El problema de la discriminación

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Escribe: Oscar Enrique Pino Ponce

Jorge Yamamoto, un connotado psicólogo social peruano manifiesta que cuando se decía que “somos un mendigo sentado en un banco de oro”, ahora en materia de identidad, tenemos un banco de oro de “diversidad cultural” y nos damos el lujo no solo de sentarnos en él, sino de basurearlo.

La discriminación y su hijo putativo, el racismo, en pleno siglo 21 y en el Perú de hondos orígenes andinos y otras ricas vertientes, no solo es peligroso sino ridículo y hasta puede formar parte de la colección de las aberraciones peruanas o inventario turístico nacional. El problema es que está tan enraizado que su práctica se traspasa de generación en generación como si fuera un deporte nacional, porque “cholear es un vacilón” a todo nivel, desde el vecino de Jesús María que basureaba a efectivos de Serenazgo hasta la mujer que agredía física y verbalmente a una trabajadora de limpieza en Arequipa.

La discriminación es parte del oxígeno que respiramos a diario y pocos usan una mascarilla para no expectorarla o sufrir contagio, lo ideal sería trazar políticas a largo plazo para que ministros de Estado no tengan que emular a Sísifo cargando la enorme roca de principio a fin. El experimentado profesional expresa su preocupación por el alto costo social que tendremos que asumir si es que hoy autoridades y población de a pie no toman conciencia de sus efectos en generaciones futuras, no solo dejando de aplicar sanciones severas que pueden frenar en un corto plazo, sino garantizar con Políticas de Estado la sostenibilidad de la inclusión y diversidad a muy largo plazo.

Rolando Apaza, funcionario del Gobierno Regional de Arequipa, ponía en tapete 2 formas visibles sobre esta tragedia peruana, la primera referida a la gastronomía peruana, tan rica, variada, original, pero igualmente portadora de la bacteria racial.

Y recuerda cómo hasta hace poco comer chuño, quinua, kiwicha, alpaca, llama y otros productos andinos, era sinónimo de bajeza cultural vomitiva, y hoy forman parte de los “super foods” requeridos incluso por astronautas de la NASA; la otra forma común es el apellido, el cuál incluso institutos castrenses lo usan como filtro para ascensos, reafirmando así el instinto colectivo peruano de la autoflagelación racial, obligando a muchos tener que modificar drásticamente su morfología.

Las redes sociales se han convertido en una tribuna gratuita y anónima donde la cobardía y agresión son un “tira la piedra y esconde la mano” a gran escala, no faltan por tanto aquellos que atribuyen de una u otra desgracia a los migrantes de regiones vecinas, y como alguien dijera “hoy sabemos que todos somos ciudadanos del mundo, menos los racistas que son imbéciles en todo sitio”.

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