Autor: León Trahtemberg
Muchas veces hemos escuchado a los profesores recomendar a los alumnos que es mejor estudiar poco a poco, mediante una especie de digestión cognitiva lenta, en vez de esperar el día anterior para estudiar. Sin embargo, la ciencia parece contradecir este argumento.
La neurociencia distingue entre la memoria de corto plazo, que es voluble, superficial, limitada y efímera, de la memoria de largo plazo, que es estructural, profunda y permanente en el tiempo.
La memoria de corto plazo se convierte en largo plazo cuando producto de la comprensión, ejercitación, aplicación, automatiza los conocimientos que se están construyendo. Por ejemplo, aprender a amarrarse los zapatos o conducir requiere concentrarse inicialmente en cada movimiento hasta que esto se automatiza con lo que se libera la memoria de corto plazo del espacio requerido para lograr cada uno de esos movimientos. Lo mismo ocurre a la hora de pasar de la lenta lectura silábica a la lectura fluida. También ocurre cuando uno aprende a sumar 9+6 o multiplicar 7×9 antes de ser capaz de obtener el resultado inmediato de esas operaciones sin tener que concentrarse en cada paso.
Pero ¿qué pasa cuando uno debe evocar un conocimiento que no fue comprendido, o no se construyó de modo que quede instalado de manera significativa en la mente de un alumno? Por ejemplo recordar los nombres de los ríos del Perú o los nombres de los presidentes desde la independencia o la fórmula que relaciona voltaje, amperaje y resistencia eléctrica (ley de Ohm). Es el tipo de memoria que requiere un mozo de restaurante para tomar el pedido de un cliente.
En suma, cuando los alumnos egresan del colegio y “no saben nada” es simplemente porque la memoria de corto plazo evaporó el conocimiento unas horas después del examen.
Distinto hubiera sido si hubieran aprendido cosas más relevantes para sus vidas. Pero esas cosas suponen manipulación concreta, juegos, experimentos, salidas al campo, prácticas, discusiones y debates, relaciones entre conceptos afines, transferencias, todo lo cual requiere tiempo y digestión cognitiva paulatina para que se logre comprender y abstraer de modo que se convierta en aprendizajes para el largo plazo. Eso no se puede lograr con los syllabus y exámenes tradicionales.
Padres y maestros debieran reformular sus conceptos respecto a qué significa aprender de verdad.