Escribe: Oscar Enrique Pino Ponce
Según la Real Academia de la Lengua Española, la gentrificación es “el proceso de renovación de una zona urbana, generalmente popular o deteriorada, que implica el desplazamiento de su población original por parte de otra de un mayor poder adquisitivo”. Esta transformación tuvo sus hechos más visibles en Lima y el Callao, con las casonas y sitios coloniales visibles por doquier, el alcalde Andrade de los 90 propuso una campaña efectista llamada “Adopta un Balcón” que motivó a empresas poder asumir los gastos de su refacción y conservación, pero con el crecimiento poblacional y el “desborde popular” ya es casi imposible distinguir entre una zona de conservación y tratamiento especial y otra comercial, más aún si es ambulatoria.
En Cusco y Arequipa, la gentrificación se vive de otro modo, en esta última, si bien es cierto que sirvió para que familias y empresas de poder adquisitivo remocen antiguas casonas y callejuelas del centro histórico, enriqueciendo evidentemente la oferta turística de a pie y el “city tour”, ó que se haya usado como revitalización de barrios deteriorados y pantalla para atraer inversión y desarrollo económico; la contraparte significa una especie de segregación y racismo. No es extraño ver que comunidades artísticas en Barranco, Miraflores o San Isidro en Lima o los centros históricos de Cusco y Arequipa, han sido desplazadas por cafeterías o boutiques, o comercios tradicionales por franquicias o tiendas dirigidas a un público con mayor capacidad adquisitiva, generalmente extranjero.
Según especialistas en arquitectura y sociología, las consecuencias inmediatas de la gentrificación descontrolada, fuera de las manos de la autoridad municipal, pueden ser el desplazamiento de poblaciones vulnerables, la pérdida de identidad cultural y social en barrios históricos y el aumento en la desigualdad y segregación urbana. Y recetan medidas para contrarrestar el desequilibrio como establecer políticas de vivienda accesible para evitar desplazamientos forzados a cargo de la Autoridad Municipal en coordinación con el Ministerio de Cultura, establecer regulaciones para equilibrar la inversión y preservación del tejido social. Y proveer incentivos para mantener negocios y viviendas tradicionales.
La gentrificación en el Perú aún no alcanza los niveles de otras ciudades de América Latina como Ciudad de México o Buenos Aires, pero su avance es evidente y genera debates sobre cómo equilibrar el desarrollo urbano con la justicia social. Esta visión está estrechamente ligada al turismo al que supuestamente se pretende favorecer aisladamente, pero es necesario considerar que, en Venecia, Amsterdam, Buta o Barcelona ya se vienen gestando medidas “antiturismo” por las consecuencias negativas de su preferencia abusiva.