ANTHONY CHOY COLABORADOR
A principio de enero del 2012 recibí una llamada de una gran amiga, Cecilia Soriano, quién me contó algo increíble, que conocía a una muchacha, que vivía al costado de una casa aparentemente endemoniada, le agregó que al principio era el tema de que se movían las cosas de manera rutinaria, juguetes, muebles, ropa, pero todo tomó un giro dramático, cuando las mismas cosas empezaron espontáneamente a incendiarse.
Desde la profundidad de los tiempos, el hombre ha tenido una relación ambivalente con el fuego, en la época de las cavernas le ayu daba a calentarse en medio de los inclementes fríos de las noches o de las estaciones, a defenderse de las fieras y a alejar el miedo ancestral a la oscuridad y sus habitantes, pero por otro lado, el primitivo le tenía al fuego un respeto reverencial, por ser un regalo extraído de las entrañas de los dioses, que te podía proteger o destruir, Nerón y los bonzos orientales eran el ejemplo perfecto de los delirios a los que podía llegar el ser humano, al relacionarse con el fuego sagrado. Por eso me pareció tan llamativo este caso, una casa que se auto consumía.
Inmediatamente coordiné con mi grupo de investigación, Proyecto 33, para dirigirme a dicha casa que quedaba en los arenales de Atocongo, en el distrito San Juan de Miraflores, llegamos una tarde calurosa del 13 de enero del 2014, a una casa que era parcialmente ocupada por una lavandería, inmediatamente nos percatamos que al costado de la entrada de la humilde vivienda, se veían los vidrios de las ventanas rotos y percibimos un penetrante olor a quemado. Encontramos a una familia de clase media-baja totalmente perdida y desorientada, era su único hogar, construido con mucho esfuerzo a lo largo de los años y ahora por esta incomprensible situación tarde o temprano se verían obligados a abandonarla, refugiándose en un futuro incierto.
Nos contaron que no recuerdan cómo empezó todo, pero sin ninguna razón aparente o un detonante cualquiera, empezaron a darse episodios de telequinesis, en los cuales las cosas empezaron a moverse solas, trajeron al sacerdote como una iniciativa de emergencia, personaje que empezó a rociar agua bendita y esparcir oraciones a diestra y siniestra, algunos días hubo una calma aparente y la familia recuperó la paz, lamentablemente esta no duraría mucho, porque lo que vendría sería peor, mucho peor, empezaron a quemarse las cosas primero en una habitación y sólo cuando todo se consumía, empezaba en otra, los muebles, la ropa, las cortinas, los electrodomésticos se encendían sin que algo o alguien lo ocasionará y sin un líquido inflamable identificable, el grado de extrañeza fue paulatinamente aumentando, como el caso de unos parlantes de sonido que se incineraron solos, pero sometidos a una temperatura tan alta, que literalmente se derritieron, o como el caso de una computadora cuyo monitor se quemó, al principio se adujo que podría ser la obra de un cortocircuito, pero esto rápidamente se descartó, cuando observaron que cuando se destruyó el monitor estaba desconectado; y una de las cosas más extrañas es que todo se quemaba de adentro para afuera.
La familia utilizó diversas estrategias, para protegerse, compraron extintores que fueron puestos en sitios estratégicos, pero igual las cosas siguieron quemándose, todo esto nos fue narrado y nos mostraron los restos de lo que todavía quedaba, pero una cosa totalmente distinta es ser testigo directo de las inflamaciones y eso fue una experiencia aterradora. Esa tarde a mi equipo lo acompañó un joven vidente, al cual paseamos por el interior de la chamuscada casa, notando que se movía en el interior del inmueble algo extraño, ¿lo viste? me dijo asombrado, No hombre, el que tiene ojos de ver eres tú, respondí, entonces le pedí una descripción de lo que ocasionaba tanto estropicio, entonces me describió algo francamente increíble. “Quién está haciendo todo esto es una especie de ser, una especie de elemental de fuego, que tiene la forma de un bebé de un año, pero que posee una cabeza de fuego, con la que va quemando todo, para él esto es una gran diversión”, dijo el médium. La verdad no sé si esa sería la explicación, pero eso fue lo que dijo dicho vidente y queda como dato para la investigación.

Hubo un momento en que él dijo que la ropa de dicha habitación se va a quemar y a los 10 minutos la familia gritaba despavorida para apagar con los extintores el fuego, de precisamente, la habitación llena de humo, a los pocos instantes, el joven vidente dijo, “Ahora el perrito se va a encender” y todos miramos consternados a las dos pequeñas mascotas, que atemorizadas pululaban de un lado para otro, no habrán pasado 15 minutos y un perro de peluche que estaba encima de la cama se encendió y se quemó totalmente, la dueña de casa en medio de su desesperación me pregunta dónde había dejado mi auto, en su patio de atrás al costado de unos cuartos de cartón, le dije, sáquelo mejor señor Anthony a su carro le puede pasar algo, me comentó; sin chistar rápidamente obedecí tan sabio consejo y a tiempo, porque a los pocos minutos todos fuimos testigos de que el tacho de basura, al costado de donde estaba mi auto se encendió por completo, con toda la ropa, incluido varios ternos del dueño de casa, que precisamente había sido puesto hacia allí para salvarlos, sólo cenizas quedaron.
Pero creo que lo que más me impresionó, fue cuando en un momento que parecía estar todo en calma aparente, vimos a uno de los perritos de la familia correr desesperado con su pequeño lomo envuelto en llamas, pasó por mi costado saliendo a la calle y la familia gritando y persiguiendo con los extintores al pequeño animal, que se estaba quemando vivo, providencialmente lograron apagar el fuego rociándole la espuma química, salvando al pobre perrito, pero cuando inmediatamente lo enjuagaron en agua para no contaminarlo, vimos algo muy extraño que paralizó a todos los que estamos presentes, en el lomo chamuscado del animal, había algo aterrador y se veía claramente, eran tres largas zanjas del pelaje chamuscado e invariablemente sólo podría ser una sola cosa, eran las inconfundibles huellas de garras, de garras de fuego.
Aturdido salí a la calle, para tomar aire afuera de las calles de Atocongo, lucían absortas en su propio ajetreo, ajenas totalmente al drama que adentro de la casa se vivía, me puse a pensar qué entidades invisibles y poderosas hacían esto y por qué sólo se limitaba al ámbito de dicha desdichada casa, pero además, que impedía qué no se extendiera primero a las casas vecinas, luego al barrio entero, y luego a todo el mundo, ¿eso podría ocurrir y en ese caso, en un planeta en llamas, que podríamos hacer nosotros, lo podríamos impedir? En ese momento se acercó el vidente, lo miré a los ojos y le pregunté trémulo, algo que desde hacía bastante rato me daba vueltas en la cabeza, hasta ahora sólo se habían prendido espontáneamente cosas, objetos, pero ya habían empezado a tocar a seres vivos, a los perritos, ¿nos podría pasar algo? susurré, su silencio pesado y una mirada vidriosa fue su única respuesta.
Esa noche decidimos alejarnos de la casa, luego supimos que trajeron a un reconocido exorcista y un grupo de señoras devotas, que con su oración lo apoyaron, recibieron como respuesta una lluvia de clavos, que nadie atinó a decir de dónde salieron, la familia al poco tiempo se mudó. Allí está la casa oscura y desolada en medio del arenal, como muda prueba de que existen hechos que quizás nunca sean explicados.