Vientres de alquiler

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Escribe: Carlos Peña Julca

Es sabido que en la actualidad vivimos una crisis irreversible de la democracia. La captura -corrupción de por medio- del Estado por el empresariado ha socavado y descompuesto a sus instituciones pilares; la toma de decisiones en los asuntos fundamentales del país ha pasado a los poderes fácticos internos y externos, convirtiendo en formalidad la voluntad de los ciudadanos expresada en las urnas.

Los partidos políticos como parte del engranaje de la democracia liberal, asimismo, se debaten en una profunda crisis. Alberto Fujimori durante su campaña electoral de los 90 fue el primero en lanzar una ofensiva contra lo que denominó la “partidocracia” argumentando que los viejos partidos que habían dominado el escenario político habían fracasado y resultaban obsoletos.

El fracaso de la política antisubversiva de Acción Popular y el APRA, el desprestigio que minaba al Parlamento, la frustración popular respecto a las gestiones de gobiernos regionales por parte de la izquierda, abonaron para que el discurso fujimorista tuviera eco entre los sectores populares. La novísima organización política alentada por Alberto Fujimori se presentó con el lema “Honradez, tecnología y trabajo” haciendo profusión del asistencialismo y el estilo populachero de su lider su manera eficaz de llegar a las masas. Es sabido que después el fujimorismo cambió varias veces de ropaje a su partido, según las conveniencias electorales; inauguró un estilo de militancia corrupta, mediada por el beneficio individual o de grupo, por la misión de asalto a las arcas del Estado, por la repartija de cargos, candidaturas, lazos con el gran empresariado; todo ello amalgamado con el credo neoliberal.

Portando esta cepa, con los años han florecido diversidad de partidos que se mueven en la feridez neoliberal como pez en el agua. Despojados de una militancia que se identifica con ideales y programa, dichos partidos se han convertido en espacios temporales, vientres de alquiler, de golondrinos, en máquinas electorales financiadas muchas veces por dinero sucio, con el único objetivo de acceder como sea a los estamentos del Estado y disponer de las arcas públicas, coimas, puestos de trabajo. El resultado es que las mafias, la corrupción y la mediocridad han copado el Ejecutivo, el Congreso y al conjunto de instituciones del Estado, incluyendo a gran parte de los gobiernos regionales y locales.

No es raro que en este contexto la Politica y los partidos politicos sean vistos por la gente como sinónimos de corrupción y mediocridad y que en gran parte de los sectores populares domine una posición de rechazo hacia ellos. Lo preocupante es que este rechazo alcance también a las organizaciones progresistas y de izquierda, sumidas, asimismo, en crisis y dificultades, aunque por causas distintas a las que afectan a los partidos adictos al sistema. Los problemas de la izquierda se explican por sus dificutades para dar respuesta a los cambios, no haber sabido recuperarse del derrumbe de Izquierda Unida, permanecer a la defensiva frente a la embestida neoliberal en el terreno de las ideas, la lentitud para encarar procesos de renovación en los diversos ámbitos de su actuación.

Pocas son las organizaciones sobrevivientes al derrumbe de IU; la mayoría reducida a pequeños grupos, sin estructuras nacionales ni arraigo de masas; casi todas con militancia envejecida frente a la ausencia de una voluntad de renovación generacional. Pero también es cierto que en las filas izquierdistas y del movimiento popular los valores neoliberales han logrado algún grado de influencia, expresado en conductas individualistas, pragmáticas, utilitarias, el fetichismo electoral.

Hoy, como nunca antes, como lo señala Manuel Guerra, cobra actualidad la sentencia del Amauta José Carlos Mariátegui: “La políitica se ennoblece, se dignifica, se eleva cuando es revolucionaria”, en ese sentido estamos dispuestos a la lucha por los grandes objetivos, construyendo la correlación de fuerzas que haga posible una salida popular a la crisis, a través de un gobierno democrático, con justicia social y de regeneración moral.

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