropiados.

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