Christian Reynoso
La relación entre cine y literatura en el Perú tiene larga data, especialmente a partir de la filmografía de Francisco Lombardi. A propósito de estos días en que el nombre de Julio Ramón Ribeyro estuvo en la palestra por el noventa aniversario de su nacimiento, rescato algunas ideas de la tesis de licenciatura que escribí hace más de diez años sobre el cuento «Los gallinazos sin plumas» y su adaptación al cine en la película Caídos del cielo.
Los gallinazos sin plumas fue el primer libro de cuentos publicado por Julio Ramón Ribeyro en 1955, en Lima. El volumen incluye un cuento con el mismo título que fue escrito en París en 1954 y que hoy se ha convertido en un clásico de la literatura peruana. Ribeyro crea en esta historia personajes marginales que viven en los muladares limeños. El Perú está a puertas de terminar el ochenio (1956) de Manuel A. Odría.
Ribeyro nos muestra la miseria de la condición humana, producto de la vida difícil de sus personajes, atrapados en la pobreza, que día a día les exige encontrar fórmulas de sobrevivencia en una ciudad que literalmente “come” a sus habitantes. Don Santos, un hombre viejo, cojo y pobre, obliga a sus nietos Efraín y Enrique, todavía niños, a conseguir desperdicios en los basurales para poder alimentar a Pascual, un chancho que vive en el corral de la casa, con el objetivo de venderlo. Mientras más alimentado esté el animal, tendrá mayor costo. Paradójicamente, don Santos es devorado por el chancho hacia el final de la historia.
El cuento fue adaptado al cine en 1990, como uno de los episodios que integran la película Caídos del cielo de Francisco Lombardi. Fue su octava película y la tercera en la que recurría a la adaptación cinematográfica de novelas peruanas, después de Maruja en el infierno (1983) de la novela No una sino muchas muertes de Enrique Congrains y La ciudad y los perros (1985) de la novela del mismo nombre de Mario Vargas Llosa. Cuando se estrenó el film, se iniciaba el primer gobierno de Alberto Fujimori.
Como en toda adaptación hay cambios que se rigen o son determinados por el lenguaje cinematográfico. Por ejemplo, don Santos, el personaje principal del cuento, en la película es representado por Mechita, una mujer vieja y ciega, papel que recae en la actuación magistral de Delfina Paredes. Otros cambios, elementos añadidos o suprimidos se hacen evidentes de acuerdo con la necesidad de la historia en términos fílmicos.
Tanto el argumento del cuento como el del episodio de la película, mantienen una mirada a la sociedad peruana y un talante de denuncia social. Ambas obras reflejan la miseria espiritual y material de muchos habitantes de la gran capital. Un drama social presente en la década del cincuenta como lo refleja el cuento, pero también en la década del noventa como lo manifiesta la película, y que hoy sigue vigente, aunque la ciudad haya crecido, se haya modernizado o haya bonanza para algunos. Pareciera entonces que, a pesar de haber transcurrido más de cinco décadas, la historia de un gran sector de peruanos, sigue siendo en gran parte la misma: pobreza y desamparo. Y esta es una de las lecturas que nos dejan tanto Ribeyro como Lombardi.