Nuestra lucha por un trato humano y de respeto para las madres migrantes cada día se ve más distante. El camino parece no tener luz al final del túnel, y es necesario que en la historia quede testimonio de las infamias a las que fuimos sometidas, y que nuestros derechos humanos, y de nuestros hijos, fueron sistemáticamente golpeados y violados por un Estado xenófobo y machista, con muchas ONGS, organismos internacionales y medios de comunicación en Perú, testigos impasibles, por el simple hecho de haber nacido en otra tierra.
Autor: Inés Agresott González
En los últimos meses y semanas, la masiva llegada al Perú de ciudadanas y ciudadanos venezolanos, huyendo de la crisis en su país, despertó la alarma en la sociedad y los medios frente a su presencia en las calles, tiendas, trabajos; presentándose casos de discriminación, racismo y agresiones, comportamiento conocido como xenofobia, tanto en actos públicos como medios y redes. Incluso no han faltado políticos y candidatos que emulando a Trump y los líderes neonazis europeos, buscan conseguir popularidad con un discurso demagógico de odio al extranjero, es decir xenófobo.
Sin embargo la xenofobia no ha brotado de la nada, ni fue descubierta en el Perú con el arribo de miles de venezolanos. Siempre estuvo allí, lo que sucede es que las dimensiones de este último éxodo la hicieron más evidente, lo que hizo imposible silenciarla como se produjo en el pasado. Bastaría recordar los casos históricos de rechazo y hostilización a la población china, judía y japonesa a inicios de este siglo, y durante la segunda guerra mundial. O más recientemente las masivas expulsiones de ciudadanos colombianos, haitianos y cubanos, apenas cubierta por los medios, además de las campañas persecutorias a los artesanos y artistas callejeros por parte del ex ministro Urresti, así como contra los residentes en situación irregular, que se buscaba expulsarlos aun cuando fueran, como en muchos casos, padres y madres de peruanas y peruanos, quebrando familias al amparo de una ley migratoria retrógrada, machista y discriminatoria, vigente durante veinticinco años.
Esto lo denunciamos en su momento en diferentes publicaciones impresas y virtuales, incluyendo esta revista, donde presenté mi caso y el de otras compañeras con las que hemos conformado el colectivo de Madres Migrantes Maltratadas. Nuestra lucha fue solitaria y muchas veces a contracorriente frente a un Estado cuando no hostil, indolente ante los reclamos de trato digno, ONGS que miraban al costado y medios de comunicación que contribuían a estigmatizarnos. Es cierto que hubo honrosas excepciones como la Defensoría del Pueblo, algunos parlamentarios y periodistas, sin los cuales no hubiera sido posible dar a conocer esta problemática que fue llevada hasta la relatoría de la Naciones Unidas. Asimismo que se pudiera cambiar la ley de migraciones por una más acorde a principios de derechos humanos y respeto a la familia, aunque lamentablemente su aplicación sigue estando en gran parte a merced de la buena o mala voluntad del funcionario de turno en la Superintendencia Nacional de Migraciones.
En nuestro caso personal, un pequeño grupo de mujeres migrantes, varias de ellas exparejas de peruanos machistas y violentos, con niños peruanos, víctimas de violencia familiar, violadas ellas y sus hijos, asesinadas, atrapadas por leyes que no permiten sacar a nuestros hijos del país, y silenciadas por la prensa y los medios tradicionales. Blancos perfectos para descargar todo el odio xenófobo ante cada denuncia presentada, con la respuesta automática de lárgate para tu país. Un Ministerio de la Mujer que lejos de velar por las mujeres que no reconocen como tales por su condición de extranjeras, dicen que solo venimos a dañar la imagen de los hombres peruanos, la negativa de las comisarias en aceptar las denuncias de violencia, etc. etc. Los hijos reciben similar discriminación, porque los niños peruanos con un padre extranjero no reciben igual trato por el Estado, no todos los niños peruanos tienen los mismos derechos.
Frente a estas denuncias no faltan quienes reclaman que no es cierto que los peruanos fueran xenófobos, y que se estaba exagerando casos aislados porque en el país se promueve el turismo y la inversión extranjera. Y es cierto, pero de lo que estamos hablando es de los foráneos residentes, que no llegaban ni a ochenta mil personas antes de la llegada de los venezolanos, y en especial quienes no tienen grandes recursos, sino tratan de salir adelante por sus propios esfuerzo y trabajo, al lado de sus familias. Es lo que la filósofa española Adela Cortina llamó aporofobia, en referencia al rechazo al otro no solo por su condición de tal, sino por su pobreza; la misma que también se ha reactivado en el caso venezolano.
Esa xenofobia, acrecentada con el machismo que cobra la vida de mujeres todos los días, es promovida por un Estado manipulador que por temas políticos abrió una caja de pandora en un país que tiene viejas carencias y prejuicios, y que ahora puede culpar al que llega, mientras que las que seguimos aquí, con nuestros niños no nos iremos sin ellos, permaneceremos sobreviviendo a los embates de una total falta de humanidad para nosotras. Seguiremos siendo de lo que no se habla, las victimas perfectas para un Estado abusivo que ha decidido por su cultura machista aplicar la xenofobia selectiva entre sus lineamientos políticos. Actualmente la Superintendencia Nacional de Migraciones ha negado a varios miembros de nuestro grupo la residencia por hijos peruanos. Porque esos niños peruanos no necesitan a sus madres a su lado. Aducen incluso, con inhumanidad, en el caso de un emigrante cubano con pareja peruana que tuvo la desgracia de ver fallecer a su hijo al poco tiempo de nacido, que ya no podían acceder a la residencia porque ya no existiría el vínculo filial
Todo eso, mientras más de tres millones de peruanos viven en el extranjero, enviando remesas que permiten sobrellevar la economía de sus familias en el país, muchos de ellos en condiciones precarias e indocumentados, sufriendo el acoso de las políticas migratorias restrictivas que se han endurecido en gran parte del mundo en los últimos años al calor de la crisis y de gobiernos impopulares. ¿Cómo protestar contra esas acciones mientras se promueven medidas similares a nivel interno?
Nuestra lucha en Perú por un trato humano y de respeto para las madres migrantes cada día se ve más distante, pese a lo cual seguiremos en el esfuerzo. El camino parece no tener luz al final del túnel, y es necesario que en la historia quede testimonio de las infamias a las que fuimos sometidas, y que nuestros derechos humanos, y de nuestros hijos, fueron sistemáticamente golpeados y violados por un Estado xenófobo y machista, con muchas ONGS, organismos internacionales y medios de comunicación en Perú, testigos impasibles, por el simple hecho de haber nacido en otra tierra.