Escribe: David Auris Villegas [email protected]
Jorge Bergoglio, en su adolescencia, ya andaba con el corazón dialogante y valiente. A una muchacha le escribió una carta: “Si no me caso con vos, me hago cura”. Curiosamente, Dios la leyó antes que ella y lo reclutó, terminando como Papa Francisco. De haberse casado, tal vez habría terminado preparando mate en pantuflas, en lugar de celebrar misas de amor para la humanidad, como lo hizo siempre.
En un mundo de acelerados cambios y conflictos, Francisco, considerado el ciudadano más ilustre y ejemplar de Argentina y del mundo, falleció el 21 de abril. Sostenía que el cristianismo no era una ideología, sino un compromiso con la vida, y dejó como legado un camino de amor, diálogo, equidad y paz, afirmando que la pobreza es injusta en un mundo tan rico.
Francisco criticó la corrupción política, el narcotráfico y a empresarios inescrupulosos por estropear a la humanidad. Durante su visita al Perú, cuestionó la frecuencia con que los expresidentes terminan presos, evidenciando la grave crisis moral y política que atraviesa nuestro país.
Argumentaba, que la educación, la cultura y la tecnología necesitan promover una humanidad más justa y compasiva. Defendía el uso ético de la inteligencia artificial y del conocimiento en beneficio de todos. Recomendaba leer a autores como Borges, Dostoyevski y otros, con el propósito de fortalecer nuestra humanidad. Francisco nos enseñó que uno de los caminos para convivir en armonía es el perdón. Solía decir: “Dios nunca se cansa de perdonar, somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón”. Como gesto de humildad y reconciliación, lavó los pies a los presos. Además, pidió perdón públicamente por los errores de la Iglesia, demostrando que el perdón comienza por uno mismo.
Asimismo, ante las Naciones Unidas expuso que cualquier daño al medioambiente es un ataque a la humanidad. En su encíclica Laudato Sí, defiende a la Tierra, llamándonos a cuidar nuestra “casa común”. Denunció la explotación sin límites de los recursos y el impacto que esto tiene, especialmente en las personas más vulnerables.
La filosofía de Francisco, basada en el diálogo, la solidaridad y el respeto por el entorno, debe integrarse en todo el ecosistema educativo. Su llamado a construir un mundo más justo es fundamental para formar ciudadanos que respeten la dignidad humana y del planeta.
Este artículo fue publicado en El Montonero