Pedro Escribano: “Un libro no es un juego de la Tinka, es como un hijo”

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Por: Fernando Chuquipiunta Machaca

Contemporáneo de Rocío Silva Santisteban, Odi González, José Antonio Mazzotti, Eduardo Chirinos, Mariella Dreyfus, Jorge Eslava y Domingo de Ramos, Pedro Escribano Taipe recientemente ha hecho noticia con el lanzamiento de su retratario “Rostros de Memoria: visiones y versiones sobre escritores peruanos” y la revelación de su entrañable amistad con el Premio Nobel de Literatura 2010, el escritor arequipeño Mario Vargas Llosa. 

Ambos acontecimientos -independientes entre sí- conllevan un profundo significado para las letras peruanas. Primero, porque Pedro Escribano -no obstante la indiscutible originalidad de su obra- ha tomado la posta señera que dejó el crítico literario peruano Antonio Cornejo Polar. Y, segundo, porque la sincera admiración de un maestro de la dimensión de Mario Vargas Llosa por un reconocido escritor comprometido de nuestro país, demuestra que -después de mucho tiempo- la poesía peruana está recuperando el sitial que le confirió César Vallejo Mendoza en el contexto mundial.

¿En qué medida las vivencias de su infancia han influido en su obra?

Bueno, eso de “obra” es sin duda una exageración. Apenas he escrito dos libros y uno que otros poemas sueltos por allí. Creo que uno no escapa nunca de sus años de infancia. Esa etapa, ese mundo, permanece como un ancla en lo que dura nuestra vida. Y quienes escribimos seguro allí hallamos nuestras primeras visiones del mundo, nuestras primeras maneras de relacionarnos con él. En lo poco que he escrito, encuentro un poco eso, como querencia y como origen. En mi poemario “Manuscrito del viento” hallo paisajes, personajes, escenas campesinas, el hogar.

¿Fue en Lima donde trabó amistad con Mario Vargas Llosa?

Sí, pero quizá mi primer encuentro con Vargas Llosa fue cuando yo tenía 13 años y estaba en medio de un algodonal. Me detuve en seco cuando escuché el megáfono del cine mensual que llegaba a Acarí. Mis hermanos y yo esperábamos que anuncien una de Django o de Ringo o de dólares agujereados. Pero no, dijeron “Los cachorros, del escritor de fama internacional Mario Vargas Llosa”. El nombre no nos dijo nada, mandamos al diablo al anuncio del cine y seguimos recogiendo algodón. Pero yo me quedé con la duda, llegada la noche me fui al cine, y me di con la sorpresa de que era para adultos. Eso me animó más a saber quién era Mario Vargas Llosa. Me fui a la parte trasera del cine, por donde solíamos ir cuando no teníamos dinero para la entrada. Cuando me encaramé al techo, encontré a otros niños y casi no hallo un lugar. Desde allí, levantando el techo de totora, vi la película de ese tal Vargas Llosa.

Años después ingresé a San Marcos a estudiar literatura. Escribí un poema “La ciudad y las hormigas”, que está en “Manuscrito del viento” como una inútil réplica a La ciudad y los perros, novela de Mario Vargas Llosa. Pero lo que me llevó a la persona del Nobel fue una crónica que publiqué en La República y trataba de una cena de 1957, en honor del historiador Raúl Porras Barrenechea, ofrecida por Vargas Llosa, Luis Loayza, Abelardo Oquendo, la Tía Julia, en un restaurante de fachada del Cinco y medio, famosa casa de citas de Lima. Vargas Llosa indagaba quién había escrito esa crónica.

¿Qué fue lo primero que le dijo?

Quién me había contado ese pasaje de la cena. Le respondí. Ese año no lo pude entrevistar porque no concedía entrevista a nadie. Pero eso sí, generoso, me firmó mi libro “Los cuadernos de don Rigoberto” y me prometió la entrevista en su próxima visita. Así fue, lo entrevisté por primera vez por “La fiesta del Chivo”, el 2000.

De haber integrado el Jurado del Premio Nobel de Literatura 2010, ¿por quién habrías dado tu voto: por Mario Vargas Llosa o por Tomás Tranströmer?

Muy hipotética la pregunta, pero mi respuesta es concreta: Vargas Llosa. No niego el valor de la poesía de Tranströmer, pero el Nobel era una vieja deuda a Vargas Llosa.

Aparte de “Rostros de Memoria: visiones y versiones sobre escritores peruanos”, ¿qué otro libro escribió durante su estadía en Lima y su amistad con Mario Vargas Llosa?

El primer libro que escribí, pero no publiqué, fue “Rostro de paisaje enloquecido”, un poemario que compartió el segundo puesto de los Juegos Florales con Cesáreo Chacho Martínez. He publicado solo un poemario, “Manuscrito del viento”, que ganó el premio Poeta Joven de San Marcos y que tuvo la suerte de que Juan Mejía Baca, el recordado librero que nos ha dado la nueva sede de la Biblioteca Nacional, lo editara.

¿»Manuscrito del Viento» es su mejor obra?

Más que obra, es una plaqueta de 15 poemas que ha tenido más suerte que yo. Como te dije, ganó un premio, fue editado por Mejía Baca y lleva a la fecha cuatro ediciones. Sobre su calidad no seré yo quien lo diga.

¿Verdad que de no ser poeta le hubiese gustado ser profesor?

No, creo que no soy ni lo uno ni lo otro. En todo caso, no tengo esa seguridad. Yo escribí poemas y enseñé literatura casi 15 años. Me gustó ser profesor porque enseñaba el curso como yo quería. Quizá si el colegio en que enseñé no hubiera sido alternativo, hoy no diría que me gustó ser profesor. Yo solo buscaba que mis alumnos leyeran, gozarán la lectura y no como suelen hacer los profesores de literatura, plantear 50 preguntas por escrito por una obra u ordenar que lean un libro como castigo, y en la biblioteca del colegio. En mi libro “Rostros de memoria” agradezco a mis alumnos del Atusparia esa experiencia, y vaya que de allí salieron algunos poetas.

Se dice que es un gran cronista de la sección cultural del diario La República…

No, quien dice eso debe ser mi amigo, porque los amigos siempre hablan bien de uno, pero si no es un amigo, es un mal hablado. Yo solo hago mi trabajo lo mejor que puedo. Antes, cuando era redactor del Suplemento Domingo, escribía crónicas, ahora no, el diarismo es un caballo desbocado. La coyuntura es un vértigo y no te da tiempo para nada.

¿Y qué nos puede decir de “Rostros de Memoria: visiones y versiones sobre escritores peruanos” y «Manuscrito del Viento»?

Rostros de memoria es un libro de anécdotas, no de biografías. Narra los sucesos anecdóticos de cerca de 40 autores peruanos. Va desde Ricardo Palma hasta el poeta del 60, Lucho Hernández. Los autores que tienen más de tres anécdotas están ilustrados con una caricatura de ese gran dibujante que es César Aguilar “Chillico”. Me alegra que el libro se conozca allá, en Puno. Como tú me has contado, José Luis Ayala dejó un ejemplar, el que la editorial le envió para su respectivo comentario, y que ahora circula entre los amigos de Puno. Ahora me explico los saludos, como el tuyo, que me llegaron desde el altiplano por “Rostros de memoria”. No sé si Ayala llegó a escribir sobre mi libro en La Primera, pero igual, le agradezco ese gran favor de difundirlo entre los amigos de Puno.

¿Puede citar poetas puneños que hayan influido en su gestión operadora?

Que hayan influido en mí, no creo, a excepción de Carlos Oquendo de Amat que, cuando lo leí, me cautivó con su vuelo imaginativo; también están Gamaliel Churata, Alejandro Peralta… Otro poeta, Efraín Miranda.

¿Cuál de los dos factores predomina en su actividad poética: la inspiración o el oficio?

Creo que el abrazo de los dos factores, pero entendiendo oficio como trabajo. Ya nadie escribe esperando que las musas le dicten. En todo caso, la gran musa es la realidad, ella es la que manda. Como decía Flaubert, la escritura es sobre todo transpiración y un uno por ciento de inspiración.

Bien, a esta altura se impone una definición: ¿cuál debe ser el rol del escritor peruano en un país dependiente y subdesarrollado, como el nuestro?

Las mismas de cualquier ciudadano: participar en la vida cívica del país. Quizás porque pertenece a las clase intelectual, con mayor razón. La sociedad se beneficiaría con su inteligencia; debe estar al servicio de las buenas causas. Eso no quiere decir que su obra sea un predicamento explícito sobre estas causas. Ahora que, si sus obras tienen, no sin arte, sus posiciones firmes y bien escritas, a buena hora. “España, aparta de mí este cáliz” es un buen ejemplo.

¿Algún consejo para los nuevos poetas?

Yo siempre digo, leer, leer, leer. Escribir también, pero no apurarse en publicar. Un libro no es un juego de la tinka, es una responsabilidad, como un hijo.

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