Además de ser una parte del disfraz de una danza, la máscara se ha convertido en una obra de arte con un origen, una evolución, varios significados y formas de apreciarla, tal como lo han constatado numerosos estudios.
La máscara de diablada, en particular, es una de las elaboraciones más complejas de la Festividad de la Virgen de la Candelaria, por lo que cabe preguntarse por su historia.
La tesista Rosmerio Condori Álvarez recoge algunas referencias históricas y pone en claro que el diablo, tal y como se entiende en la cultura occidental, no existe en el mundo andino.
Es decir, los “demonios” del mundo andino no son la expresión del mal, sino parte de un todo donde las partes se complementan. Así, son terribles para proteger, pero no por sí mismos.
Volviendo a las máscaras, Guamán Poma de Ayala registra una danza denominada “Aya Milla Sainata”, en la cual se usaban estos aditamentos de aspecto fiero, los mismos que representaban al enemigo.
Viendo esto, el 1577 los jesuitas intentan imponer la práctica de una danza sobre los siete pecados capitales, donde los ángeles vencen a los demonios. “Utilizan esa versión con el fin de corromper la humanidad indígena”, indica la tesis.
Ese es el rastro que lleva al origen de la máscara de la diablada y nada en el mundo andino puede estar libre de sus elementos. Al día de hoy, la máscara del diablo se fue llenando de elementos andinos hasta ser el híbrido que conocemos.
ORIGEN Y EVOLUCIÓN
Existen dos enfoques respecto al origen de las máscaras. El primero, propuesto por Juan Palao, sitúa su origen en la danza de “Los Mañazos”, posteriormente conocida como “Diablos de los Mañazos”. El segundo plantea un origen anterior, resultado de la fusión de rasgos de animales del territorio.
Ambos enfoques concuerdan en que la máscara representa no al diablo, sino a un dios de las minas llamado “Achancho” o “Janchanchu”.
Las primeras máscaras estaban confeccionadas principalmente con piel animal y, en algunas ocasiones, con telas y tejidos.
Entre 1940 y 1950, las máscaras de yeso predominaron durante una década, con características como narices bífidas, colmillos, cachos rectos y detalles que representan sapos y serpientes.
Durante el mismo periodo, también se fabricaron máscaras de latón con cachos alargados, bocas felinas y orejas de vacuno.
MÁSCARA DEL DIABLO CAPORAL
En 1960 surge la denominada «máscara del diablo caporal», una versión más elaborada con elementos adicionales y un tamaño significativamente mayor. Los ojos adquieren más relevancia, destacándose completamente de la estructura y triplicando su tamaño en comparación con las anteriores máscaras.
La complejidad de los ornamentos aumenta, incluyendo representaciones de sapos, serpientes, pequeños dragones e incluso pequeñas máscaras adicionales sobre la máscara principal.
Esta reconfiguración requirió la utilización de nuevos materiales, como fibra de vidrio, resina, latón y yeso, hasta que hoy se ha convertido en un aditamento enorme pero, hasta donde se puede, no tan pesado.
DATO
La tesis que consiguió información sobre la máscara de diablada se titula “La máscara del diablo de Puno, como elemento simbólico, en la obra bidimensional”, presentada por Rosmeri Condori Álvarez en el año 2018.