Por Carol Briones Martínez
En las últimas semanas, el tema recurrente fue el suicidio de Alan García. La población se dividió entre quienes sentían pena por lo ocurrido y quienes celebraban y hasta hacían memes y burla respecto de ello.
De hecho, dos amigos míos polarizaron hasta el punto en que uno le llamó tibio al otro, por no coincidir en la celebración de la muerte, encontrando como respuesta: sé empático, por lo menos intenta.
Esto me lleva a la reflexión de hoy.
Lo más fácil será siempre tomar el camino de la violencia, y hablo de violencia porque lo sucedido con Alan lo fue; escaló de la decepción y la frustración por la corrupción y el gobierno claramente penoso, a un odio que celebraba la muerte con porras y risas.
Fue más allá aún, llevó eso a una nula calidad compasiva por los familiares; y cualquiera que pudiera expresar siquiera un atisbo de lástima, era sencillamente el enemigo.
Pero, finalmente, qué es la empatía y por qué es tan necesaria.
La empatía no es otra cosa que nuestra habilidad de acercarnos emocional o intelectualmente a la realidad del otro. Es el clásico: ponte en mis zapatos.
En estos tiempos parece haberse perdido y sólo se logra y demuestra con quienes consideramos dignos de ella. Quitándole así toda la esencia, restándole aquello que facilita y mejora la convivencia.
Ser empáticos aun cuando el otro sea el enemigo. Ahí es donde se demuestra la calidad de humanos que queremos y podemos ser.
Un ejercicio importante de crecimiento personal, debería ser para nosotros practicar este importantísimo elemento de la inteligencia emocional, precisamente con aquellos con los que menos nos sentimos en capacidad de vincularnos.
Ser empático no significa sentir lo mismo que el otro, o pensar lo mismo que el otro; significa más bien basar nuestras relaciones en un respeto tan grande por los demás, que te permita decirle: no pienso o siento como tú, pero puedo comprender o intentar comprender tus emociones y pensamientos.
Es esencial porque está altamente vinculada al altruismo, a la preocupación por el bienestar de los demás y nuestra capacidad de ayudar a otros.
No debería entonces extrañarnos que sea nuestra falta de empatía la que nos esté haciendo cada día menos nobles, más indiferentes; menos humanos y más primitivos, menos entregados al servicio.
¿Ser empático te hace cobarde, tibio, cómodo, o representa que quieras estar bien con todos? No, rotundamente no. Serlo, te hace la persona que deberías ser.
Ahora sólo míralo de esta forma; ¿quieres un maestro sin ninguna empatía enseñándole a tus hijos? ¿A los que más amas? ¿Quieres que ellos se sientan disminuidos porque nadie los comprende? Si no lo quieres para quienes amas, no lo pretendas para los demás.
Tu fortaleza radica en lo que das, nunca olvides que lo que des con una mano, lo recibirás con las dos.
*Coach empresarial y de vida