Alan Ever Mamani Mamani
El texto “El acorde perdido”, del historiador Eduardo Torres Arancivia, está conformado por nueve ensayos, el cual fue ganador del Premio Nacional PUCP de Ensayo en el año 2009. En el escrito siguiente nos enfocaremos en uno de esos discursos denominado “El estruendo de broncas cadenas o sobre la música y el nacionalismo”.
Como los idiomas, la música también fue una de las bases en las que se sustentaron primero las naciones y luego los nacionalismo. En los siglos XVI y XVII, estuvieron muy lejos de encontrar sentimientos de pertenencia a una nación. Los distintos pueblos y culturas se amoldaban en una estricta jerarquía. La lógica del ejercicio del poder era otorgar privilegios y deberes distintos a cada uno de los estamentos, pueblos y culturas que vivían en un determinado país. Es decir, los pueblos no se sentían parte de una gran nación homogeneizadora de ideales y proyectos. Es por ello, que en España no había una “nación española”, pero sí había sentimientos nacionales al interior de esa monarquía.
En la Europa del siglo XVIII era muy claro cómo las canciones comenzaron a ser tomadas como símbolos de una identidad o cultura. Además, puede decirse que en esas centurias surgió una especie de género, representado en esas canciones nacionales, que luego vendría a diluirse en las llamadas “músicas nacionales”. Entonces, la música se liberaría de sus componente de alabar a Dios o ser reflejo de la naturaleza para transformarse en “canciones de los pueblos”. Por ello, surgió las canciones populares, como un intento de materializar ese protonacionalismo, ya que los pensadores entendían que el pasado debía proporcionar una identidad común al presente y qué mejor herramienta para ello los sonidos. Y todo ello, demostraba que Europa estaba constituida por muchas “naciones”.
En el contexto de la Revolución Francesa el nacionalismo, como fuerza política, se fue consolidando. Evidentemente, la paulatina ola de los ideales democráticos que sacudió a Francia también fue el acicate para una revolución en el arte musical. Además, estos acontecimientos de 1789 generaron una estética diferente: los cantos eran cantados a la libertad, a las conquistas de los pueblos y a las glorias de la Nación. Como nunca antes en la historia, la música y la política se fusionaron. A consecuencia de ello el siglo XIX, fue catalogado como la época de los nacionalismos.
El nacionalismo también se hizo presente en los grandes imperios como el ruso o el austrohúngaro. En estos imperios esta tendencia se mostró como una actitud de defensa de las autonomías nacionales frente a los proyectos centralistas. Se ve por ejemplo el caso de Rusia de los zares. Asimismo, el nacionalismo fue el motor en Gran Bretaña (1914-1918). Luego sería la base de los facismos, por un lado, y del comunismo soviético, por el otro. Pues la apropiación de la música se hizo más por los regímenes totalitarios que anhelaban azuzar el nacionalismo. En efecto, los pentagramas de los compositores elevaron la moral de sus respectivo pueblo en los momentos más aciagos de la Segunda Guerra Mundial.
En Hispanoamérica, el proceso de consolidación de sentimientos nacionalistas se dio desde fines del siglo XVIII, alcanzando su firmeza hacia 1850. En el Perú fue bastante clara. Tanto la nación indígena como la criolla habían afianzado una identidad propia que ya para fines del dieciocho era bastante notoria; sin embargo, desde la gran rebelión de Túpac Amaru de 1780 la nación indígena se vio muy debilitada. Desde entonces quedó en manos del grupo criollo consolidar un discurso nacionalista que hiciera frente a la corona hispana y a los españoles peninsulares.
No obstante, ese sentimiento, como opción política, fue muy débil en el Perú. Se trató de un discurso que no tuvo fuerza para la acción que se desprende de una ideología, pero si para la retórica, es decir, faltó cuajar para transformar el Perú como nación. Por otro lado, más que nunca los símbolos y los discursos fueron muy necesarios para construir aunque sea en parte ese proyecto de Nación. Así, poemas, himnos, banderas, caricaturas, pinturas y canciones alentaron ese incipiente nacionalismo. Sorprendentemente, un músico y su música jugaron un rol trascendente desde el primer día de la independencia del Perú. Se refiere a José Bernando Alcedo y sus obras patrióticas, entre las que se encuentra el Himno Nacional del Perú. Lo interesante de Alcedo es que fue el primer compositor que le cantó al Perú como nación. Porque los himnos nacionales de los países americanos rara vez fueron compuestos por un nacional. En cambio, el himno del Perú tuvo esa curiosa virtud: fue compuesto por un peruano.
En conclusión, fue larga, la historia del Himno Nacional, pero casi siempre fue dejado de lado. Han sido muchas páginas que se escribieron sobre ello. También, fue vasta las discusiones en torno a su origen, propósito, letras, mensaje, autor, compositor, estilo, carácter, etc. Se llegó a decir de todo: que el himno del Perú era el segundo más hermoso del mundo, que su estrofa principal era la más humillante. Fue así que, el músico sueco Carlos Eklund, ha sido bastante cruel con Alcedo, decía que el himno era muy sencillo, pobre y plagada de errores técnicos. Alcedo apelaba a ello, y aducía que un himno debe ser cantado por todos, sin mayor pretensión que esa. Y tal vez en su anhelo de Alcedo fluía la fuente del incipiente nacionalismo peruano. Pero lo interesante de ello, es que el himno del Perú, al igual que el complicado nacionalismo peruano, este sufrió una permanente reformulación que poco a poco fue delineándose por el sentir de un país que pugnaba por ser una Nación.