El Mundial que se disputará en Estados Unidos, México y Canadá tendrá un marco totalmente distinto a los torneos previos. No solo por la ampliación a 48 selecciones, sino por el tipo de logística que implicará moverse entre ciudades que pueden exigir horas de vuelo, climas que cambian con brusquedad y una atención mediática que, en Norteamérica, adquiere un ritmo casi industrial. Bajo ese panorama, no todos los equipos llegan con la misma capacidad para sostener un torneo largo y exigente. Algunos ya han demostrado solidez competitiva, otros llegan con generaciones que parecen haber alcanzado el punto justo de maduración, y unos pocos, aunque no dominan titulares, cuentan con argumentos que los hacen peligrosos para cualquiera.
España surge como el candidato más estable. La selección española ha recuperado una identidad clara: presión alta bien ejecutada, circulación paciente, lectura fina de los espacios y una serenidad para retroceder cuando el rival aprieta. Esa mezcla de ritmo y control les da un piso que pocas selecciones poseen, y se refuerza con una liga doméstica que sigue formando perfiles técnicamente fuertes y tácticamente disciplinados, lo que para muchos analistas la convierte en una de las apuestas más sólidas del torneo y, en términos prácticos, lo mejor para apostar en Peru.
Francia aparece muy cerca. Aunque su presente no es tan limpio como su enorme potencial, la profundidad de su plantel sigue siendo uno de los mayores diferenciales del fútbol internacional. La selección francesa no depende de un jugador específico, lo cual resulta valioso en un torneo largo donde siempre hay lesiones, suspensiones o bajadas de rendimiento. Sus centrales continúan entre los más físicamente dominantes del mundo, y su ataque tiene una variedad de perfiles que obligan a los rivales a replantear estrategias defensivas. Si consiguen afinar su funcionamiento colectivo, Francia volverá a estar en la conversación final sin necesidad de un impulso excepcional.
Brasil llega con un escenario más incierto, pero igualmente fuerte. Su historia pesa y siempre condiciona al resto. Aunque el equipo brasileño ha pasado por un proceso de transición, su reserva de talento ofensivo es amplia. Hay extremos con velocidad pura, mediocampistas que entienden bien la presión adelantada y defensas centrales que ya son protagonistas en ligas europeas de alto nivel. Su desafío es más psicológico que técnico: en los últimos torneos, Brasil ha enfrentado un bloqueo competitivo en partidos decisivos. Si su entrenador consigue que el grupo mantenga calma y solidez en esas instancias, volverán a ser un aspirante real al título.
Argentina llega desde un terreno distinto. Su reciente éxito internacional marcó un cambio de mentalidad: pasó de depender de individualidades a consolidar un bloque cohesionado. Aunque ya no tendrá exactamente el mismo plantel que logró títulos en 2021 y 2022, el recambio ha mostrado que el estilo se mantiene. Argentina no necesita tener siempre la pelota para ser peligrosa; puede incomodar al rival desde la intensidad, la lectura del momento y la capacidad para transformar pocos ataques en acciones de gol. Sus dudas pasan por la capacidad de sostener un rendimiento parejo en un torneo con más partidos, algo que en mundiales tradicionales ya es de por sí complicado.
Inglaterra, por su parte, es una selección que ha acumulado experiencia en fases finales. Con una generación que ha aprendido a soportar presión desde clubes grandes, llega como una amenaza seria. Su problema histórico ha sido la gestión emocional en momentos críticos. El potencial está, la calidad también, pero queda por ver si podrán romper con esa barrera que les ha impedido cerrar partidos importantes.
En conjunto, el Mundial 2026 será un torneo donde la resistencia mental pesará tanto como la técnica. España luce ligeramente por encima, Francia puede corregir detalles y Brasil tiene recursos que nunca se deben subestimar. Argentina e Inglaterra completan el grupo de selecciones con argumentos sólidos para intentar llegar hasta el último día del torneo.

